Me uno al concierto de las numerosas reacciones que han suscitado unas palabras pronunciadas por el arzobispo de Kigali, el cardenal Antoine Kambanda, en una ceremonia en Musham el 19 de junio. Transcribo la traducción del párrafo que ha encendido el debate:
“Todos los ruandeses debemos dar gracias a Dios por estos 30 últimos años. Los historiadores que analizan nuestro trágico pasado, nos muestran que por primera vez en el transcurso de estos últimos 30 años, ningún ruandés ha huido del país, ningún ruandés ha sido asesinado, ninguna casa ha sido injustamente destruida, ningún ruandés ha sido maltratado injustamente. Es algo muy importante, por lo que debemos dar gracias a Dios”.
Manifiestamente, se trata de una burda falsedad
¿Refugiados? Ruanda no ha cesado de ver a sus hijas e hijos que huían de su país para buscar refugio bajo otros cielos; buena parte de ellos por motivos políticos y de inseguridad. Puede apostarse que en el minuto mismo en que el cardenal pronunciaba estas palabras había en algún lado un ruandés tratando de salir del país y tomar el camino del exilio.
¿Asesinatos imputables a decisiones políticas? Se cuentan en cientos de miles tanto en el interior como en el exterior del país. Incluso el jefe de Estado se ha vanagloriado de ello en varias ocasiones.
¿Destrucciones ilegales e ilegítimas de casas? Se han producido incluso al lado mismo de la catedral donde reside el prelado.
¿Detenciones arbitrarias, encarcelamientos políticos, tortura? El Cardenal no puede pretender ignorar la realidad de este estado de cosas en Ruanda.
¿Cómo, entonces, interpretar sus palabras?
¿Podría decirse que estas palabras tratan de preservar un equilibrio, inestable en la reciente historia, entre una autoridad con una susceptibilidad a flor de piel y la Iglesia católica, de la que el cardenal es la primera personificación?
No es la primera vez que el cardenal actúa en ese sentido. Hay un hilo conductor en sus tomas de posición desde que se encuentra a la cabeza de la archidiócesis de Kigali. Uno recuerda su discurso turiferario con relación al presidente Kagame cuando éste fue a su consagración. No dudó en calificar al que algunos consideran el “mayor criminal jefe de Estado en funciones”, de “don de Dios a Ruanda y a África”. Más tarde, en una entrevista acordada al periódico francés La Croix, negó directamente la realidad de las masacres cometidas sobre los refugiados hutu, perseguidos en las selvas congoleñas en 1996-1997, que el Informe Mapping Report de la ONU achaca al ejército ruandés.
No conviene, sin embargo, confundirse: el cardenal no peca por ser parcial en favor de tal o cual grupo étnico. Las víctimas de todas sus fechorías, de todas las derivas del régimen, se encuentran en todos los grupos étnicos (hutu, tutsi, twa), incluso en todas las categorías sociales. Es un hecho que el discurso del prelado se adhiere perfectamente al discurso oficial del régimen en el poder. Las palabras pronunciadas en Musha son un guiño que el cardenal hace en dirección de la comunidad con la que se identifica y cuyos intereses comparte y cuyas derivas asume conscientemente; esto es, la camarilla que ha tomado el poder como resultado de la victoria del Frente Patriótico Ruandés en 1994, una banda que se ha cristalizado a base de purgas y que no cesa de reinventarse por cooptación. Las palabras apologéticas del cardenal constituyen una profesión de vasallaje motu proprio a esta camarilla todo poderosa.
Finalmente, quizá sin quererlo, ¿el prelado ofrece una pista a la misión que él ha confiado al Centro de investigación que acaba de crear para responder a la punzante pregunta “Byagenze bite?” (¿Cómo es posible?). ¿Qué ha podido pasar para que personas consagradas hayan podido involucrarse en actos de genocidio? Si el mismo prelado coloca el peso de su comunidad de intereses antes que las enseñanzas del Evangelio, ¿cómo sorprenderse de que haya habido consagrados de la Iglesia católica que pudieron traspasar la línea roja para “pringarse” conscientemente en los crímenes que estaban cometiendo aquellos con los que se identificaban?
Las palabras de del cardenal expresan una total falta de empatía hacia los refugiados, un déficit de compasión hacia los desfavorecidos y para los perseguidos de este mundo, para las personas en desolación. Con semejantes convicciones, este prelado ya no puede pretender representar al pueblo de Cristo en Ruanda. Debería reconocer esta carencia y sacar las conclusiones que se imponen.
Maximin Segasayo
Fuente: echosdafrique
[CIDAF-UCM]
* Nota de CIDAF-UCM: Mientras respetamos todas las opiniones, no podemos aprobar las falsedades que los poderosos publican para ocultar la opresión que sufren las víctimas de las dictaduras en numerosos países.
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