La excepción francesa en Ruanda

1/09/2021 | Opinión



«El error más compartido en Francia consiste en que querer ganarse los favores, para hacerse perdonar, de un redentor al que no se mira de frente: el FPR, convertido en régimen de Paul Kagame, el hombre que dirige desde hace 27 años Ruanda”

Stephen Smith, irritado por la cobertura mediática de la reconciliación franco-ruandesa, tras la publicación de los informes Duclerc (para Francia) y Muse (para Ruanda), denuncia el acercamiento emprendido por los dos países a fin de negociar un compromiso histórico y ataca el régimen de Paul Kagame.

De Mitterand a Macron, cuando todo parece haber cambiado con relación a Ruanda, hay de hecho una continuidad: ayer en el silencio de quien no quería saber, hoy en el tumulto en torno a sus responsabilidades en el genocidio de 1994, Francia es una excepción entre los países democráticos al apoyar hasta el final, nuevamente, una dictadura en Ruanda.

Me explico. El 11 de junio de 1992, atraje la atención sobre “La guerra secreta del Eliseo en África del este”, título de mi reportaje publicado en Libération. Lo que me sorprendía entonces no era tanto que París interviniera en Ruanda – las intervenciones militares en África no eran algo extraordinario y no lo siguen siendo hoy – sino que este compromiso no fuera objeto de debate en Francia. ¿Con qué fin y con qué medios había que apoyar el régimen del presidente Habyarimana? Ciertamente, se trataba de una dictadura, entre otras, en un África francófona con soberanía siempre limitada, a pesar del fin de la guerra fría y treinta años de independencia. Pero el contexto estaba minado por el conflicto – en Burundi y Ruanda, desde varias generaciones – entre hutu y tutsi. Independientemente de la naturaleza de esta división, étnica o social, me parecía peligroso ignorar ese pasado violento, todos esos muertos en la región que pesan mucho en el cerebro de los supervivientes.

A principios de los años 1990, Francia era la única que “se ocupaba” de Ruanda, donde la diáspora tutsi se había lanzado a la reconquista del país desde Uganda, país vecino. Bélgica, antigua potencia colonial, había abdicado de sus prerrogativas o responsabilidades históricas – según se mire – mientras los EE.UU. y Gran Bretaña apostaban por “los nuevos líderes” en África, jefes rebeldes supuestamente mutados en hombres de Estado. El ugandés Yoweri Museveni, que había tomado el poder en 1986 a la cabeza de una fuerza constituida, en una quinta parte de sus efectivos, por tutsi, era el icono del nuevo liderazgo. Que su país sirviera de rampa de lanzamiento del ataque contra Ruanda, que armara y aprovisionara al Frente Patriótico Ruandés (FPR) dirigido por Paul Kagame, era algo que Washington y Londres no se lo reprochaban. De ese modo, en la búsqueda de una solución negociada del conflicto ruandés, no se ejercía ninguna presión exterior sobre el FPR y sobre su padrino ugandés para que hicieran la paz.

Responsabilidades

En esas condiciones, los ruandeses pudieron matar a 800.000 compatriotas. Que, desde 1994, su fracaso en prevenir el genocidio de los tutsi sea continuamente reexaminado en Francia es, trágicamente, fácil de comprender: sean cuales sean sus fallos cometidos en Ruanda – fallos o errores ya que una “complicidad” acaba de ser descartada, ya volveré sobre ello – Francia no puede sino atormentarse por una empresa de exterminio que arroja su sombra sobre todo lo que la ha precedido sin haber puesto barreras a ello. Por otra parte, ¿es más infamante haber tratado de impedir, vanamente o ciegamente, este drama que haber ignorado los progromos por indiferencia para salvar sus alianzas en la región? No lo creo. Los EE.UU. y Gran Bretaña o, por ejemplo, Alemania, cargan con la misma responsabilidad que Francia: la no-asistencia a personas en peligro.

París y Kigali acaban de negociar un compromiso histórico. Han cuidado las formas, tan es así que su gestión ha podido pasar por una búsqueda de la verdad. Ahora bien, dos informes hechos a petición no hacen historia. Paul Kagame encargó a un gabinete de abogados americano que hiciera una investigación que ha concluido que “el Estado francés no era ni ciego ni inconsciente”. Emmanuel Macron escogió a voleo investigadores – Vincent Declert le venía mejor que Stéphane Audoin-Rouzeau y el objetivo era lustrar el pasado, por lo que era preferible elegir no-especialistas de Ruanda – para un informe que señala “pesadas y abrumadoras responsabilidades”. Perífrasis para evitar la palabra que incomoda, a saber, “complicidad” en el genocidio, algo de lo que Kagame acusaba a Francia.




¿Es verdaderamente noble hacer la paz con Kigali? Como el marco temporal fijado se limita al periodo 1990 y 1994, la comisión Duclerc se contentó con asumir el discurso del FPR, que entonces afirmaba haber tomado las armas para instaurar la democracia en Ruanda. Sus investigadores – que releen toda la historia reciente a la luz retroaclarante de sus trágicas consecuencias – no buscan saber si esta promesa se ha cumplido después de treinta años”.

El presidente ruandés, para asesorarse en un ejercicio en el que la verdad podía ser un medio pero no la finalidad, hizo la mejor opción. El informe que le dieron es profesional, hasta el punto de ser una muestra de querer basarse en fuentes francesas. Pero, los tres documentos solicitados a París por los abogados americanos no fueron suministrados, a pesar de “la transparencia total” prometida. La comisión Duclerc, que tampoco tuvo acceso a todos los archivos, se descalificó a sí misma: cuando se quiere escribir la historia “con plena independencia”, pero se acepta estar en una misión solicitada por París y se declara, en Kigali, que “el Presidente Kagame no ha pronunciado ninguna crítica sobre nuestra Comisión”, cuando no se entrecruza sus fuentes (¿imaginemos, por ejemplo, la intervención de los EE.UU. en Irak a partir exclusivamente de los archivos americanos?), y, en fin, cuando se elabora un informe cuyos capítulos, tras 964 páginas, no apuntalan la conclusión, el fracaso queda consolidado. Si apenas ha revelado algo, es a causa del objetivo político perseguido, “el apaciguamiento”, juzgado como algo noble.

Pero, ¿es verdaderamente noble hacer la paz con Kigali? Como el marco temporal fijado se limita al periodo entre 1990 y 1991, la comisión Duclerc se contentó con asumir el discurso del FPR, que afirmaba entonces haber tomado las armas para instaurar la democracia en Ruanda. Sus investigadores – Sus investigadores – que releen toda la historia reciente a la luz retroaclarante de sus trágicas consecuencias – no buscan saber si esta promesa se ha cumplido después de treinta años. Ahora bien, si Francia es responsable de sus actos “antes, durante y después del genocidio”, ¿no debe serlo del mismo modo el FPR?

Errores

La tarea es menos fácil en Francia que en otros sitios. En los medios franceses, “el trabajo de memoria” en el tema de Ruanda es más poderosos que el seguimiento de las actualidad de este país. No era necesariamente el precio a pagar para responder a un imperativo moral y político – la prensa habría podido trabajar, a la vez, sobre el pasado y el presente – pero así sucedió; todo el mundo ha podido constatarlo a lo largo de las páginas y emisiones. Es lo que hace de Francia el país en el que la búsqueda de la verdad sobre su pasado en Ruanda eclipsa la búsqueda de la verdad sobre el presente de Ruanda. El resultado confunde. Desde hace un cuarto de siglo, numerosos artículos de prensa han engordado la sospecha de una participación activa de Francia en el genocidio. La comisión Declert ha descartado semejante “complicidad”. En consecuencia, ha invalidado el trabajo de investigación de los medios que, no obstante, han saludado su informe – el desmentido de “sus revelaciones” – como un “progreso”. ¡Busquen el error!




“No hay libertades públicas, ni oposición o prensa independiente, ni Estado de derecho; nada que escape al control del presidente, comenzando por su cámara registradora de su voluntad, cuya paridad entre hombres y mujeres no hace de ella un parlamento digno de ese nombre. En Ruanda no hay bolsas de plásticos en las calles, pero en Ruanda se mata más que en cualquier otro sitio en África”.

El error mejor compartido en Francia consiste en querer absolutamente ganarse los favores, para hacerse perdonar, de un redentor al que ni se mira de frente: el FPR, convertido en el régimen de Paul Kagame, el hombre que dirige Ruanda desde hace 27 años. Fue reelegido en 2017 con el 98,8 % de los votos y, al haber sido modificada la constitución para ello, podrá permanecer en el poder hasta 2034. En su país no hay libertades públicas, ni oposición o prensa independiente, ni Estado de derecho; nada escapa al control del presidente, comenzando por esa cámara/caja de resonancia, cuya paridad entre hombres y mujeres no la convierte en un parlamente digno de ese nombre. En Ruanda no hay bolsas de plástico en las calles, pero en Ruanda se mata más que en cualquier otro sitio de África.

do_not_disturb_michela_wrong_cubierta.jpgEn un libro que acaba de aparecer, Do Not Disturb, la periodista británica Michela Wrong ha investigado sobre los comandos de la muerte que el presidente ruandés envía al mundo entero – del Reino Unido a Sudáfrica, pasando por Bélgica, Francia o Kenia – para eliminar a sus antiguos colaboradores que han roto con él. Desde 1998 ha sido asesinado de ese modo Seth Sendashonga, que durante los 13 meses en los que ocupó la cartera de ministro del Interior, había dirigido 760 cartas a Kagame – dos cada día, todas ellas sin respuesta – para documentar y denunciar ejecuciones sumarias y detenciones arbitrarias. Entre los exiliados en el punto de mira figuran, entre otros, el ex-jefe del ejército ruandés, el antiguo fiscal general de Ruanda y el ex-secretario general de la presidencia.

ADN

Michela Wrong se interesa particularmente en el caso de Patrick Karegeya, antiguo director del servicio de inteligencia ruandés y – en una función todavía más secreta si cabe – jefe del “Desk Congo”, la instancia de coordinación en Kigali para el pillaje del este de la República democrática del Congo (RDC). Fue estrangulado la noche de San Silvestre de 2013 en una habitación de un hotel sudafricano. En el pomo de la puerta exterior pendía el letrero “Do not disturb” (Se ruega no molestar). Wrong ha elegido ese título para su libro, a modo también de autocrítica: durante mucho tiempo, ella misma no había querido ver; había concedido al FPR el beneficio de la duda; igual que lo habían hecho el New York Times, Foreing Affairs, The Economist o The Guardian, que ahora, todos ellos, le rinden homenaje por su trabajo de investigación. A la vista de la larga lista de los disidentes asesinados, Wrong escribe: “es difícil no llegar a la conclusión de que el FPR de hoy tiene el asesinato inscrito en su ADN”.

En Francia, semejantes palabras serían juzgadas en la frontera y al borde del “negacionismo”, ya que una gran parte de la opinión pública – ¿o debería decir de la opinión publicada? – está persuadida de que “cargar” contra el FPR es disculpar a Francia y “relativizar” el genocidio contra los tutsi. Testimonio de ello es la acogida – generalmente favorable – de “La Traversée”, el libro de Patrick de Saint-Exupéry publicado en marzo pasado. De sus 318 páginas, 162 están consagradas a Ruanda, país en el que el autor no encuentra rasgo alguno de dictadura (aunque plantea la cuestión directamente a un conductor de taxi). En la otra mitad del libro, se fabrica un esperpento luego demolido: “la tesis del doble genocidio”, presentada como una “vergonzosa mentira” que habría sido inventada para confundir a las víctimas del genocidio de 1994 con los refugiados hutu asesinados por el ejército del FPR en el antiguo Zaire en 1996-1997.




“La sombra del genocidio ha cubierto durante mucho tiempo los crímenes del FPR, no solamente en Francia. En todas partes, la culpabilidad por lo que sucedió en Ruanda en 1994 ha enturbiado la mirada por lo que sucede desde entonces en ese país. Pero, en otros lugares excepto en Francia, el debate sobre Ruanda – siempre contradictorio, ¡afortunadamente!- se inclina cada vez más por una toma de conciencia del “recurso/capital político” que constituye para el poder de Paul Kagame la mala conciencia internacional”.

Sobre esas masacres de hace un cuarto de siglo, Patrick de Saint-Exupéry interroga, a manera de “contra-encuesta” y al azar de sus encuentros, a 7 de los 17 congoleños citados en su libro. Algunos recuerdan lo sucedido más o menos vagamente, pero ninguno sería capaz de calificar aquellos crímenes – entonces, el autor, a falta de “genocidio”, sigue su camino. No va a ninguno de los numerosos lugares identificados por Amnistía Internacional, Human Rights Watch, Médicos Sin Fronteras, etc. – la lista es más larga – por cinco equipos móviles de investigadores de las Naciones Unidas tras un año de trabajo sobre el terreno, por más de un millar de testigos escuchados, por más de 1.500 documentos estudiados. En su informe publicado, la ONU estimaba en torno a 200.000 el número de hutus asesinados – hombres, mujeres y niños, entre los que seguramente había genocidas. A la vista de su persecución a través de la selva ecuatorial, cerca de 1.500 km., en una matanza indiscriminada, la ONU no había excluido que pudiera tratarse de “actos de genocidio”.

¿Qué importa más, el calificativo o los hechos, la palabra o los muertos? En mentes balcanizadas, la ONU puede tener razón en Srebrenica, donde vio en la masacre de 8.000 bosnios “un genocidio”, y equivocarse en el Congo, donde permitiría a Francia disculparse por sus actos – fallidos o peores – en Ruanda, en la confusión de las fosas comunes. O algo más grave, se puede instruir el proceso de una ceguera culpable frente al genocidio en Ruanda, asumiendo culpablemente “lecciones del pasado” que no habrían sido aprendidas y, al mismo tiempo, sostener que la falta de democracia que, ayer, condujo a lo peor, sería, hoy, una necesidad para impedir su repetición.

“Merci, Congo”

La sombra del genocidio ha cubierto durante mucho tiempo los crímenes del FPR, no solamente en Francia. En todas partes la culpabilidad por lo que sucedió en Ruanda en 1994 ha enturbiado la mirada por lo que sucede desde entonces en ese país. Pero, en otros lugares excepto en Francia, el debate sobre Ruanda – siempre contradictorio, ¡afortunadamente!- se inclina cada vez más por una toma de conciencia del “recurso/capital político” que constituye para el poder de Paul Kagame la mala conciencia internacional. No se trata de un “régimen tutsi” que habría que proteger contra “el regreso al poder de los hutu”. Se trata de una dictadura cada vez más personalizada y, por añadidura, de un régimen corrompido, salvo por el hecho de que la corrupción está organizada en el país: a través del holding Crystal Ventures y el saqueo del este de la RDC, cuyas riquezas mineras irrigan los nuevos barrios acomodados de Kigali, apodados “Merci Congo”.

El régimen de Paul Kagame es el peor de África, y de lejos el más sanguinario. La política de apaciguamiento hacia él que persigue Emmanuel Macron, sobre los rastros de Nicolas Sarkozy pero con más audacia, tiene el objetivo de situar a Francia al abrigo de perpetuas acusaciones, de dejarle las manos libres en África. Pero Francia está bien colocada para saber que al ligarse con los opresores del continente, aunque fuera para conducirlos al arrepentimiento, para salvaguardar «la estabilidad» o para desbaratar “trampas memorialísticas”, corre el peligro de ensuciarse las manos. O incluso algo peor.

Stephen Smith

Fuente: La Tribune franco-rwandaise

[Traducción, Juan Luis Iribarren]

[Fundación Sur]


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Autor

  • Antiguo periodista encargado de África en Libération y luego en Le Monde. Autor exitoso y profesor en la Universidad de Duke, en los EE.UU. Durante su carrera ha tratado ampliamente la cuestión del genocidio de 1994 en Ruanda.

    Fuente imagen: Duke University

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