Una librería ambulante en nuestras capitales

20/04/2017 | Cultura

Las librerías con pregoneros, ¿las conocen?

En un texto publicado en la togolesa editorial Awoudy, el escritor belga Charles Manian ofrece esta representación de la ciudad de Lomé:

«Lomé, es la ciudad en todas partes. Los coches cirdulan por las grandes vías en las calles de arena negra, grasosa, aceitosa. Lomé es una multitud incesantemente recomenzada que se aglutina en el Gran Mercado, hay millares de tiendas, hay de todo: telas, arroz taiwanés, fregaderos alemanes, bidés sudafricanos, tiendas con tres artículos o con tres mil, el olor a carne frita, olores espesos en el calor más sofocante aún con esta multitud densa, bulliciosa. Ropa usada, bolsos de cuero sintético colgados en una vitrina de madera mal afirmada, puesta sobre una vereda inundada, invisible, sumergida, plátanos, piñas, refrigeradores de segunda mano en Petit à Petit y a veces una gran fachada acuchillada por una dudosa escritura: no vender. Lomé vende de todo» (Mélacondo, 2013, p. 16)

La capital togolesa no es la única que vende de todo en todas partes. Cotonú, Uagadugú, Lagos, Dakar, Accra…, muchas capitales africanas saben de la misma realidad: la proliferación de comerciantes ambulantes con técnicas de venta a veces hilarantes, a veces molestas, en todos los casos teatrales. Entre estos comerciantes ambulantes, emerge cada vez más un personaje que merece atención: el vendedor de libros ambulante.

En la librería como en el teatro

librero_ambulante.jpgNoviembre de 2013 en Uagadugú. El hotel de la ciudad fue testigo de un joven hombre que me convenció de comprar La aventura ambigua que sacó de una pila de libros de bolsillo. «Es un buen libro, le encantará», me había soltado antes de añadir que un «chico de África se las da de filósofo europeo y como nadie lo entiende, se le encargó a un loco asesinarlo».

Febrero de 2012, Cotonú al atardecer. El hombre que me detuvo en el cruce «Sacre Coeur», tenía el brazo izquierdo cargado de alimentos para el espíritu. Le saqué La secretaria particular para evitar a Jean Pliya dolores de cabeza, debido a los fuertes comentarios del amigo comerciante.

Noviembre de 2015, Lomé. En un bar, en el más amplio sentido de la palabra, un joven hombre logró venderme Obras poéticas de Senghor. Un trato fácil, declamó Mujer desnuda, mujer negra… con una sorprendente teatralidad. El joven hombre me hizo pensar en muchas cosas…

Pensé en la parte de lo teatral en el comercio y los negocios. Pensé en Bernard-Marie Koltès, En la soledad de los campos de algodón. Solo cuenta el objeto de la transacción. La gestión del vendedor consiste en captar el deseo del comprador. La identidad de este pasa a segundo plano. Por lo tanto, hay que imaginar por ejemplo el bochorno de este autor togolés: «Una vez, recuerda, un vendedor de libros ambulante trató de venderme mi propio libro».

También pensé en los vendedores de libros de la Universidad de Lomé y de otros lugares de la ciudad, que exponen en el mismo suelo ocre cubierto de plástico, libros de todo género. «Una librería por tierra», según la fórmula popular, donde a veces la voz molesta del comerciante deja caer estas palabras «tres libros por el precio de uno».

La literatura hecha por todos

¿A qué nivel estos actores casi anónimos participan en la economía del país? ¿Cómo obtienen los libros que venden? ¿Qué lugar ocupan realmente en la cadena del libro? Es necesario imaginar que estas preguntas suscitarán interés ante las personas autorizadas. Por el momento, podemos estar satisfechos de que el vendedor de libros ambulante entró en la ficción literaria. Una lectura de La sombra de lo que vendrá de Kossi Efoui puede convencernos. Su personaje Axis Kémal «tenía una librería, El muelle de los libros antiguos, cuya especialidad no eran libros antiguos estrictamente hablando, del tipo que aprecian los aficionados a la imprenta, encuadernación, pergaminos y autógrafos, sino de los volúmenes de segunda, tercera, décima mano que constituían lo esencial del stock y justificaban el letrero». (p. 59). El vendedor de libros Kémal sabe quedarse en el lugar, pero también sabe ser ambulante y comerciante a viva voz, para él una forma de llevar el libro a la dieta diaria de los humanos. Escuchemos al narrador contar su saga:

«Comencé a abandonar las clases para cuidar la tienda de Axis Kémal, El muelle de los libros antiguos, mientras que él partía con un stock de libros en una bicicleta tan resistente como un asno…» A veces, me juntaba con él en un patio de la escuela donde él tenía autorización de exponer sus libros y arengar a los alumnos como un vendedor de frutas, para «hacerles probar», como él decía, cuando hacía lecturas en voz alta al micrófono, de pie sobre su amplificador que servía de teatro, invitando a los alumnos a imitarlo tomando su lugar en la «más pequeña escena del mundo». Los alumnos sonreían, aplaudían, esperaban el final para abalanzarse sobre los comics». (pp. 57 – 58).

Parecía que uno de los deseos de Ducasse fue ver la literatura hecha por todos. El vendedor de libros ambulante sería de hecho una articulación de este deseo. Escribirla, promoverla, transmitirla forma parte del «hacer»… siempre y cuando cuidemos de no mezclar a los niños con la “¡venta!”

Anas Atakoraa

Fuente: L’Afrique des idées

[Traducción, Jeimy Henríquez Cáceres]

[Fundación Sur]


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