Muchos son los estereotipos que el lector occidental medio tiene con respecto a los árabes de la región MENA (Middle East and Northern Africa) y muchos han sido los intereses presentes tras la preservación de los mismos en una dinámica psicológica y social orientalista de la que ya nos advirtió Edward Said en su obra Orientalismo, pero el libro que nos interesa en este momento, que también tiene por objetivo comprender la realidad árabe prescindiendo de esos clichés, es Los árabes: del Imperio Otomano a la actualidad, de Eugene Rogan, profesor e investigador de la Universidad de Oxford.
Comenzando en el momento en el que los otomanos invadieron Egipto en 1517, momento que señala el inicio de la presencia otomana en el Norte de África, Rogan nos proporciona una evolución histórica del destino de los árabes tanto en el Norte de África como en Oriente Próximo, que hace hincapié en el tópico muchas veces mantenido en la actualidad de la desgracia de ser árabe. Si dejamos a un lado la situación de Oriente Próximo y Medio y nos centramos en el caso que nos resulta de mayor interés, el Norte de África, veremos como los distintos invasores que han pasado por allí se han aprovechado de las dinámicas de desunión entre los diferentes pueblos de la región, su división en facciones a pesar de sus características culturales y lingüísticas comunes, para establecer una estrategia de divide y vencerás que les ha permitido ejercer su poder en la zona, exceptuando algunos momentos puntuales de rebelión rápidamente sofocadas.
Entre estos invasores, los otomanos tal vez ejercieron el dominio de una forma más eficaz al permitir acceder a los principales puestos administrativos de la región a personas procedentes de la misma, aunque siempre bajo supervisión de una autoridad otomana (sin olvidar el sistema del millet, que regulaba las relaciones del Imperio con las comunidades religiosas de sus territorios). Esta descentralización, sumada su contribución a la lucha de facciones, les permitió ejercer su control fácilmente, y de hecho las dificultades para hacer valer ese mismo poder llegaron como consecuencia de la aplicación a mediados del siglo XIX de la Tanzimat, una reforma centralizadora del Estado a imagen del sistema constitucional europeo.
El desmembramiento del Imperio Otomano entre el siglo XIX y principios del XX, y la mayor presencia colonial de potencias europeas en la región desde el siglo XIX (Francia en Marruecos y Túnez como protectorados y en Argelia como parte del propio Estado francés; Italia en Libia; y Reino Unido en Egipto) condujeron a un sistema de mayor centralismo en el cual no se tenían en cuenta las costumbres, tradiciones, religión, cultura e idiosincrasia de los pueblos árabes, lo cual llevó a su total rechazo de este dominio y a las guerras de descolonización ya entrado el siglo XX. También contribuyó a esta situación el régimen de mandatos establecido por la Sociedad de Naciones en 1920, tras la Primera Guerra Mundial, para que Francia y Reino Unido se repartieran los territorios del extinto Imperio Otomano con la excusa de contribuir a su independencia de forma progresiva (si bien esto afectó más al Oriente Próximo y Medio, no al Norte de África).
Los procesos de descolonización a partir de la Segunda Guerra Mundial (aunque Egipto había logrado su independencia en 1922, pero todavía con presencia británica en el país y en el Canal de Suez) contra unas potencias extranjeras que habían establecido unas fronteras arbitrarias en la zona, sin atender a la idiosincrasia de las poblaciones afectadas, se vieron inmersos en la dinámica de la Guerra Fría entre la esfera de influencia capitalista de los Estados Unidos y la comunista de la Unión Soviética, posicionándose unos en una u otra, o bien en la tercera vía del malogrado Movimiento de Países No Alineados, en el que el Egipto de Gamal Abdel Nasser jugó un papel decisivo, o bien cambiando de posición de forma errática y en función de las divagaciones del líder, como en el singular caso de la Libia de Gadafi.
Asimismo, las guerras motivadas por el conflicto entre el Estado de Israel y Palestina involucraron a países como Egipto, en una dinámica en la que los países árabes descubrieron, concretamente a partir de la así llamada Guerra de Yom Kippur (según los israelíes) o de Tishrin (por los árabes), el poder de influencia estratégica y económica del que disponían gracias a su control sobre grandes reservas de petróleo y los precios del mismo en el mercado mediante el control de su producción (un ejemplo es Libia).
No obstante, con la caída de la Unión Soviética en 1991, el poder absoluto de Estados Unidos como potencia hegemónica en el Oriente Próximo (especialmente desde su intervención en Kuwait en 1991 para expulsar a las tropas iraquíes de Sadam Huseín), y la entrada en la escena global del terrorismo yihadista con los atentados del 11 de septiembre de 2001, se prolongó el sometimiento de los árabes a intereses extranjeros y normas establecidas desde fuera, como indica Rogan, y a los estereotipos negativos que de ellos se tienen, que incluso han llegado a fermentar entre la propia población árabe, como señalan Said y Rogan, contribuyendo a esa desgracia de ser árabe de la que hablábamos antes.
Sin embargo, la reciente dinámica de las así llamadas primaveras árabes de 2011 ha demostrado que esos mismos pueblos árabes que hasta ahora han vivido subyugados de una forma u otra son también capaces de acabar con los gobiernos autoritarios herencia de los procesos de integración e indirectamente causados por la presencia colonial previa, tras la ruptura del pacto social por el que se reducían las libertades del pueblo a cambio de satisfacer las necesidades económicas y de subsistencia de la sociedad (en un contexto de crisis mundial en el que esos mismos gobernantes no son capaces de satisfacer esas necesidades, con gran desempleo juvenil), dotándose a sí mismos de nuevos gobiernos democráticos. Y a pesar de que en algunos casos esta experiencia democrática puede concluir de forma trágica y con un revés en las libertades e incluso guerras civiles (Egipto, Libia o Argelia), existen casos en los que estos procesos democráticos han perdurado (como Túnez, aunque en los últimos días se han dado circunstancias que podrían apuntar a lo contrario en el futuro).
De esta forma, resulta muy esclarecedor leer este libro de 800 páginas en el que Rogan desmiente los estereotipos asociados al árabe, revela la responsabilidad occidental en los procesos autoritarios que en el Norte de África y en otras regiones se pueden apreciar actualmente y nos proporciona la esperanza de que las nuevas dinámicas de 2011 permitan a esos mismos países avanzar hacia un futuro mejor poniendo fin al sempiterno tópico de la desgracia de ser árabe.
Félix Núñez Ruiz
- Los árabes: del Imperio Otomano a la actualidad(2015), de Eugene Rogan, Editorial Crítica
- Orientalismo(2003), de Edward Said, Editorial Debolsillo.
[Traducción y edición, Félix Núñez Ruiz]
[CIDAF-UCM]
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