A pesar de la política del Estado consistente en ignorar la etnicidad, los ruandeses saben que sus dirigentes son mayoritariamente tutsi. Esta investigación examina la amplitud de esta tendencia.
Tras la toma del poder por parte del Frente patriótico ruandés (FPR) en 1994, se han borrado las referencias a la pertenencia étnica. Las personas han dejado de ser hutu, tutsi o twa; se han convertido en ruandeses, como lo subraya la campaña “Ndi Umunyarwanda” (Yo soy ruandés). Esta política de amnesia étnica era comprensible. Ser identificado como tutsi durante el genocidio significaba una muerte casi cierta. El nuevo gobierno buscó, en consecuencia, resolver la animosidad intercomunitaria suprimiendo simplemente las referencias a la etnicidad. Haya funcionado o no la medida, uno de los efectos de esta práctica es que ha oscurecido la desproporcionada representación de los tutsi en los puesto de poder actual. Mientras los tutsi representan del 10 al 15 % de la población, sus élites ocupan la gran mayoría de las funciones de alto nivel. A pesar de la prohibición de las referencias a la etnicidad, es un hecho perfectamente conocido en Ruanda. Hemos llevado a cabo recientemente investigaciones que ponen cifras precisas al fenómeno.
Antes de abordar las conclusiones, debo pasar revista a algunas advertencias. En primer lugar, el subrayar la pertenencia étnica de las personas es algo altamente subversivo en Ruanda y podría ser considerado como culpable de “divisionismo” o de promoción de “la ideología del genocidio”, ambas cosas punibles por la ley. Por esta razón, los informadores ruandeses implicados en esta investigación deben permanecer anónimos.
En segundo lugar, debo señalar que pueden existir errores en nuestras conclusiones. A pesar de nuestros esfuerzos y de nuestro prudente enfoque, los peligros ligados a la recogida de información ligada al origen étnico significa que pueden producirse inexactitudes ocasionales. No hemos catalogado cuatro personas de las que no hemos podido determinar con certeza los antecedentes, pero no podemos excluir que se hayan deslizado algunos errores. Si existieran éstos, el gobierno ruandés, sin duda alguna, los señalará para desacreditar el conjunto de la investigación, pero aunque el 10 o el 20% de los datos fueran erróneos – algo de lo que dudamos seriamente – las conclusiones globales seguirían siendo válidas.
Por fin, decir que este trabajo ha durado varios meses en el transcurso de los cuales se habrá producido un cierto relevo del personal que analizamos. Ello significa que los resultados representan una imagen global de la situación en 2021, más que un inventario puesto al día en un momento particular.
Los resultados
Para la investigación hemos catalogado 209 titulares de funciones que hemos estimado entre los de mayor rango del país. Hemos tratado de determinar sus identidades étnicas que, en Ruanda, se transmiten por línea paterna. Sobre las 205 personalidades, de las que hemos podido establecer con certeza los antecedentes, 166 eran tutsi y 38 hutu. Se trata de una relación global de 81 a 19, pero hay según las zonas variaciones. 19 (66 %) de los 29 miembros del gobierno nacional analizados eran tutsi. Pero, en niveles menos visibles, esta tendencia estaba más marcada. 31 (86 %) de los 36 embajadores eran tutsi, lo mismo que 13 (86 %) de los 15 principales responsables del ejército y de los servicios de seguridad, y 26 (96 %) de los 27 puestos de dirección en los principales organismos públicos y parapúblicos. Todos los cuadros superiores en el Gabinete de Presidencia, los jefes de las principales religiones y los puestos más elevados en las federaciones deportivas nacionales y en los principales medios estaban ocupados por tutsi. Estas tendencias se producen igualmente en el ámbito local, con 20 (70 %) de los 29 alcaldes de distrito miembros de la misma minoría étnica.
Si bien la sobrerepresentación de los tutsi es claramente significativa, es importante no sobreinterpretar los datos. Por ejemplo, la minoría étnica no es monolítica. Numerosos tutsi no considerados como fieles al régimen, no solamente han sido excluidos del poder sino también han sido encarcelados, asesinados u obligados a exiliarse.
Puede también considerarse que la presencia desproporcionada de los tutsi en el poder sea el resultado no solamente de un favoritismo étnico sino igualmente de un nepotismo. La dirección del FPR está compuesta principalmente de antiguos refugiados y la mayoría de los tutsi en posición de poder provienen de horizontes similares. Nuestra investigación ha revelado que de 147 funcionarios tutsi, cuyos orígenes hemos podido determinar, 106 (72 %) son antiguos refugiados, mientras que 42 (28 %) son supervivientes del genocidio. Se trata de una diferencia significativa y un miembro de este último grupo lo ha reconocido y se ha quejado por ello.
Los peligros
Según el Barómetro de la Reconciliación en Ruanda 2020, los niveles de “reconciliación” en Ruanda son muy elevados. La encuesta del gobierno sugiere que los sentimientos de unidad se han extendido y que el 98,2 % de las personas se consideran ruandesas antes de cualquier otra identidad.
No obstante, la mayoría de las investigaciones sobre el terreno disponibles sugieren lo contrario. Estas constataciones subrayan que, a pesar de la eliminación oficial de las categorías étnicas, la mayoría de los ruandeses saben muy bien que los puestos del poder en Ruanda están dominados por responsables tutsi. Aunque eliminada del discurso oficial, la etnicidad sigue siendo un factor central de la identidad social ruandesa. Las elites políticas pueden pretender no ver las diferencias étnicas, pero la mayoría de las gentes lo reconoce en privado.
Esta toma de conciencia del favoritismo étnico, conjugada con otros factores, contribuye a la violencia estructural que prevalece hoy en el país. Esta preocupación no es nueva. Ya en 2011, Mahmood Mamdani subrayaba la convicción del régimen de que “el poder tutsi es la condición mínima para la supervivencia de los tutsi”. En 2008, la embajada americana en Kigali constató que dos tercios de los 118 puestos de dirección estaban ocupados por tutsi. La filtración del cable advertía que “a pesar de todas las exhortaciones del gobierno a los ruandeses para que abandonen las identidades étnicas…, la realidad política es manifiestamente diferente”; “si este gobierno quiere superar un día los desafíos y las divisiones de la sociedad ruandesa, debe comenzar a compartir el poder con los hutu en un grado mucho más importante de lo que hace actualmente”. Esta división, al contrario, parece haberse convertido en más, no menos, extrema.
El FPR en el poder puede creer que su prohibición de las categorías étnicas ha contribuido a la reconciliación y a la disminución de la animosidad. La realidad, sin embargo, es que numerosos ruandeses estiman que la política del gobierno sirve para enmascarar una enorme desigualdad en el seno de los puestos de poder y, de ese modo, se añade a los agravios y frustraciones étnicas. Anuradha Chakravarty, basándose en numerosas conversaciones con campesinos hutu ordinarios en 2014, advirtió sobre la manera como los sentimientos de discriminación aumentan el riesgo de radicalización entre “aquellos que de otro modo navegan en un terreno de entendimiento y no se inclinan inicialmente hacia la radicalidad”.
Es algo potencialmente peligroso. En los años 1950, las elites tutsi de Ruanda negaban la discriminación étnica y subrayaban “la unidad nacional centenaria” del país cuando eran criticadas por haber dominado las posiciones de poder. En el Burundi vecino, en los años 1970 y 1980, el poder prohibió igualmente las referencias a la etnicidad con el fin de rechazar las acusaciones de discriminación. En los dos casos, las élites de entonces, como hoy el gobierno ruandés, eligieron disimular y negar la desigualdades étnicas en vez de enfrentarse a ellas y resolverlas. Ni en un caso ni en el otro el asunto terminó bien.
Filip Reyntjens
Fuente: Filip Reyntjens – African Arguments
*Publicado en francés, el 25 de noviembre, en La Tribune Franco-Rwandaise
[CIDAF-UCM]
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