Muchas de mis visitas a Kokorowe y Kumi, pueblecitos bobo-fing, del Oeste de Burkina Faso, coincidieron con ceremonias tradicionales de desagravio a la naturaleza. Daño hecho a los habitantes del río, por vertidos tóxicos, o tala de árboles centenarios que estorbaba el trazado de una carretera. En otras ocasiones me llamó la atención el número de lagunas o riachuelos en la región en los que se veneraba a peces o cocodrilos considerados sagrados. “Yulu-El-Pequeño-Cocodrilo” (1) es la bella historia de la amistad de un niño, y un cocodrilo, que salvaron un pueblo en tiempo de una gran sequía que amenazó la vida de sus habitantes. Es a la vez explicación y lección. Recuerda que el agua es la vida de la tierra y que su conservación pasa por la protección de las especies animales y vegetales
Había una vez un niño que se llamaba Kalo. Nada lo distinguía de sus camaradas de juego. Como algunos de sus compañeros privilegiados, sus padres poseían algunas cabezas de ganado, que él hacía pastar. Sucedió que, un año la estación de lluvias había sido desastrosa. Los pastorcillos tenían que adentrarse lejos, muy lejos en la selva para que sus rebaños pudiesen pastar.
Un día Yalo cerca de un riachuelo que nunca había visto. Allí descubrió un extraño animal parecido a un lagarto. Se acercó interesado dispuesto a satisfacer su curiosidad. Pero, el pequeño reptil, asustado por la presencia del intruso, huyó y se escondió en su agujero.
Cuanto volvió a su casa, interrogó a sus padres sobre el animalillo que había descubierto. Su pregunta quedó ahogada en los lamentos y suspiros de resignación de sus progenitores, muy, muy preocupados, por la escasez de agua que iba a sufrir el pueblo. A la mañana siguiente, Kalo se presentó de nuevo al borde del lejano riachuelo, Se aproximó al agua despacito, despacito, sin hacer ningún ruido. Pero se dio cuenta que sus precauciones eran inútiles. El animalillo lo había visto y lo dejaba aproximarse. Estaba acostado en el agua en le mismo sitio del día anterior. Se observaron intensamente durante un buen momento, hasta que la especie de lagarto volvió a esconderse en su madriguera.
De vuelta al aprisco, Kalo iba muy contento. Tenía el presentimiento que empezaba a nacer una amistad entre él y el gran lagarto de agua. Pero como el clima familiar estaba cargado de tristeza, se quedó en un rincón guardando se secreto.
Al alba como siempre, Kalo llevó sus borregos a la selva, resistiendo a las ganas de ir a ver a su amigo. Aguantó hasta la tarde.Cuando llegó tuvo la impresión que el otro había estado esperando mucho tiempo e hizo algo que lo extrañó. En vez de huir, ganó la superficie y avanzó en su dirección barriendo majestuosamente el agua con su gran cola. Se inmovilizó al borde del agua a un par de metros de su amigo.
En el bis a bis que siguió, Kalo perdió la noción del tiempo. Estaba en el séptimo cielo, del que bajó bruscamente al ver que su amigo hacía un movimiento para sumergirse. En un gesto reflejo, Kalo se tiró al agua y cogió al pequeño reptil por el cuello. Éste se debatió enérgicamente para liberarse, sin conseguirlo. Kalo salió del agua, agarrando al reptil con fuerza.
Esa tarde volvió a casa antes de lo acostumbrado y se precipitó lleno de alegría para enseñar la captura a su padre. Pero su alegría duró poco. Su progenitor enfadado le dio orden de alejar de él “ese feo juguete de niño” y, hasta estuvo a punto de pegarle, cuando lo importunó insistiendo para que le dijera el nombre del animal que tanto se parecía a un lagarto. Sorprendido por la repentina cólera de su padre, fue a la cocina en busca de su madre para presentarle el animal. Con los ojos como platos, ésta le dijo que era un animal desconocido en la región y ciertamente peligroso del que tenía que separarse lo antes posible. Hasta le pidió que lo matara para echarlo en la sopa.
El niño no quiso quitar la vida de su amigo. Lloró por la mala acogida que le habían hecho sus padres y también por el mutismo de su nuevo amigo, del que ignoraba hasta su nombre. Pero, sin desanimarse empezó a buscar un sitio donde esconderlo. Fue entonces cuando su amigo habó por la primera vez:
-Muchas gracias por conservarme la vida. Eres chico bueno y gentil. Me llamo Yulu-El-Pequeño-Cocodrilo. Te prometo que jamás te decepcionaré en nuestra amistad aunque haya crecido. Solamente tienes que escóndeme en un sitio donde haya agua.
Kalo escondió a su amigo en el pozo familiar sin que sus padres los supiesen.
Con la presencia de Yulu-El-Pequeño-Cocodrilo en el pozo, el agua no se agotó nunca. Al contrario, a medida que crecía el pozo ganaba profundidad y agua. Cuando los pozos del pueblo se agotaron cuando el riachuelo se secó, las mujeres venían a buscar agua al pozo del padre de Kalo donde jamás faltó y siempre se mantuvo clara.
Todos los habitantes de pueblo adoptaron a Cocodrilo y lo honraron como a un patriarca.
En la siguiente estación de lluvias dijeron a Kalo que pidiera a su amigo que se instalara en la fuente del río. Para que tuviera una habitación tranquila plantaron muchos árboles y prohibieron cortarlos. Más tarde vinieron otros cocodrilos y junto a Yulu pueblan el río. La gente del lugar conoce su utilidad. No los matan ni los comen. Los protegen de los furtivos. Saben que sin su presencia, conocerán escasez de agua en el poblado.
(1 Herman Philippe Sanon, PALABRAS DE SABIDURIA DE UN CLARO DE LUNA (Recueil des contes du terroir bobo) Edicions Bénévent, Nice ,p. 43
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