El desesperado caso de Kais Saied

14/10/2021 | Opinión

El presidente tunecino Kais Saied es una persona incomprensible. Es conservador en su forma de pensar, pero revolucionario en sus prácticas ante la corrupción y los corruptos. Cuando habla se basa en tradicionales referencias islámicas, pero desde que asumió el cargo ha demonizado a los islamistas y los ha convertido en un objetivo de sus ataques. Se pone del lado de la Primavera Árabe cuando habla de las condiciones sociales de las personas y cuando les recuerda quién causó su pobreza y miseria, pero está en contra de la Primavera Árabe y sus lemas en lo que respecta a la libertad de expresión de las personas y su derecho a protestar. Es un dictador en sus acciones y decisiones, pero también un demócrata que respeta la constitución y la ley en sus declaraciones; es un salvador, un dictador y un tirano al mismo tiempo.

Saied es sencillo cuando está pensando o proponiendo ideas y misterioso cuando está callado o frunciendo el ceño. No duda en expresar su respeto por la Constitución, ¡pero no duda en tomar decisiones y firmar decretos que nada tienen que ver con el espíritu de la Constitución que jura respetar e implementar!

El caso de Kais Saied requiere un análisis psicológico más que un análisis político. Saied es un extraño ser político, a la vez atípico y tradicional, atrapado dentro de una caja de puzles difíciles de descifrar. Él es la autoridad y el estado, y ambos están encarnados en el inflado ego de un presidente que recorre el camino del rey francés Luis XIV que solía decir: «Yo soy el Estado y el Estado soy yo«.

Saied se otorga extraordinarios poderes todos los días. Con cada decisión se aleja de la Constitución y acerca a Túnez a volver a ser gobernado por una dictadura anónima. Es un presidente elegido democráticamente, pero gobierna mediante un decreto firmado por él mismo para asumir todos los poderes ejecutivos y legislativos; quería, incluso, hacerse cargo del poder judicial y nombrarse a sí mismo jefe de la fiscalía. Desde su decisión de disolver el parlamento y el gobierno en julio, quedó claro que el enfoque del hombre no era reformista y estaba lejos de ser democrático. Desde que anunció su golpe constitucional, ha estado conduciendo a su país hacia una miserable demagógica y populista dictadura. Él, como dicen los tunecinos, ha liderado el peor golpe y no logrará establecer la peor dictadura.

Saied es el producto de la impactante contradicción entre democracia en papel, que fue establecida por la revolución de 2011 y elogiada por el mundo, y las difíciles realidades de la vida que viven los tunecinos debido a la pobreza, la desenfrenada corrupción y el desempleo. Diez años después de la revolución, los tunecinos, claramente decepcionados por los efectos negativos que tuvo en sus vidas y las resultantes condiciones, decidieron dar su voto a un don nadie; un oscuro profesor a quien nunca se escuchó defender la democracia durante la era de la dictadura de Ben Ali. Ahora quiere imponerse como el único que satisface los deseos del pueblo y el portavoz oficial de su voluntad. Para ello, no solo se está deshaciendo del legado de la revolución tunecina, sino también desmantelando los cimientos del Estado tunecino como el único país en el que la revolución de la Primavera Árabe escapó de los vientos de contrarrevoluciones.

Han pasado dos años desde que Saied fue nombrado presidente y cada día refuerza su control sobre el poder y formaliza su golpe emitiendo excepcionales sentencias y decretos que potencian sus poderes. Después de dos meses de confusión y caos, los tunecinos se dieron cuenta del peligro de regresar a una dictadura que comenzaba a filtrarse en su país a través de decretos promulgados en las últimas horas de la noche y decidieron enfrentarse a esa tiranía saliendo a las calles. Incluso las clases politicas que se habían mostrado cautelosas en sus críticas a la dictadura de Saied durante los dos últimos meses se dieron cuenta de que habían perdido su credibilidad ante los ojos de una gran mayoría de ciudadanos y empezaron a alzar la voz, denunciando el desvío que llevaría el país a la era prerrevolucionaria.

Hoy, Túnez se encuentra en una importante encrucijada: puede derivar hacia la opresión y la tiranía, estableciendo una de las peores dictaduras, aceptándolo como el menor mal que le habría sobrevenido si las políticas de absurdo y corrupción que caracterizaron los últimos diez años hubieran continuado, o puede optar por corregir el camino antes de que sea demasiado tarde y establecer un nuevo sistema que sea más efectivo, preserve el pluralismo y las libertades básicas y garantice al pueblo el derecho al desarrollo económico y a la justicia social.

A la luz de la crisis política y económica del país, las mujeres y los hombres tunecinos no pueden darse el lujo de esperar el cumplimiento de las vagas y turbulentas promesas de su presidente, ya que él sigue perdido dando vueltas en busca de una salida a la situación en la que se ha encerrado a sí mismo y al Estado. El camino a la dictadura, como el camino al infierno, está pavimentado de buenas intenciones. No es suficiente para el presidente Saied decir que respeta la constitución, aplica la ley y lucha contra la corrupción. Los estados fuertes no se basan en la regulación de un individuo, incluso si tiene un carácter fuerte, o más bien un falso carisma. El Estado es un conjunto de instituciones, y estas deben ser del pueblo y para el pueblo, representándolo y defendiendo sus derechos. El mayor desafío, de hecho, en Túnez o fuera, es el futuro de la democrática transformación tunecina, que debe salvarse. De lo contrario, las contrarrevoluciones declararán su victoria y, con ella, llorarán la muerte de la democracia en la región árabe.

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