El cardenal Fridolin Ambongo, arzobispo metropolitano de Kinshasa (RD Congo) y presidente del Simposio de las Conferencias Episcopales de África y Madagascar (SECAM), ofreció el pasado 12 de octubre en Roma una conferencia sobre “Mártires modernos, víctimas de la explotación de los recursos minerales en África: realidades y perspectivas de la Iglesia en salida”. La diserción se inscribía dentro de un seminario web híbrido organizado con motivo del 60 aniversario de la canonización de los Mártires de Uganda.
Durante este encuentro celebrado en Roma y en línea, el cardenal presidente del SECAM levantó el velo sobre las numerosas y difíciles situaciones que viven los “mártires modernos”, especialmente “las personas que sufren y mueren a causa de la explotación de los recursos minerales en África”. En efecto, “la extracción y el transporte de estos minerales desposeen y desplazan a las familias de sus tierras”. Además, “se producen a menudo demoliciones violentas de viviendas, contaminación de las aguas, contaminación del aire, en particular con metales pesados, liberación de cianuro en la naturaleza, con graves daños a los rendimientos agrícolas, ganaderos o pesqueros”. Explotaciones ilegales y situaciones de consecuencias nefastas ante las cuales “la Iglesia no puede permanecer en silencio”.
A continuación, la conferencia completa presentada por el cardenal Ambongo, en Roma, el sábado 12 de octubre de 2024.
Mártires modernos, víctimas de la explotación de los recursos minerales en África: realidades y perspectivas de la Iglesia en salida.
Introducción
Ante todo, quisiera agradecer de todo corazón a la Congregación de los Misioneros de África, también llamados Padres Blancos, por su feliz iniciativa de organizar, con motivo del 60º aniversario de la canonización de los Santos Mártires de Uganda, esta Conferencia sobre el tema “La Sangre de los Santos Mártires, Semillas de Esperanza para una Ecología Integral”. Les agradezco en particular el honor que me han concedido de participar. Siguiendo a los Padres Blancos, expreso mi gratitud a todos los organizadores de este importante encuentro, así como a todos los ponentes. Saludo a todos y cada uno de vosotros que habéis venido aquí, así como a todos los que nos seguís online. “Mártires modernos, víctimas de la explotación de los recursos minerales en África: realidades y perspectivas de la Iglesia en salida” es el tema que me han propuesto. A 60 años de la canonización de San Carlos Lwanga y de sus compañeros, podemos preguntarnos con razón cuáles son los frutos del testimonio de estos valientes mártires de Uganda en el África de hoy. ¿Qué lecciones y qué perspectivas podemos vislumbrar para la Iglesia en salida misionera, ante este gran y formidable desafío que constituye la realidad de los mártires modernos, víctimas de la explotación de los recursos minerales en África? En su proyecto de preservar la casa común, ¿ha aprendido África suficientes lecciones de las torturas sufridas por sus hijos? ¿Cómo podemos celebrar los 60 años de los mártires de Uganda sin mirar a la cara a los mártires de hoy? Para responder a estas preguntas, proponemos un enfoque en tres puntos. Comenzaremos por comprender mejor la realidad del martirio y sus fundamentos teológicos, examinaremos después la realidad de los mártires modernos y terminaremos abriendo perspectivas para la misión de la Iglesia en salida.
I- Los fundamentos teológicos
Recordemos en primer lugar que, en sentido estricto, el mártir es aquel que da testimonio de la verdad de la fe, aceptando la muerte y uniéndose así a Cristo mediante la caridad (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2473). Todo creyente que acepta voluntariamente las consecuencias extremas de los compromisos de su bautismo y que, siguiendo el ejemplo de Cristo, está dispuesto a dar testimonio de su amor a Dios y a los hombres hasta la muerte, apoyándose no en sus propias fuerzas, sino en el Espíritu Santo que autentifica el testimonio del discípulo (Mt 10,20; Jn 15,26-27), está dispuesto al martirio.
Desde la Iglesia primitiva, el martirio mediante el derramamiento de sangre ha sido siempre considerado una gracia de Dios, que despliega su poder en seres humanos frágiles, en la situación precisa de persecución. Quienes han querido provocar el martirio por su propia voluntad para ser aclamados como héroes han sido siempre condenados, porque sería entonces un testimonio de sus propias proezas, y no un testimonio de Cristo mismo.
Precisamente porque la cuestión específica del martirio es el testimonio dado por seres débiles a la persona de Jesús de Nazaret muerto y resucitado, confesado como nuestro único Señor y Salvador, merece plantearse una pregunta: ¿cuáles son los apoyos teológicos que iluminan el testimonio del mártir? Entre los varios pilares teológicos que nos parecen importantes para entender en qué sentido el proyecto de la Iglesia en salida manda tomar teniendo en cuenta a los mártires de nuestro tiempo, conservamos dos: el misterio de la alianza y las semillas de la Palabra.
- 1- El misterio de la alianza
En la economía bíblica, la alianza en la Sangre de nuestro Señor Jesús se prepara a lo largo del tiempo mediante la alianza con Moisés, con Abraham, la alianza con Noé que concierne a toda la humanidad y la alianza con Adán que abarca toda la creación. En otras palabras, la Alianza en Jesús hace a los fieles solidarios con la humanidad, en particular con los que sufren, y con la creación. En consecuencia, el destino de la humanidad y de la creación no puede dejar indiferentes a los cristianos.
- 2- Las semillas de la Palabra
El Prólogo del Evangelio según San Juan atestigua que «la Palabra era la luz verdadera, que ilumina a todo hombre, viniendo al mundo» (Jn 1,9). Los Padres de la Iglesia, como San Justino, han comentado esta afirmación sosteniendo que las semillas de la Palabra han sido plantadas en diferentes tradiciones y culturas. De aquí se deduce que todo lo que hay de verdadero y de justo en los mártires modernos tiene valor para los cristianos (cf. LG 16; AG 9). Por eso la Iglesia mira a estos mártires modernos con profundo y sincero respeto, aunque su expresión sea diversa de la de los mártires cristianos (cf. NA 2). De este modo, los mártires modernos son todas aquellas personas que fueron condenadas a muerte por no haber querido abandonar su tierra, y que pagaron con su vida la defensa de la verdad, de la justicia y de la paz. Jesús se alegraba al ver que los dones de Dios no pueden limitarse a unos pocos privilegiados y extenderse más allá del grupo de sus discípulos. Todo lo que se hace de bueno, de justo, tiene un valor particular y no puede hacerse contra Dios, porque es la realización del bien (cf. Mc 9,38-48). Así, la lucha por la defensa de los pobres, de los explotados y por la salvaguarda de nuestra casa común es una lucha con Dios, una lucha de Dios, una lucha por el hombre creado a semejanza de Dios, una lucha por la creación, obra de Dios y esta lucha tiene sus víctimas (sus mártires). Examinemos las expresiones de estos mártires modernos.
II- Las expresiones de los mártires modernos en África
- 1- Los mártires de la defensa de los valores (morales)
En defensa de la verdad, muchas personas arriesgan su vida en África. Entre ellas se encuentran, entre otras, personas que defienden valores nobles. Recordemos que Charles Lwanga y sus compañeros perecieron porque se negaron a ceder a las prácticas innobles exigidas por el rey. El martirio de Bakanja y Anuarite es un rechazo a negociar, en lo más profundo de sus corazones y de su comportamiento, la verdad de la verdadera dignidad humana revelada en Jesucristo. Los mártires eligieron glorificar a Dios en sus cuerpos mediante la no divinización de estos cuerpos; Eligieron glorificar a Dios en lugar de glorificar sus cuerpos entrando en el juego de falsificación de la grandeza humana que proponen quienes tienen el poder político, económico, cultural o militar en este mundo. Los mártires de la verdad se negaron a reducir el Reino de Dios a una cuestión de privilegio social, de ropa, de vestimenta, de bienestar material, de poder. El contexto de este martirio es el de la defensa de los valores cristianos frente al poder y, por tanto, de la dominación o explotación de los débiles.
- 2- Mártires de la minería en África
Muchas personas sufren y mueren a causa de la explotación de los recursos minerales en África. La extracción y el transporte de estos minerales desposeen y desplazan a familias de sus tierras. A menudo hay demoliciones violentas de viviendas, contaminación del agua, contaminación del aire con metales pesados, liberación de cianuro en la naturaleza, con graves daños a los rendimientos agrícolas, ganaderos o pesqueros. Así, el posible crecimiento macroeconómico que trae esta explotación no mejora en la mayoría de los casos el nivel de vida de las comunidades afectadas. La renta per cápita se reduce sensiblemente, mientras que sólo un pequeño grupo de personas se enriquece. Pero eso no es todo. Mencionemos también lo que ocurre con los minerales de la sangre.
El balance de muertes por la explotación de minerales de la sangre es muy alto en África. En realidad, la explotación de minerales críticos (estaño, tantalio, oro, tungsteno, etc.) y minerales de la transición energética (litio, níquel, cobalto, etc.) da lugar a conflictos armados en varias regiones africanas. Estos minerales están presentes en las baterías de los vehículos eléctricos, los teléfonos inteligentes, los ordenadores portátiles, etc. De hecho, bajo la instigación de las multinacionales, grupos armados encerrados en un círculo vicioso de lógica financiera se enfrentan en varias regiones africanas. La guerra permite el control de las diferentes minas, al mismo tiempo que la venta de minerales se utiliza para financiar la guerra. Esta exportación aumenta el riesgo de guerra, ya que apoya la financiación de los grupos armados, aumenta la corrupción de la administración, alimenta el sentimiento secesionista de las poblaciones que se sienten abandonadas y hace vulnerable a la población indígena. Todo este mecanismo tiene como objetivo crear un caos generalizado que impide especialmente el desarrollo de la población directamente afectada. El caso de la República Democrática del Congo (RDC), mi país, es flagrante ante la paradoja de “la abundancia de recursos de los que abunda el país y la pobreza de la población congoleña”. A raíz de los conflictos provocados por la explotación de estos recursos naturales, los obispos congoleños hicieron esta declaración:
“En lugar de contribuir al desarrollo de nuestro país y beneficiar a nuestro pueblo, los minerales, el petróleo y los bosques se han convertido en las causas de nuestra desgracia. ¿Cómo podemos comprender que nuestros conciudadanos se vean, sin compensación ni indemnización, despojados de sus tierras, a causa de las áreas concedidas o vendidas a tal o cual operador minero o forestal?”.
¿Es aceptable que los trabajadores congoleños sean tratados aquí y allá sin tener en cuenta sus derechos y su dignidad [1]? …
En la República Democrática del Congo, en el espacio de 30 años, la guerra ha provocado más de 8 millones de muertos y 7 millones de desplazados. Actualmente hay más de 100 grupos armados que siembran el terror. Por eso, vivir en regiones ricas en recursos minerales está plagado de grandes peligros: conflictos, expropiaciones, enfermedades respiratorias, analfabetismo, etc.
En estas regiones se levantan, pues, cristianos y no cristianos, hombres y mujeres, laicos y consagrados que no se cruzan de brazos ante esta tragedia y que, arriesgando su vida y en nombre de los valores cristianos y humanos, denuncian estas situaciones, luchan por la justicia social, la paz, la dignidad humana y la salvaguardia de nuestra casa común. Muchos pierden la vida y la tierra se sigue regando con la sangre de estos mártires modernos. ¿Qué lecciones se pueden sacar?
III- Perspectivas para la misión profética de la Iglesia en salida
Hoy en día, en África hay más de 28 conflictos armados. 15 países africanos son los más paralizados por estos conflictos: Sudán, RDC, Somalia; Sudán del Sur, Nigeria, Etiopía, Burkina Faso, RCA, Camerún, Mozambique, Malí, Eritrea, Chad, Níger, Burundi. Se estima que 40,4 millones de africanos han sido desplazados por la fuerza. Un serio desafío para la Iglesia en un camino sinodal que escucha el clamor de los pueblos.
Más que nunca, nuestros países se han convertido en el campo de batalla, de varias batallas, donde la consigna parece ser el enriquecimiento a cualquier coste y a cualquier precio, la “maximización de los ingresos obtenidos a través del sudor de los demás, especialmente de los pobres que son explotados”. No nos engañemos: en esta empresa, cristianos y no cristianos tienden a formar lo que San Pablo llama “un equipo heterogéneo”.
El martirio de Charles Lwanga y sus compañeros, el de Anuarite y Bakanja y otros mártires de África, está rodeados por la realidad de la violencia engendrada por la guerra y la sed de poder y de bienes materiales, por la voluntad de poder, que no es sólo voluntad de humillar, sino sobre todo de aplastar, por la voluntad de gozar con prácticas contrarias a la moral cristiana.
Ciertamente, los conflictos generados por la explotación de los recursos provocan desórdenes que llevan a la muerte prematura de muchas víctimas (cf. LS 48). Sin embargo, frente a todas estas víctimas de la explotación de África, la Iglesia debe ejercer con valentía su misión profética denunciando las injusticias, apoyando la lucha de los más débiles y proponiendo caminos para una verdadera reconciliación. La Iglesia no puede permanecer en silencio ante esta explotación ilegal de los recursos minerales que genera guerras y violencias que desgarran el tejido social de nuestros países y ponen en peligro su futuro. En efecto, desde hace más de un decenio nuestros países se han convertido en teatro de conflictos y guerras, que siembran destrucción, desconcierto, lágrimas, sufrimiento y muerte. Frente a esta violencia devastadora y homicida, ¿cómo podemos celebrar con alegría y júbilo un aniversario tan grande como el de los 60 años de los mártires de Uganda, sin reflexionar juntos sobre esta tragedia? ¿Cómo podemos pensar en el futuro de nuestras Iglesias sin mirar a la cara a tantas personas que han envejecido prematuramente a causa de las condiciones de vida infrahumanas, sin ver estos rostros de desplazados desfigurados por el hambre, sin escuchar los gritos estridentes de estas mujeres violadas, sin oír el clamor de estos niños que trabajan en las minas y de estos jóvenes masacrados gratuitamente por los señores de la guerra apoyados por lobbys internacionales en busca de riqueza? ¿Hasta cuándo nuestras Iglesias, nuestras misiones cristianas, dejarán sin respuesta soluciones a los graves interrogantes que plantea la lógica asesina que diezma a las poblaciones civiles? Entendemos aquí el profético y patético llamamiento del Papa Francisco durante su visita a la RD del Congo: ¡Quitad las manos de la RD del Congo! ¡El Congo no es sólo una mina para explotar!
Está claro. Evitando todo silencio, corresponde a nuestras Iglesias redescubrir la lección que emerge ante estos dramas y tragedias provocados por la explotación de los recursos que poderosas multinacionales roban a los países pobres (cf. LS 95).
La Iglesia actúa como el Buen Samaritano. Debe estar al lado de las víctimas marginadas abandonadas en la cuneta trabajando pacientemente por su curación, por su salida de la pobreza (cf. FT 71). Esta misión exige que la Iglesia implemente una educación ambiental adecuada y mecanismos de participación de las comunidades locales en la gestión responsable del patrimonio ambiental. Pero la Iglesia debe ejercerla sobre todo ante los que toman las decisiones, tanto a nivel nacional como internacional, para encontrar soluciones a los conflictos actuales y prevenir o afrontar las oportunidades que puedan provocar nuevos conflictos (cf. LS 57).
Conclusión
Al celebrar el 60 aniversario de los mártires de Uganda y frente a las tragedias de los mártires de hoy, es importante que a su vez continuemos la lucha de todos estos mártires actualizándola en nuestros diversos contextos y en la dinámica de la sinodalidad que llama a nuestra Iglesia a caminar juntos como pueblo de Dios y como una gran familia humana guiada por el Espíritu Santo, en la oración, la reflexión teológica y la práctica pastoral.
Nos corresponde como Iglesia, a pesar de todas estas tragedias, seguir transmitiendo constantemente el mensaje de esperanza en Jesús resucitado. La esperanza cristiana es algo muy distinto de las esperanzas ilusorias. La esperanza cristiana está habitada por la sencilla convicción de que el futuro tiene un rostro y un rostro deseable, aunque no conozcamos sus características. Por tanto, también considera que la forma en que se da el presente no es única ni cerrada en sí misma. Es posible algo más, que debe movilizarnos para afrontar el tiempo presente y sus dificultades. Fortalecida por esta esperanza cristiana, la Iglesia participa en la transformación de nuestras sociedades.
Que el Señor, por la gracia y la intercesión de los Mártires de Uganda, sostenga y consuele a las comunidades duramente probadas por los conflictos. Que inspire a los diversos responsables de las decisiones los caminos del diálogo y de la reconciliación. Que nos comprometa a todos a dar nuestra contribución al desarrollo integral de todas y cada una de las personas.
[1] CENCO, “VINO NUEVO, Odres nuevos” (Mc 2, 22) No defraudéis las expectativas de la nación, Mensaje de la Conferencia Episcopal Nacional del Congo con ocasión de la 43 Asamblea Plenaria, Kinshasa, Edición de la Secretaría General de la CENCO, n. 11. L
Cardenal Fridolin AMBONGO, ofm cap
Arzobispo metropolitano de Kinshasa, RD Congo
Presidente del Simposio de las Conferencias Episcopales de África y Madagascar (SECAM)
Fuente: SECAM
[CIDAF-UCM]