Debemos ser fieles a nosotros mismos y decir la verdad al poder así como a nosotros mismos. Los ruandeses son más pobres que antes y viven en una desesperación sin nombre. Los ruandeses no han superado las causas de la guerra civil, del genocidio, de las divisiones y de la polarización interétnica e intraétnica. Los ruandeses no se han curado de sus traumatismos repetidos y continuos. Ruanda es políticamente inestable. La reconciliación sigue siendo una lejana esperanza. La riqueza nacional permanece débil y concentrada principalmente entre las manos del general Kagame, de su familia y de una pequeña camarilla tutsi a su servicio. El gobierno ruandés no es responsable ante sus ciudadanos. La toma de decisiones, y la elaboración de las políticas en Ruanda son antidemocráticas y dictatoriales. El general Kagame y el parlamento no son elegidos en el marco de elecciones libres y equitativas. No hay ningún mecanismo de control y de contrapeso entre las ramas ejecutiva, legislativa y judicial del gobierno ruandés. Ruanda se caracteriza por la ausencia de un Estado de derecho. Los crímenes cometidos por el régimen del general Kagame contra la comunidad hutu no han sido reconocidos y sus autores no han sido llevados ante la justicia. Los miembros de la comunidad hutu no pueden honrar el recuerdo de sus muertos. No existe una sociedad civil independiente. No hay ni prensa ni libertad intelectual. Ruanda está en una situación de creciente tensión con los países vecinos de la región de los Grandes Lagos. La mayoría de los ruandeses viven en un clima de miedo omnipresente, de intimidación y de amenazas de muerte.
Los ruandeses deben negociar un contrato social, superar todo eso, hacerlo correctamente y, todo ello, por primera vez.