La noticia de que al menos 300 personas han muerto en Mozambique por la violencia desatada tras las elecciones es un recordatorio brutal de que la democracia, en muchos lugares del mundo, sigue siendo frágil y sangrienta. Las cifras no son solo números; son familias destrozadas, comunidades enteras sumidas en el miedo y un país que, una vez más, ve cómo la disputa por el poder se cobra vidas inocentes.
Es desgarrador que, en pleno 2025, la política siga resolviéndose con machetes y balas en lugar de con diálogo y urnas. Mozambique lleva décadas luchando por estabilizarse, entre conflictos armados y tensiones políticas, y esta escalada de violencia postelectoral demuestra que las heridas del pasado siguen abiertas. La comunidad internacional no puede limitarse a condenar y seguir de largo; hay vidas en juego y una paz que se desmorona.
Pero más allá de los llamamientos a la calma, hay que preguntarse; ¿por qué se repiten estos ciclos? ¿Dónde están los mecanismos para evitar que cada elección se convierta en una cuenta de cadáveres? La democracia no puede ser solo un ritual cada cuatro años; tiene que construirse con justicia, inclusión y, sobre todo, con la firme convicción de que ninguna victoria electoral vale una sola vida. Mozambique merece más que esto. El mundo debería estar mirando.
Javier Moisés Rentería Hurtado
CIDAF-UCM