Notas y pinceladas desde Bamako, por María Rodríguez

29/06/2016 | Bitácora africana

En junio de 2016 en Bamako una descubre que tiene un poder mágico que desconocía: a los pocos minutos de salir de la ducha y sin necesidad de restregar con la toalla, hacer desaparecer todas las gotitas de agua que decoran el cuerpo. Eso podría pensar si no fuera porque lo que ocurre en realidad es que la media gira en torno a los 45 grados a la sombra, temperatura que tras casi tres semanas, mi cuerpo ya ha admitido, pues sabe que no le queda otra que aceptar que de ahora en adelante será así.

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Como en otros lugares de África visitados, los gallos con el calor se han vuelto totalmente locos y cantan a cualquier hora del día y de la noche. También les ocurre a los imanes de la mezquita que tengo al lado de casa. Durante todo el día, pero sobre todo a lo largo de la tarde, cantan a Alá sin cesar, con un altavoz para que todo el barrio conozca su devoción. Le van a borrar el nombre al Todopoderoso, quien ha decidido castigarme, aún no sé por qué motivo, situando mi temporal casa en Bamako, cerca de tales vecinos.

Así, con gallos que sueñan con ser canarios y en lugar de cantar melódicamente te destrozan el tímpano como un despertador destruye sueños, y unos vecinos que consideran que las cinco oraciones del día, con sus respectivas llamadas, no son suficientes para Dios, me da la bienvenida Bamako.

Bamako es la capital de Malí, un país situado en África occidental, por donde estos meses he decidido moverme en autobús, de país en país. Tras Dakar (Senegal), Bamako es mi segunda parada del periplo, ciudad que encuentro tan misteriosa, compleja y tranquila, que me apetece que sea la última.

Nota: hay gente que me ha pedido que dedique una entrada al viaje en bus desde Dakar a Bamako pero no hay mucho que contar. Un viaje que dura entre 23 y 36 horas, según la buena o mala suerte, ya que depende de las averías que acontezcan al vehículo, de la cantidad de paradas en las aduanas y lo que tarden en registrar o no los equipajes y de lo fáciles o difíciles que se pongan para poner los sellitos en el pasaporte en las fronteras. Yo tuve suerte y lo hice en el mínimo de tiempo: 23 horas en un asiento pequeño con los pies que no encontraban un hueco entre todo el equipaje de los que íbamos en el autobús. Me tocó al lado de un grupo de mujeres que se dedicaron la mayor parte del tiempo a bromear, así que eso fue divertido, aunque me costó encontrar una buena postura para dormir. El autobús era bastante similar a los que conocemos en Europa. Sólo que iba a rebosar. Pero no, no había gallinas ni cabras atadas en los pasillos. (Ostras… igual sí que debería de dedicar una entrada a un viaje en bus…)

Malí es un país cuyo último conflicto comenzó en 2012 (algo que contaré más adelante), situación que ha sido aprovechada por los yihadistas que han convertido el norte del país en su feudo donde se mueven a su antojo a lo largo y ancho del desierto del Sáhara. Bueno, lo cierto es que ya no sólo merodean por aquellos lares. También en el sur se dejan sentir y muestra de ello son los tres grandes atentados a hoteles habidos el año pasado en Sevaré y Bamako.

En realidad no hay día que no haya pillajes o ataques en el norte o centro del país, ya sean de los grupos armados de la guerra que aún no ha terminado, o los grupos yihadistas.

Nota: Bamako está al sur.

Y es por todo eso que en esta ruta africana quise evitar este país. Finalmente, decidí que vendría para acá y estaría una semana. Luego huiría por patas. Poco después decidí que me quedaría un mes salvo que me sintiera insegura y, una vez me puse a buscar casa en la distancia, decidí que dos meses eran necesarios.

Ahora, sin embargo, pienso que me equivoqué. Dos meses es demasiado poco y la inseguridad de estar en un país en guerra y con yihadistas tululando allá y acá, ni siquiera se siente.

Pincelada: El otro día bromeaba con una chica blanca que lleva viviendo aquí ya varios años. Bromeábamos con el clásico: que en el futuro escribiríamos un libro, y que sería algo así:

“En África viví en un país en guerra. Vivía sola en una casita de un barrio popular, antaño del antiguo funcionario que por entonces, ya enriquecido, se había trasladado a zonas más glamurosas y alquilaba sus antiguos hogares. Mi única compañía era un gato blanco con manchas y cola negras que me despertaba maullando a eso de las seis de la mañana, cuando empezaba a salir el sol para que le abriera la ventana y pudiera dormir a los pies de mi cama. Antes me había despertado la llamada a la oración, antes de eso los vecinos que cantaban a Alá durante todo el día y antes de ellos el gallo. No tenía guardián que asegurara la casa, tan sólo un muro con cristales afilados en lo alto en la parte trasera, en la delantera otro muro que amenazaba con caerse, y una puerta acabada en puntiagudos hierros que, de todas formas, los niños saltaban cuando se les colaba el balón”.

Tras narrarnos esta y otras historias estamos de acuerdo. La gente que no conoce Malí y leyera el libro diría: “Wow, qué valiente, qué aventura”. Pero la gente que lo leyera conociendo diría: “Te has colado un poco, ¿no crees?”. No es nada extraordinario y muchos blancos que viven de continuo en África se ríen de que a menudo se utilice la palabra “valiente”.

Nada de lo que cuento es mentira. Pero es cierto que si desde fuera Malí se ve un país inseguro en cualquier parte de su territorio, una vez aquí uno siente que Bamako incluso podría ser ajeno a esa guerra que se mantiene en el norte. Parece que los yihadistas no van a volver a atacar, aunque se sabe que antes o después es muy posible que ocurra. Bamako parece un bunker en el que a veces llueve algo de pólvora y nada más. Puedes vivir aquí sin siquiera pensar que hay guerra a unos cuantos kilómetros, aunque es cierto que no es más que una ilusión óptima. Al ser la capital es evidente que es el centro de operaciones o, al menos, donde se deciden o dejan de decidir ciertos aspectos relacionados con el conflicto.

Pincelada: Tras una semana de adaptación a este país que antes no había visitado y tras otra semana enferma, digamos que también por motivos de adaptación, tengo que decir que Bamako es apetecible. Ya sea por el río Níger que parte la ciudad y los djinns (genios) y sirenas que oculta bajo sus aguas, ya sea por el carácter reposado de la gente y el melódico bámbara –idioma que habla la mayoría de la población. Ya sea por las pequeñas colinas que rodean la ciudad –algo que debo admitir que me sorprendió mucho pensando desde hace tiempo que África occidental era toda llana-. Ya sea por la vuelta al África saheliana, en cuya tierra naranja -a veces rojiza, a veces burdeos- se acomodan sin vértigo mis sandalias de plástico…

Original en : Cuentos para Julia

Autor

  • Rodríguez González, María

    "María Rodríguez nació en 1989 en Baza (Granada). Es licenciada en Periodismo por la Universidad de Málaga y realizó el Master en Relaciones Internacionales y Estudios Africanos en la Universidad Autónoma de Madrid. En noviembre de 2014 se marchó a Burkina Faso para comenzar a hacer periodismo freelance y desde entonces recorre los países de África occidental para intentar comprender y acercar esta parte del continente. Autora del blog Cuentos para Julia, donde escribe sobre África, sus experiencias y reflexiones, colabora con varios medios de comunicación como El Mundo, Mundo Negro y El Comercio (Perú), entre otros"

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