Es un discreto regreso, pero se deja notar. Un puñado de salafistas se presenta, a través de varios partidos, a las elecciones legislativas del 7 de octubre en Marruecos, marcando su reinserción en la arena política, iniciada hace varios años por el palacio.
Son casi 7.000 candidatos. Los primeros nombres aparecieron en la prensa local a finales de agosto. Algunos no se han presentado en última instancia, como Mohammed Fizazi, una figura del salafismo marroquí. Otra celebridad, Hammad Kabbaj, candidato para el PJD (partido islamista que encabeza el gobierno de coalición desde 2011), vio su candidatura invalidado por «extremismo».
Sin embargo, otros estarán allí. Como el emblemático Abdelwahab Rafiki, conocido como Abou Hafs. Este antiguo predicador fue condenado a 30 años de prisión después de los ataques islamistas en Casablanca en 2003 (45 muertos). Indultado en 2012, se presentará por el Istiqlal, partido nacionalista histórico.
A los salafistas los encontramos bajo diferentes etiquetas. Según la prensa local, incluso los liberales sociales del PAM (Partido Autenticidad y Modernidad), que se posicionan como un baluarte contra el islamismo, han tratado de congraciarse con un viejo jeque, al-Maghraoui, famoso por haber emitido una “fatwa” para autorizar el matrimonio de las niñas de 9 años.
Al igual que Abu Hafs, varios candidatos salafistas fueron detenidos después de los atentados de Casablanca. Sólo aquellos que han sido rehabilitados por la justicia pueden presentarse a las elecciones del 7 de octubre, lo que probablemente ha contribuido a limitar el número de nominaciones.
Nuevo enfoque
El salafismo, una doctrina que aboga por un retorno al islam original, tiene una larga historia en Marruecos, donde participó en la lucha por la independencia.
En la década de los 2000, aparecieron los primeros partidarios de la yihad armada, con ideólogos como Fizazi y Omar Haddouchi. Condenados, encarcelados y luego liberados, ahora piden su arrepentimiento, su rechazo a la violencia y su lealtad al «Príncipe de los Creyentes», el Rey Mohammed VI.
Después de la represión posterior al ataque en Casablanca, muchos militantes salafistas han estado así año tras año así, indultados por el rey y reintegrados.
«Estos indultos muestran una mejora en las relaciones entre el régimen y una serie de dignatarios salafistas y una reforma parcial del enfoque del gobierno en la lucha contra el extremismo», según un análisis de la Fundación Carnegie.
Esta aproximación «consiste en promover las hermandades sufíes marroquíes, como contrapeso» al extremismo. Pero estas hermandades, como la Boutchichiya, «no están politizadas y han demostrado ser poco capaces al final, a pesar del apoyo del estado, de proporcionar un movimiento socio-religioso suficientemente potente como para ser una alternativa al salafismo, sobre todo en su versión yihadista».
Los salafistas han sido siempre «un arma del Estado para combatir a los islamistas o a los izquierdistas», según el universitario Abdelhakim Aboullouz.
Dos momentos han marcado su rehabilitación pública: una visita real en 2014 a una mezquita donde predicaba Fizazi. Y un seminario en el año 2015 del Consejo Superior de Ulemas (eruditos religiosos) dedicado al «concepto» del salafismo, cuyos resultados fueron presentados al soberano.
«Hay una voluntad por parte de palacio de demostrar que los salafistas, que pusieron al rey en la picota, han vuelto al orden. Debemos, por tanto, premiarlos», según el análisis del historiador Pierre Vermeren.
«Fue un proceso largo: insultaron a la monarquía favorecieron sus ataques contra ella, han sido juzgados y condenados y luego puestos en libertad, se arrepintieron y reconocieron el liderazgo de los creyentes y ahora preparan su reinserción en la vida pública», añade el Sr. Vermeren.
«Esta es la política más clásica y antigua del Makhzen (el palacio), después de sancionar a los que se desvían los reintegra».
El objetivo estratégico es «dispersar la voz del electorado islamista en las elecciones legislativas y tratar de desinflar la burbuja del PJD», según Vermeren. ¿No es esto jugar con fuego?». No. Se llama simplemente hacer política».
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Fundación Sur