Solemos asociar el concepto de escuela privada con el de los mayores costos educativos posibles. Recuerdo que, cuando mis hijos estaban en edad escolar, concurrían a una de las llamadas escuelas modelo C*, en parte porque en la zona donde vivíamos había varias instituciones de esa categoría excelentes y en parte porque, aunque hubiese querido enviarlos a una escuela privada, simplemente no habría podido pagar las altas cuotas mensuales que éstas cobraban en Puerto Elizabeth. La razón por la cual dichas cuotas son tan altas tenía (y sigue teniendo) sentido: las escuelas privadas no son subsidiadas por el Ministerio de Educación y deben generar los fondos necesarios para su funcionamiento a partir de una administración independiente. Además, algunos de estos establecimientos eran (y siguen siendo) famosos por sus altos niveles educativos. Es decir, no es mi intención criticarlos.
Pero, qué podría decirse de una escuela privada sin fines de lucro que ofrece una educación sobresaliente desde el primer grado hasta la graduación, no es exorbitantemente cara y, por si fuera poco, entre su matrícula cada vez más numerosa cuenta con algunos de los pupilos más pobres de su área de influencia. Al referirme a “los pupilos más pobres” me refiero tanto a aquellos que provienen de hogares sumamente pobres, cuyos padres no pueden pagar ningún tipo de cuota escolar, como a aquellos sin hogar: niños que provienen literalmente de las calles de Puerto Elizabeth.
Sé que esto suena imposible, pero está sucediendo. La escuela de la que hablo se llama Urban Academy (Academia urbana) y se encuentra en el corazón de la ciudad vieja de Puerto Elizabeth, casi en el cruce entre Govan Mbeki Avenue y Albany Road. La administra un exdirector de escuela, ya jubilado, el Sr. Cronjé, quien no pudo abandonar la docencia ni siquiera cuando le llegó el momento. Por ese motivo, él y su esposa comenzaron a buscar algún argumento sólido para crear una escuela. Recientemente, al dialogar con él, comprendí que su motivación principal fue su creciente entendimiento de la necesidad de brindar una educación de calidad, en particular a los niños que por algún motivo quedaban excluidos del sistema.
Después de un período de búsqueda en vano, considerablemente largo, de edificios donde poder acomodar a una buena cantidad de pupilos y desarrollar las actividades escolares básicas, la fortuna finalmente les sonrió y el Sr. Cronjé consiguió un complejo de tres pisos que incluye varios garajes cerrados. A pesar de necesitar refacciones, resultó ser justo lo que necesitaban. Las habilidades organizacionales de este director / empresario, junto a su perseverancia y la de su esposa, no dejan de asombrarme. Consideremos todos los preparativos necesarios para habilitar una escuela: encontrar maestros, conseguir un permiso para aplicar un plan de estudios aceptado por el Ministerio de Educación, encontrar escritorios escolares, el papeleo, los libros de texto entre otros equipamientos esenciales, los fondos suficientes para comenzar a trabajar y pagar las rentas del edificio y los salarios escolares…
La Urban Academy logró abrir sus puertas en enero de 2013 con (si mal no recuerdo) 27 pupilos. En este, su segundo año, cuenta con más de 480 alumnos y todo indica que el próximo año el incremento de la cantidad de asistentes será similar. Existen cuotas escolares ya estipuladas, pero si alguien no puede saldar el costo total, la escuela ofrece un plan de “ayuda financiera” para padres que reduce el monto. Este plan, que hoy beneficia a 60 estudiantes, se mantiene gracias a donaciones realizadas por iglesias y otros benefactores. En ciertos casos, como ya fue mencionado, los alumnos quedan exentos de todo pago y son bienvenidos en la escuela con la condición de que demuestren interés por aprender y respeten las normas de la institución. La institución también ayuda a niños y padres de otras maneras, por ejemplo brindando alimentos a quienes no pueden llevar los suyos propios por falta de recursos. Los estudiantes en esta situación son ayudados por personas que conocen su dura realidad; por ejemplo, mi pareja aporta regularmente alimentos para un niño de nivel inicial cuyos padres son tan pobres que simplemente no pueden comprarlos ellos mismos.
Recientemente visité la escuela y, por lo que pude ver, todos demostraban un inconfundible deseo de aprender. Durante los recreos, los alumnos, vestidos con prolijidad en sus uniformes grises con camisas blancas y corbatas marrones, conversaban entre ellos en los pasillos y regresaban a sus aulas cuando sonaba la campana. Visité al director junto a la hija de mi pareja, Janine, a quien convocaron para trabajar como maestra de nivel inicial. Cuando ingresé a su salón fui recibido con varias hileras de caritas iluminadas.
El motivo de mi visita fue establecer lo que podríamos llamar lazos diplomáticos con la escuela –tarea que me resultó muy fácil después de haber pasado un rato en la sala de nivel inicial con los alumnos de Janine–. Cuando llegué estaban practicando matemáticas y el entusiasmo con el que me escuchaban al intentar explicarles por qué Platón creía que todos –incluyendo a los niños esclavos de la antigua Grecia– podían entender las relaciones geométricas me resultó contagioso. Luego, cuando los saludé en lengua xhosa, diciéndoles mi nombre en su idioma, supe que nos haríamos amigos.
Tal como lo demuestra el alto grado de entusiasmo con el que Janine adoptó su nuevo trabajo docente en la Urban Academy, la escuela parece haber encontrado la fórmula exacta tanto para los estudiantes como para los maestros. Dicha fórmula difiere (lo cual no causa sorpresas) de la que utilizan las escuelas provinciales. Antes de recibir la propuesta de esta institución, Janine trabajaba en dos escuelas diferentes dependientes del Ministerio de Educación de la Provincia Oriental del Cabo. Pero decidió abandonar la docencia luego de que, tras varios años de espera, los salarios que le debía el Ministerio nunca se materializaron. Tanto ella como su esposo se vieron obligados a sobrevivir con un único sueldo más un insuficiente monto que Janine recibía por parte de los cuerpos administrativos de dichos establecimientos. De hecho, aún no ha recibido los salarios pendientes de pago por parte del Ministerio, a pesar de las numerosas visitas a sus oficinas.
De todos modos, dado que no se trata de una escuela provincial, decidió postularse para el puesto laboral ofrecido en Urban Academy y, ante su gran sorpresa, obtuvo el cargo a principios de año. No exagero al decir que, desde entonces, Janine es una joven diferente. Antes, su motivación para ir a trabajar a escuelas donde los maestros son sobrecargados de tareas administrativas (y donde no se recibe una remuneración acorde) era mínima. Hoy, dado que ama enseñar, comienza cada jornada laboral con ansias. En la Urban Academy, el énfasis está puesto en la enseñanza, no en la burocracia y, de hecho, los especialistas en la materia del Ministerio que visitaron la institución expresaron su asombro ante el nivel de los aprendizajes que han podido observar allí.
Irónicamente, a pesar del constructivo trabajo que vienen realizando los maestros y demás miembros de la escuela, los intentos por registrarla han sufrido todo tipo de obstáculos. Por más que ya cuenta con la misma cantidad de alumnos que una escuela provincial, para recibir reconocimiento completo debe ser registrada como escuela privada. Los esfuerzos del director por lograr esta meta son inagotables, pero las dificultades siguen apareciendo a lo largo de todo el proceso.
Además, la situación financiera de la institución sigue siendo precaria. No es raro escuchar que escuelas privadas de alta jerarquía reciben patrocinio y apoyo financiero por parte de grandes empresas. La Urban Academy no parece resultar atractiva para tales fines y mes a mes sobrevive con lo justo, sin obtener ninguna ganancia. Sin embargo, como lo evidencia el maravilloso trabajo realizado en esta escuela destinada, principalmente, a niños pobres, probablemente se trate de uno de los establecimientos privados más meritorios en todo Sudáfrica. No en vano el lema de la escuela es “La educación es un acto de esperanza”.
Para obtener más información acerca de Urban Academy puede observar este video (en inglés):
Bert Olivier **
Thought Leader
* N. de T. En Sudáfrica, el término modelo C se utiliza para hacer referencia a escuelas que hoy son públicas y aceptan alumnos de todas las razas pero que antes de la abolición del Apartheid funcionaban como escuelas privadas católicas exclusivas para blancos. Durante la transición a la democracia, el modelo C original fue abolido, pero la expresión sigue siendo utilizando para distinguir a las escuelas públicas “viejas” (que solían ser privadas y estar reservadas a niños blancos) de las “nuevas” (creadas después del Apartheid, sin distinción de razas). Las escuelas “modelo C” ofrecen una educación de mejor calidad que las públicas “nuevas”, por lo tanto sus cuotas mensuales son más altas. (En Sudáfrica no existe la educación gratuita).
** Bert Olivier es profesor de filosofía en la Universidad Metropolitana Nelson Mandela