En Africanía charlamos con la artista plástica cubana afrodescendiente Pau Már sobre su obra y evolución artística, así como sobre los rasgos identitarios y la estética de la belleza de la mujer negra, mestiza y caribeña.
Rafael Sánchez: Paulina Márquez Pérez es tu nombre completo, aunque te gusta que te llamen Pau Már, al menos en el espacio artístico.
Pau Már: Sí, aunque mi nombre original me encanta, ya que tiene mucho que ver con mi ancestralidad, al ser el nombre de mi bisabuela, pero era muy largo y eso es complicado artísticamente. Así que decidí ponerme “Pau” que, además, en catalán quiere decir “paz”, y eso me gustaba. Por otro lado “Már” responde a las tres primeras letras de mi apellido y, además, tiene que ver con el mar, soy una apasionada del mar, sobre todo del mar cubano, caribeño y del mar Mediterráneo.
R.S.: Tu vida es cierto que está marcada por el mar: Matanzas es una ciudad preciosa que está situada al borde del océano y, por otra parte, Barcelona. ¿Cómo es el cambio de Cuba a un espacio mediterráneo? ¿Es un entorno similar o se percibe como un gran cambio?
P.M.: La cuestión es que yo nací en un pueblito que se llama Colón, de la provincia de Matanzas, pero no en la propia ciudad de Matanzas. Vine muy pequeñita a La Habana y mi madre vivía muy cerquita de Malecón y yo siempre sentí esa pasión por el mar. Cuando llegué a Barcelona me enamoré de la ciudad y del mar Mediterráneo. Yo sí que siento esa similitud entre Barcelona y La Habana, sobre todo en lo referente al mar.
R.S.: Una de las cosas a la que más importancia dan los artistas, sobre todo las artistas plásticas como tú, es a la luz. La luz es un elemento vital en la obra de una artista. ¿Encuentras parecidos entre la luz que hay en Cuba y la que tienes hoy en Barcelona?
P.M.: A pesar de que los climas son diferentes, en Cuba las estaciones no son tan marcadas como lo pueden ser en Barcelona, con el clima mediterráneo. Lo cierto es que cada una tiene sus luces. Cuba tiene fuertes contrastes, pero en Barcelona yo me siento muy cómoda, como si estuviera en mi casa.
R.S.: Te has formado estudiando las diferentes vertientes que componen el arte, pasando por el patrocinio cultural, el comisariado de obras de arte y también el arte plástico. ¿Cómo llegaste a especializarte en el grabado?
P.M.: Increíblemente, yo estudié Historia en la universidad, pero alrededor de los quince o dieciséis años me atrajo mucho la fotografía y empecé a practicarla con un profesor, en Cuba, que se llamaba Roberto Fernández y que era el que fotografiaba a las bailarinas del Ballet Nacional. Tras esto, no seguí estudiando de manera convencional, sino que lo hice de manera autodidacta. La inquietud de pintar o hacer grabados me vino ya relativamente mayor, después de tener a mis hijos. Empecé a trabajar el grabado, que también es una de las pasiones que le debo a un gran amigo que ya está fallecido. Él me dio el impulso para hacer grabado en un taller que había cerca del Capitolio, ahí empecé a hacer mis primeras obras de grabado, mis primeros linóleos. Aunque era un taller muy complejo, en el que había admitidos muchos hombres y pocas mujeres, traté de mostrar mi perseverancia y, finalmente, logré entrar y comenzar a hacer mis cosas allí. Me gusta también la huella, que es lo que tú dejas en el mundo a través de lo que tú haces con la matriz y eso marca también muchas cosas de mi vida, de mi historia.
R.S.: Tus exposiciones hablan también de esa huella. Entre ellas está “Diálogos”, “Memorias”, “Ancestros”. ¿De dónde viene el diálogo con la búsqueda de la mujer negra, de la mujer mestiza, caribeña y de lo afro?
P.M.: Yo vengo de una familia que es muy mezclada y ya desde niña yo notaba en mi familia todas estas diferencias y los cambios entre unos y otros. Mientras iba creciendo, empecé a tener inquietudes sobre de dónde venía mi familia. Recuerdo que mi madre me contaba la historia de su abuelo chino, que le cambiaron el nombre y lo llamaron Antonio. Todas estas cosas me generaban inquietudes a raíz de la cuales, yo empecé haciendo algunas investigaciones, una sobre los Marqueses de Atarés. Eso me marcó en la búsqueda de quiénes son mis antepasados, y mis primeros trabajos fueron sobre los primeros pobladores cubanos, los indígenas taínos. A partir de ahí ya empecé a buscar quién era mi bisabuela, mi abuela… etc. Esa inquietud fue el motor que me impulsó a buscar a todas esas mujeres que forman parte de mi vida y de nuestra historia y de las que yo apenas sabía nada sobre ellas. También de ahí viene mi obra, sobre todo esa parte ancestral de los africanos que llegaron a la isla de Cuba.
R.S.: Hablamos con muchos entrevistados de países iberoamericanos donde la huella afrodescendiente es clara, pero que ha sido negada o borrada, son los casos de Argentina o México, frente a países como Colombia donde, pese a los intentos de silenciarla, es un grito. ¿Cómo es esta situación en Cuba? ¿El arte afrodescendiente es potenciado de alguna manera desde el Estado?
P.M.: Nos ha costado, la verdad, pero Cuba sí tiene esa fuerza, y su población negra mantiene mucho sus tradiciones y sus rasgos culturales. Mi familia viene de Central Méjico, que antes era Central Álava, al ser el colonizador vasco. Hoy en día siguen existiendo los barracones donde vivían los esclavos, que ahora son viviendas. Es impresionante la fortaleza de la tradición negra en estas zonas. Cuba es un país donde la presencia negra se puede ver en la religiosidad, en los cantos, en la música. Es muy triste que en Argentina, por ejemplo, no se reconozca que existen afros argentinos. En Matanzas existe una ruta del esclavo. En La Habana podemos encontrar una Casa de África, entonces sí que hay una presencia fuerte afrodescendiente.
R.S.: A través del tiempo el arte va evolucionando. ¿Cómo ha sido esa evolución en tu expresión artística? Desde «Diálogos” hasta “Ancestros” ¿Cómo es la evolución artística de Pau Mar?
P.M.: Bueno, he trabajado y he vivido lentamente, porque una de las cosas más difíciles para mí es la migración, migrar es una herida que hay que reparar, pero que queda en nosotros. Aquí también me ha costado un poco sacar el trabajo adelante. Creo que, a nivel de proyectos que tengo en mi cabeza, ha evolucionado desde mis exposiciones personales, en los años 2016 y 2017, una de fotografía “Memorias” sobre mujeres afrocubanas, en un barrio donde se hacen unas peñas de rumba y, más tarde, hice exposiciones de grabados. Durante el parón que hice en mi carrera artística me dediqué al comisariado de exposiciones de obras artísticas y proyectos colectivos donde reunía a artistas, cosa que ya hacía en Cuba. Desde 2018, llevo tres ediciones de “Arte Femenis”, con mujeres de diferentes países, regiones y diferentes estilos de trabajo.
R.S.: Has hablado de la rumba y, precisamente vienes de dos ciudades que suponen la semilla de la rumba, que son Matanzas (con el yambú y la columbia) y La Habana, con el guaguancó. ¿Es ese elemento musical muy importante tanto para la parte cubana afrodescendiente, pero también para la parte hispana.
P.M.: Y Cataluña con la rumba catalana. Ya te he hablado de mi familia. Mi bisabuela era una negra que tuvo sus hijos con un asiático, asiáticos que fueron engañados para trabajar en un régimen semiesclavo a Cuba. Mi abuela, la hija de ese asiático, se casó con un español, entonces hay una mezcla muy grande en mi familia que tiene todo que ver con esa búsqueda constante de mis raíces. Yo he descubierto que la parte negra me pesa mucho, me impacta más, me toca, me llega mucho.
Fuente: Africanía
[Transcripción, Mario Civantos González]
[CIDAF-UCM]
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