De Oriente Medio nos llegan noticias sólo aparentemente contradictorias. «Mantenemos relaciones con países musulmanes y árabes. Son en parte secretas. En general no es eso algo que nos moleste, son ellos quienes prefieren hacerlo en secreto”. Así lo declaró el ministro israelí de la energía Yuval Steinitz a la radio del ejército israelí el pasado mes de noviembre, refiriéndose ante todo a las relaciones con Arabia Saudita. Por otra parte, la semana pasada los saudíes, como muchos otros países manifestaron su oposición a la intención del presidente americano de transferir de Tel Aviv a Jerusalén la embajada de su país. ¿Una de cal y otra de arena? ¿O se trataría más bien de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, siendo el Irán chiita el enemigo común? Después de todo, la existencia de Israel es reciente, menos de un siglo, sicológicamente menos asentada que la animosidad sunita contra la minoría chiita con más de diez siglos de historia.
“Ni siquiera son musulmanes”, les explicaba a los cristianos con los que estaba debatiendo el cordobés Ibn Hazm (994-1064). Para el reformador de la escuela jurídica hanbalí y miembro de la cofradía sufí Qadiriyya, Ibn Taymiyya (1263-1328), los chiitas eran aún más herejes que los judíos y cristianos, y más que muchos politeístas. Hasta el tunecino Ibn Khaldum (1332-1406), que pasó tiempo en Andalucía (se le conoce en España como Abenjaldún), y al que muchos consideran como precursor de la sociología moderna, estaba convencido de que el chiismo está en el origen de prácticamente todas las aberraciones religiosas de su tiempo.
Últimamente ha habido algún conato de ecumenismo inter-musulmán. En 1959, el entonces rector de la prestigiosa universidad teológica egipcia al-Azhar, Mahmood Shaltooth, publicó una fatwa en la que decía: “El Chiismo es una escuela de pensamiento cuyo culto, desde un punto de vista religioso, se puede practicar lo mismo que el de otras escuelas sunitas de pensamiento”. A lo que el pakistaní Faraz Rabbani, conocido por sus esfuerzos en la enseñanza del Islam en Occidente, particularmente en Canadá, añadía: “Kafir (renegado/pagano) es aquel que niega algo esencial de la religión, que no es caso de los chiitas. Quien dice “No hay más Allah (Dios) que Allah (Dios), Mohammed es el Profeta de Allah”, es musulmán. Y los chiitas que declaran eso son musulmanes.
En conjunto sin embargo ha prevalecido la línea dura impulsada por el fundador del wahabismo Muhammad ibn Abd al-Wahhab (1703 1792), que acusó a los chiitas de “shirk” (politeísmo), ya que según él rendían culto a los santos, veneraban las tumbas y adoraban a Ali (yerno de Mohammed y cuarto califa) y Hussein (hijo de Alí). Coetáneo de al-Wahhab, el musulmán indio Sha Waliullah Dehlawi, se oponía tajantemente al pensamiento y culto chiitas, a los que acusaba de llevar al pueblo por el mal camino. Desde entonces, numerosos pensadores saudíes, indios y pakistaníes han seguido atizando el odio hacia todo lo chiita: Los chiitas son kufar [(renegados/paganos] (Manzur N’umani, universitario indio); Está prohibido el matrimonio entre suníes y chiitas, siendo estos ateos y apóstatas (Abd al-Aziz ibn Baz, ulema saudí); Los chiitas son agentes sionistas (Ehsan Elahi Zaheer, ulema pakistaní). Y el iraquí Imam Ash-Sha’bi, refiriéndose a los chiitas mayoritarios en su país llegó a decir: “Son los judíos de esta nación. Odian el Islam lo mismo que los judíos odian el cristianismo”. Todo lo cual contextualiza las noticias que nos llegan semanalmente de ataques a grupos y mezquitas chitas en Arabia Saudita, Bahréin, Pakistán y Afganistán.
Por otra parte, exceptuando los años en los que gobernó en Irán la dinastía Pahlavi (1953-1979), las relaciones entre Israel e Irán fueron siempre malas, si no “peores”. Irán fue uno de los 13 países que en 1947 votó en la ONU contra la partición de Palestina. Votó también en 1951 contra la admisión de Israel en la ONU. Tras la revolución de 1979 se rompieron las relaciones diplomáticas, y desde entonces el régimen iraní se ha negado a reconocer la legitimidad del estado de Israel.
“Arabia Saudí se ha unido a Israel contra Irán”, titulaba The Spectator el 11 de diciembre. La declaración de Donald Trump ha hecho que todos muestren sus intenciones. Hasa Rohani, presidente de la República Islámica de Irán, y Mohamad Alí Jafari, comandante de la Guardia Revolucionaria, han prometido ayudar tanto al Hezbollah libanés como a los palestinos que han comenzado a manifestarse tras la declaración del presidente americano. “Israel y Arabia Saudí tienen la capacidad de parar la marcha iraní y salvar al Oriente Medio del precipicio”, escribía el 15 de diciembre en Newsweek Ron Prosor, antiguo representante de Israel ante la ONU y exdirector general en el ministerio israelí de Asuntos Exteriores. “Arabia Saudí está dispuesta a abandonar a los palestinos con tal de unirse a Israel contra Irán”, había predicho Bethan McKernan, escribiendo desde Beirut para The Independent el 30 de noviembre.
Para embarullar más la situación, además de Irán, Arabia Saudí e Israel, otros contendientes está entrando en el conflicto: la calle y las redes sociales. Estas están protestando con vehemencia contra la presencia de la Federación Israelí de Futbol en el LXVII Congreso de la FIFA que tuvo lugar en mayo en Bahréin; contra la participación de un piloto israelí en una carrera de automóviles en el circuito internacional de Manama, siempre en Bahréin; y contra la participación israelí en un coloquio sobre la mejora de las perspectivas económicas del Oriente Medio, organizado en Qatar. Se ha creado un “Colectivo de la Juventud del Golfo” opuesto a la normalización de las relaciones con Israel y en favor de la causa palestina. Su portavoz Mourad Al-Haiki ha anunciado un próximo congreso en Kuwait. También en Bahréin se ha creado una “asociación para luchar contra la normalización con el enemigo sionista”. Algo parecido ha declarado Mariam Al-Hajiri, miembro del “Grupo de jóvenes qatarís contra la normalización con Israel”.
Eso de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo” funcionó en tiempos pasados Se trata de saber si seguirá haciéndolo ahora que los jóvenes árabes se comunican en las redes sociales y que, desde la Revolución de los Jazmines de Túnez, le han cogido gusto a la calle.
Ramón Echeverría
[Fundación Sur]
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