Han pasado casi treinta años desde el horrible genocidio cometido por los gobernantes de etnia hutu de Ruanda contra la población tutsi (1994) como represalia por la muerte de los entonces presidentes de Uganda y Burundi en un atentado contra el aeroplano en el que viajaban, cuyas verdaderas motivaciones aún permanecen poco esclarecidas. Los centenares de miles de tutsis asesinados y las miles de mujeres de dicha etnia violadas permiten ilustrar la magnitud de esta masacre. A ello también se debe añadir el ingente número de tutsis que, para salvar la vida, tuvieron que huir a Uganda. Entre esos tutsis que se hallaban en dicho país, encontramos a Paul Kagame, a la sazón líder del grupo guerrillero y partido político Movimiento Patriótico Ruandés, con el cual este líder tutsi entró de nuevo en Ruanda y derrocó al gobierno hutu. Estos hutus pasaron ahora a ser los forzados a exiliarse, y lo hicieron concretamente en la República Democrática del Congo, lo que condujo a un conflicto internacional en el que Kagame invadió el país, derrocó al gobernante Mobutu Sese Seko, impuso a un nuevo presidente, y dio rienda suelta a una guerra civil y a un nuevo genocidio, esta vez contra los hutus, alterando la precaria paz del país durante casi una década.

Desde ese momento y hasta la actualidad, primero indirectamente como vicepresidente y después de forma expresa como presidente de Ruanda, Paul Kagame ha venido ejerciendo el poder absoluto en el país. Sin embargo, hemos podido observar cómo los indicadores económicos relativos a Ruanda y su Índice de Desarrollo Humano han mejorado considerablemente (teniendo uno de los crecimientos económicos más acelerados de toda África) durante el gobierno de Kagame, más concretamente a partir de la década del 2000. Este crecimiento económico, sumado a la mejora de la calidad de vida de la población, se va a ver aún más potenciado con el control que ejerce Ruanda sobre el comercio de productos agrícolas africanos con China. Además, en la actualidad, Ruanda es el país con mayor presencia femenina en el Parlamento nacional en el mundo, con más del 61 % de representación de mujeres.

No obstante, se han registrado numerosos casos de eliminación de disidentes y enemigos políticos del presidente durante varios años. Todo esto, añadido a una censura de los medios y a la proyección exterior de una imagen avanzada, como la reciente participación de Kagame en un foro de líderes políticos de toda África en Kinshasa (República Democrática del Congo) para promover la lucha contra la violencia de género, ha desviado el foco de atención mediática de un caso de prolongación en el poder con visos poco democráticos. Y es más, a esta intencionada visión poco exhaustiva de la situación política ruandesa habrían contribuido con su connivencia tanto China como el mundo occidental, motivada la primera por su afán de extender su influencia económica y financiera sobre África, y el segundo por su voluntad de lograr altas cotas de desarrollo en África a toda costa, según la opinión de Cobus van Staden, investigador jefe sobre la relación China-África del Instituto Sudafricano de Asuntos Internacionales, en su reciente artículo para el diario digital The Africa Report.

De esta manera, es preciso observar la situación de Ruanda en su conjunto y no analizar simplemente una parte sectorial de su realidad. Tener en cuenta sólo su desarrollo económico y social puede suponer el riesgo de dejar de lado otras realidades políticas no tan halagüeñas, que limitan las libertades y derechos de los ciudadanos. Sólo el tiempo permitirá determinar si este crecimiento económico y el avance social que ha experimentado Ruanda se habrá traducido en una mejora de la situación política hacia la consecución de mayores libertades, sin poner en riesgo con ello el precario equilibrio entre desarrollo y estabilidad económica y social por una parte, y democracia avanzada por otra.

Fuente: Cobus van Staden - The Africa Report y Banco Mundial - Ruanda - Imagen: Hildenbrand/MSC - Wikimedia.

[Traducción y edición, Félix Núñez Ruiz]

[CIDAF-UCM]

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