David Kiwuwa

Profesor asociado de estudios internacionales en la Universidad de Nottingham. Trabaja en política étnica, análisis de conflictos, democracia y transición democrática, política electoral y lingüística.

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Las masas sudanesas que derrocaron gobiernos en 1964, 1985 y 2019 pueden suponer una dura prueba para los militares.

La pasada semana, el jefe del Consejo Soberano de Sudán, el general Abdel Fattah El Burhan, declaró la disolución del Consejo de transición que ha estado en vigor desde el derrocamiento del expresidente Omar el-Bashir en 2019. Disolvió también todas las estructuras que habían sido establecidas como parte de la hoja de ruta de transición y decretó el estado de emergencia.

En esencia, organizó un golpe de palacio contra la autoridad de transición que presidía.

Las acciones del general, que incluyeron el arresto del primer ministro Abdalla Hamdok, son la culminación de un largo período de tensión entre las ramas civil y militar del Consejo de transición. Las tensiones estuvieron marcadas por un supuesto intento de golpe solo unas semanas antes. Los días previos al golpe palaciego estuvieron marcados por protestas callejeras a favor y en contra del ala militar.

¿Marca esto el final de la transición prevista por el movimiento de protesta?

El levantamiento popular contra el gobierno de Bashir fue encabezado por la Asociación Profesional de Sudán. Marcó el comienzo de la unión política de transición entre civiles y el estamento militar. El acuerdo provisional debía conducir a un retorno al gobierno civil. Pero esta convivencia fue tenue desde el principio, dado el sobredimensionado papel en la transición del estamento militar, que se mostraba reacio a ver a los líderes civiles como un socio igualitario en la gobernanza durante la transición.

Sin embargo, hasta hace poco se había avanzado en la creación de la arquitectura intitucional para la transición. A pesar de los desafíos y la notable tensión entre los signatarios del acuerdo, nunca fue evidente que la disfunción fuera tan grande como para anunciar el colapso de la autoridad de transición.

Por ahora, la transición podría verse interrumpida y, de hecho, temporalmente suspendida. Pero la lección de Sudán es la de nunca excluir a las masas de la ecuación. No se puede subestimar su capacidad para movilizarse y enfrentarse a las fuerzas contrarrevolucionarias.

Negocios inconclusos

El mismo pacto de transición se había basado en ocho protocolos arduamente negociados. Estos incluían autonomía regional, integración del ejército nacional, reparto de ingresos y repatriación de refugiados internos. Había también un acuerdo de repartir cargos en las instituciones políticas nacionales como el poder legislativo y el ejecutivo.

El progreso hacia estos objetivos se encontraba en diferentes etapas de implementación. Se esperaba un progreso más sustancial después del final de la transición. Era en 2022 cuando la presidencia del Consejo de soberanía se debía entregar a un líder civil. Esta intervención militar es claramente egoísta y una toma de poder oportunista.

En noviembre, la presidencia rotatoria del Consejo de transición pasaría del ala militar al ala civil del Consejo. Eso significaba que los militares cederían una fuerte influencia a los civiles. En cambio, con el golpe en marcha, Burhan ha anunciado tanto la disolución del Consejo como la destitución de los gobernadores provinciales. Ha prometido, de manera unilateral, el regreso a gobierno civil en julio de 2023 a través de elecciones nacionales.

Antes de esto, el ala militar había sistemáticamente desafiado la preeminencia de los representantes de la autoridad civil reprendiéndolos públicamente por las fallas y debilidades gubernamentales. Durante los últimos meses ha habido un deliberado intento de criticar duramente al Consejo civil, como si estuviera plagado de divisiones, incompetente y socavando la estabilidad del Estado.

Desde la revolución contra el gobierno de Bashir, los militares se han imaginado a sí mismos como generales con traje. Han seguido ejerciendo el suficiente poder como para, casi, dirigir un gobierno paralelo en tensión con el primer ministro. Esto ha sido evidente cuando los militares han continuado teniendo voz y voto en materia de seguridad y asuntos exteriores.

Por su parte, los funcionarios civiles se concentraron en rejuvenecer la economía y movilizar el apoyo internacional para el Consejo de transición.

Esto no impidió que los dirigentes militares acusaran a los líderes civiles de fracasar en resucitar la debilitada economía del país. Ciertamente la economía continúa luchando con la alta inflación, la baja producción industrial y la disminución de la inversión extranjera directa. Como en todas las economías, las condiciones se han visto agravadas por los efectos de la COVID-19.

Sin embargo, la debilitada economía de Sudán no es suficiente motivo para la intervención militar. Claramente, esto es simplemente una excusa.

¿Qué va a seguir?

El éxito o fracaso de este golpe dependerá de varios factores.

Primero está la capacidad del ala militar para usar la fuerza. Esto incluye un posible enfrentamiento violento con las fuerzas del contragolpe. Esto determinará la capacidad de los militares para cambiar los términos de la transición.

Segundo, si los militares pueden suscitar apoyo público popular de la misma manera que lo hicieron los de Guinea o Egipto. Esto parece ser una difícil tarea dado que el apoyo popular no parece estar cercano.

Tercero, no se puede pasar por alto la capacidad de las masas sudanesas para movilizarse contra las autoridades militares. Masivas protestas callejeras en todo el país y campañas de desafío respaldadas por bien organizados grupos clandestinos derrocaron gobiernos en 1964, 1985 y 2019. Una vez más, podrían presentar una dura prueba para los militares.

Por último, el gusto de la comunidad internacional por los golpes militares está disminuyendo. La capacidad de los militares para superar la presión de los actores regionales e internacionales para volver al status quo podría ser decisiva, dado el necesario apoyo internacional para apuntalar la paralizada economía.

Es posible que la población sudanesa se haya sentido cada vez más frustrada con la capacidad de su autoridad civil para cumplir con las demandas de la revolución. Pero también es cierto que otro golpe para restablecer el gobierno militar no es algo que los manifestantes crean que respondería a los desafíos que enfrentan.

Sudán ha necesitado y requerirá compromiso y buena voluntad política basada en principios para realizar una difícil transición. Esto implicará reveses, pero sin duda una intervención militar en cualquier forma es totalmente contraproducente para las aspiraciones del movimiento de protesta.

David Kiwuwa

Fuente: African Arguments

[Traducción, Jesús Esteibarlanda]

[CIDAF-UCM]

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