También África tiene derecho al espacio

24/06/2021 | Opinión

El martes 22 de junio, a las 12h55 hora española, gracias a la JAXA (Agencia Japonesa de Exploración Aeroespacial) y con una puntualidad muy japonesa, pude seguir en directo en YouTube el lanzamiento del satélite mauriciano “Mir-Sat 1” a partir de la Estación Espacial Internacional (ISS). Diez minutos antes del lanzamiento, JAXA explicó el funcionamiento de “KIBO” (en japonés “Esperanza”), el Módulo de Experimentos Japonés de la ISS concebido para lanzar desde la estación al espacio nanosatélites del tipo CubSat. En una liturgia perfecta, a las 12h52, el centro de la JAXA pidió al primer ministro de Mauricio Pravind Kumar Jugnauth, que con su gobierno seguía el evento en directo, que diera la orden para el lanzamiento. El “Programa Kibo” (o “KiboCube”) es el resultado de la colaboración entre la Oficina de Naciones Unidas para Asuntos del Espacio Exterior (UNOOSA) y la JAXA, y busca ayudar a las instituciones educativas y de investigación de los países en desarrollo para que puedan lanzar desde el módulo Kibo del ISS los satélites de tipo CubeSat que hayan concebido y fabricado.

Se suele llamar nanosatélite a un satélite que no exceda más o menos los 10 kilos de peso. Tal es el caso de los CubSat. Pero estos siguen criterios específicos en cuanto a tamaño y peso. Su unidad estándar (1U) es un cubo de 10x10x10 centímetros y un peso máximo de 1,33 kg. Un CubSat puede tener la forma y el peso de uno, dos, tres o más cubos (1U, 2U, 3U, 4U, o 6U). El “Mir-Sat 1” mauriciano es un CubSat de tipo 1U, concebido para tomar imágenes y mejorar las telecomunicaciones. Fue construido por un equipo del Mauritius Research and Innovation Council (MRIC). Los investigadores mauricianos fueron los vencedores en 2018 en uno de los concursos del KiboCube Program, y como premio, éste les dio acceso gratuito a la totalidad del programa. El 3 de junio, “Mir-Sat 1” viajó desde el Kennedy Space Centre de Florida hasta la estación ISS a bordo de un SpaceX Falcon 9 rocket (Mission: CRS-22/SpX-22), y el pasado martes fue lanzado al espacio por el Kibo japonés del ISS.

El “Mir-Sat 1” mauriciano ha sido el segundo satélite africano de este año y ha elevado a 44 el número de satélites del continente. El anterior fue el “Challenge One” tunecino, transportado al espacio el 22 de marzo por un Soyuz 2 ruso, junto con otros 36 satélites, entre los cuales el CubeSat 3B5GSAT, primero de la futura constelación de la compañía española Sateliot, así como dos satélites de Arabia Saudita y uno de los Emiratos Árabes Unidos. Con un peso de 13 kg y unas dimensiones de 30x10x10 cm, Challenge One ha sido construido por la compañía tunecina Telnet, especializada en sistemas electrónicos e ingeniería mecánica, y que espera conseguir asociados en otros países africanos para colocar en órbita unos veinte CubSat.

africa_satelite_espacio_universo_planeta_cc0.jpgEn 1998, Egipto fue el primer país africano con un satélite propio, “Nilesat 101” (hoy tiene 9). Sudáfrica le siguió en 1999 (hoy tiene 8). Además de Egipto y Sudáfrica, hoy poseen sus propios satélites Argelia (6), Nigeria (6), Marruecos (3), Etiopía (2), Angola, Ghana, Kenia, Mauricio, Ruanda, Sudán, Marruecos y Túnez. Otros 3 satélites pertenecen a consorcios de varios países. Consciente de las ventajas para el desarrollo que ofrecen los satélites, en enero de 2019 la Unión Africana (UA) acordó la creación de una Agencia Espacial Africana. “Los datos recogidos por satélite permiten predecir una epidemia de paludismo al observar las zonas en las que se concentra la humedad”, opina Jean-Yves Le Gall, presidente del CNES (Centro Nacional de Estudios Espaciales), la agencia espacial del gobierno francés. La ventaja de los servicios de telemedicina en zonas aisladas fue lo que hizo que Angola lanzara su satélite en 2017. Los datos enviados por los satélites ayudaron al gobierno de Sudáfrica a reaccionar rápidamente durante las inundaciones de 2013, y al gobierno de Kenia a utilizar mejor el agua durante las sequías de 2017 y 2019. En Nigeria, los datos ofrecidos por la Agencia Espacial ayudan a las fuerzas de seguridad a seguir los movimientos de Boko Haram. “Por 1 euro que se invierte en lo espacial, el desarrollo y la economía ganan 100”, explica el burkinés Sékou Ouédraogo, jefe de proyectos aeronáuticos en la compañía francesa Saffran Aircraft Engines.

Toda historia tiene su prehistoria, ejemplar a veces, cómica a menudo. La primera conversación telefónica por satélite de la historia, es la que mantuvieron en agosto de 1963 John Fitzgerald Kennedy y el entonces primer ministro nigeriano Abubakar Tafawa Balewa. En 1975, Joseph-Désiré Mobutu (o Mobutu Sese Seko), decidió que Zaire (actual RD Congo) iba a enviar sus propios satélites. Se lo encargó a un joven ingeniero alemán, Lutz Kayser, director de “Orbital Tansport und Raketen AG”, a la que cedió cien mil kilómetros cuadrados al este del país. Rodeado de jóvenes ingenieros alemanes, el 17 de mayo de 1977 Kayser consiguió enviar un cohete a 20km de altura. Pero pronto el grupo se convirtió en una colonia hippy al que se sospechaba de dedicarse a la investigación con fines militares, con el consiguiente malestar de la Alemania federal de Helmut Schmidt. En 1978, el presidente francés Valéry Giscard d’Estaing, apreciado por Mobutu tras la intervención de legionarios franceses en Kolwezi, consiguió que éste aceptara la petición alemana y rompiera su relación con Kayser que se retiró a las islas Marshall. Cuando el huracán Katrina arrasó New Orleans en 2005, se necesitó urgentemente imágenes de satélite para organizar y coordinar la ayuda. No pudieron obtenerse de los costosos satélites de la Nasa, pero sí de un pequeño CubSat nigeriano, el Nigeriasat-1 que había puesto en órbita un cohete ruso en 2003, y que había costado entonces sólo 13 millones de dólares. Algunos políticos británicos pidieron la suspensión de la ayuda a Nigeria, argumentando que Nigeria no la necesitaba, puesto que le sobraba dinero para un programa espacial.

«New Space» se viene usando para referirse a las nuevas oportunidades comerciales y económicas que ofrece el abaratamiento de las empresas espaciales, en particular gracias a los nuevos CubSat. Un artículo en The Economist de esta semana, refiriéndose precisamente al emergente empeño de los países africanos por ocuparse del espacio, sugiere que los CubSat les ofrecen oportunidades que no deben dejar escapar.

[Fundación Sur]


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Autor

  • Echeverría Mancho, José Ramón

    Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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