Lo más chocante en la controversia ruandesa ha sido la imposibilidad casi total en Francia, desde hace 25 años y de nuevo esta primavera, para debatir y evaluar metódicamente y objetivamente la política francesa en Ruanda. ¿Va a cambiar la situación? La cuestión no está en el abominable genocidio contra los tutsi en 1994: nadie lo niega y ningún artículo o libro publicados en el mundo lo pone en cuestión. Tampoco se trata de la petición de los congoleños de la República Democrática del Congo (RDC) de saber cómo calificar los cuatro millones de muertos (véase las estimaciones del Informe Mapping de la ONU y de demógrafos canadienses) en el este del Congo, en el Kivu, entre 1994 y 2003. No, es la política francesa de 1990 a 1994, exclusivamente ella, la que es objeto de una desnaturalización permanente, de ataques sistemáticos, y a veces de manera tan extremada (¡Francia cómplice de un régimen que preparaba un genocidio!), que es necesario tratar de comprender por qué han sido lanzadas esas acusaciones y por qué algunos las han creído y extendido.
Recordemos que en octubre de 1990, Francia, por decisión del presidente Mitterrand, se comprometió en Ruanda para impedir que el FPR derrocara el régimen hutu de Kigali y tomara el poder por la fuerza, algo que, inevitablemente, habría desencadenado masacres, ejerciendo, al mismo tiempo presión sobre el poder hutu mayoritario para que aceptara un acuerdo/arreglo político. Gracias a ese compromiso militar y político de 1990 a 1993, incluido a partir de marzo de 1993 el periodo de cohabitación – Mitterrand, Balladur, Juppé -, Francia, junto con otros actores africanos y occidentales, hizo posible el acuerdo de Arusha firmado en el verano de 1993. Un acuerdo más bien favorable a los tutsi: el 40 % del ejército correspondería al FPR tutsi y estaba previsto un gobierno de transición de amplia base dirigido por la oposición que reservaba cinco ministerios al FPR, entre ellos el de Interior y el vice primer ministro, mientras el presidente de la República veía reducida su función a una mera representación. Después de lo cual, una vez alcanzado su objetivo, y a petición del FPR, Francia se retiró en 1993. Mientras estuvo Francia en Ruanda no hubo genocidio. Así pues, la acción francesa condujo la situación hacia el compromiso político de agosto de 1993. Cuando el genocidio tuvo lugar en 1994, Francia ya no estaba. ¿Por qué esta verdad elemental y esta cronología verificable han sido enmascaradas o negadas con tanta vehemencia tanto por los medios como por los investigadores franceses?
Al principio, el FPR ya había comenzado a acusar a Francia, pero, al ganar en 1994, ya no necesitaba de esa palanca. En 2001 y en 2002, yo pude, como ministro de Asuntos Exteriores, tener encuentros con el presidente ruandés para hablar del Congo. ¿Qué sucedió después? A las acusaciones lanzadas por el juez Bruguière en 2006 contra el poder de Kigali sobre el atentado que, el 6 de abril de 1994, derribó el avión en el que viajaban los dos presidentes burundés y ruandés, Ruanda replicó en 2006, para protegerse, con el Informe Mucyo que acusaba a Francia de “complicidad”. Podría decirse que se trataba por su parte de una reacción “en buena lid”. ¿Pero por qué esas acusaciones de distracción han sido retomadas en Francia desde entonces, la mayoría de las veces sin medida, sin contrastar, por tantos medios (y a menudo de “izquierdas”), investigadores (a menudo desvinculados de África) y personalidades cuándo ese relato es poco creído en el Congo, en Uganda o en Sudáfrica? ¿Los fiscales auto-designados no han comprendido el juego de Kigali? ¿Se trata de masoquismo? Algunos comentaristas poco informados parecen haber sido afectados por “un sesgo cognitivo” que haría que Francia fuera culpable a priori en su relación con África; culpabilidad que convertiría en superflua cualquier demostración rigurosa. Pero, y desde el punto de vista ético es lo más grave, ¿por qué, incluso en los medios públicos, se ha rechazado casi sistemáticamente dar la palabra a los numerosos autores de libros o artículos (Judi Rever, André Guichaoua, Filip Reyntjens, Michela Wrongm Charles Onana, Renré Lemarchand, Gérard Prunier, entre otros) quienes aun criticando a Francia jamás la acusan de complicidad y no relatan el genocidio a la manera en que lo hace el régimen de Kigali? Se ha acusado las obras de ellos de negacionistas. ¿Alguien ha creído esa acusación? Basta con leer sus obras para constatar que no hay nada de negacionismo en ellas. Por el contrario son “revisionistas” en el buen sentido del término, ya que los autores hacen un verdadero trabajo de historiador cuando revisan la historia/relato según Kigali. Una historia cuando menos truncada: el FPR de Kagame no sería un partido étnico tutsi formado en Uganda sino un partido democrático que habría intervenido para poner fin el genocidio. La leyenda vendida por Kigali confunde deliberadamente 1994 y 1990, fecha en que el genocidio no era una amenaza. ¿Las divisiones étnicas habrían sido un invento de belgas y franceses? Es como soñar. No estaría mal escuchar a los especialistas de África central. Es fácil; son poco numerosos.
En OPINION, el 6 de agosto, Stephen Smith, antiguo periodista en Le Monde, Libération, ha puesto de relieve una investigación de la británica Michela Wrong sobre los orígenes africanos del genocidio; investigación alabada por los grandes periódicos americanos (The New York Times, The New York Review of Books, The Washington Post, etc.). Pero Stephen Smith es profesor en los Estados Unidos. De hecho, salvo en Francia, en tanto dure esta excepción masoquista y esta autointimidación, es fácil demostrar que Francia no actuó mal y que hizo lo que pudo (¡demasiado sola!) en Ruanda de 1990 a 1993, aunque desgraciadamente los acuerdos de Arusha no se pusieron en práctica, algo que no se le puede achacar.
Es evidente también que Francia paga, 25 años después, la total ausencia de explicación de su política en 1990 (su compromiso militar y político), en 1993 (su retirada tras los acuerdos de Arusha) y en 1994 (el regreso a finales de junio con la operación Turquoise) y de ese modo ha ofrecido un flanco a las interpretaciones más extravagantes y odiosas. ¡No ha habido ni una sola emisión o artículo sobre los acuerdos de Arusha! Estos acuerdos contradicen todas las acusaciones contra la acción de Francia de 1990 a 1993. De ahí proviene la trampa retrospectiva 25 años después: una política honorable, inexplicable, vilipendiada.
¿Es posible un análisis objetivo? El notable informe de la Comisión Quilès-Cazeneuve de 1998, impulsada por Lionel Jospin, no era complaciente. ¿Cómo calificar el informe Duclert de 2021? Se ha constatado que Vincent Duclert – convencido a priori de la implicación de Francia en el genocidio –, al no poder demostrar una complicidad, y con razón, cuando eso era lo pregonado desde al menos 2008, afirmó que Francia tenía “una pesada y abrumadora responsabilidad” – algo que su informe no demuestra pero que su conclusión proclama.
Con relación al discurso del presidente Macron en Kigali, sobre la base de un pacto con Kagame, diré que se ha situado en una línea muy política: las intenciones de Francia eran honorables, Arusha es importante y han sido ruandeses los que mataron a ruandeses – esto ha frustrado a los extremistas – , pero Francia era grandemente responsable. ¿Responsable de qué? Queda por restablecer la verdad histórica. Algo que puede esperarse de investigadores belgas, ingleses, americanos, congoleños, cameruneses, sudafricanos y de expertos y periodistas americanos o ingleses. Puede igualmente esperarse de la apertura de los archivos de otros países, incluyendo a Ruanda, algo que el presidente de la República ha solicitado y con razón.
Una vez descartadas las fabricadas acusaciones de complicidad y responsabilidad, pueden legítimamente plantearse varias cuestiones. ¿Era necesario intervenir en 1990? Si Francia hubiera dejado que la guerra civil se desarrollara, lo mismo que las masacres, ¿cómo habría explicado su no-intervención? ¿No era presuntuoso por parte de Francia, no el hecho de creer que podía impedir el cambio del poder por la fuerza, lo cual podía estando allí en apoyo, sino de hacer que realmente se aplicara un acuerdo/compromiso entre dos grupos irremediablemente hostiles? ¿Habría sido posible que Francia se quedara en 1993, después de Arusha, a pesar de las exigencias de Kagame? Habría sido necesario un acuerdo de los anglosajones para hacer presión sobre el FPR. Pero en ese momento, los anglosajones lo apoyaban sin reservas. ¿Habría sido posible en 1994 obtener más deprisa un acuerdo en el Consejo de Seguridad para regresar y llevar a cabo una operación humanitaria? Para ello habría sido preciso torcer el brazo de los americanos, que, después del desastre en Somalia, no deseaban poner un dedo en el engranaje de las crisis africanas. Todas estas cuestiones merecen ser tratadas. Lo que es seguro es que Francia debería haber explicado su política.
Todo ello exige una definición más rigurosa en el futuro de las acciones, modalidades y objetivos de cualquier intervención exterior en África o en otros lugares (a fortiori después de Kabul) y una explicación clara y continua en cada etapa. No es necesario para ello cargar sobre Francia una responsabilidad totalmente fabricada.
Hubert Védrine
Fuente: La Tribune Franco-Rwandaise – Telos
[Traducción, Juan Luis Iribarren]
[Fundación Sur]
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