¿Y si las condiciones de las redes sociales de 2021 hubieran existido en 1981? Un grupo de escritores de Nueva Zelanda tuiteó la maldita gira de rugby Springbok de 1981 como si estuviera sucediendo ahora.
Cuando era niño mis padres tenían una colección de viejas cintas VHS encajadas detrás del televisor. Estaban polvorientas, sus etiquetas descoloridas y despegadas. Había probablemente entre ellas un video de boda y algunos episodios doblados de Teenage Mutant Ninja Turtles, pero la verdad es que puedo recordar solamente el contenido de uno de ellos. Por suerte para mí, era una de las películas más poderosas jamás realizadas en Nueva Zelanda: Patu!
Dirigida por la legendaria cineasta Merata Mita, Patu! documenta la historia de la gente que protestó la gira de rugby a Nueva Zelanda en 1981 de la Sudáfrica del apartheid. Sigue a grupos como Halt All Racist Tours (HART) mientras hacían campaña para cancelar la gira; documenta bandas de música como Herbs y oradores como Andrew Molotsane mientras se dirigían a multitudes de manifestantes contra la gira en los campus universitarios. Y luego, una vez que llegaron los Springboks y comenzaron los partidos de rugby, muestra filas de policías y manifestantes involucrados en un conflicto que ha sido descrito como llegando «al borde de la guerra civil«.
Como niño, estaba enganchado. Todavía recuerdo cargando la cinta en la videograbadora, viendo cómo la estática se convertía en una imagen. A veces veía Patu! solo, en otras ocasiones con mi hermana. Pero la mayor parte del tiempo en nuestra pequeña casa, mamá o papá estarían cerca. Por un tiempo, no habría reacción de su parte. El sonido de los cantos no era problema; ni siquiera las interrupciones del empresario Bob Jones provocaban una gran reacción. Pero luego llegan los policías antidisturbios gritando “¡Muévanse! ¡Muévanse! ¡Muévanse!» mientras avanzaban hacia los manifestantes. Luego el ruido de los golpes de las porras.
Hasta ahí llegaría: mamá o papá se apresuraban a entrar en la sala de estar y la cinta era detenida y metida en su estuche y guardada entre amarillentos libros. En ese momento no supe por qué reaccionaban así, aunque la reacción era parte de la experiencia de verlo. Más tarde supe más sobre su participación y la de otros miembros de la familia en las protestas por la gira Springbok. Hablando con mi abuela en 2018, me explicó cómo el sonido de los helicópteros la ponía todavía nerviosa. Le recordaban a 1981, la tensión y la potencial violencia.
Patu! es bien conocida en Nueva Zelanda, pero no tan conocida como debería ser. La historia de su construcción es casi tan impactante como la obra en sí, con las imágenes grabadas en tiras separadas de película y luego ensambladas por Mita a pesar del continuo acoso policial, incluidos intentos de órdenes judiciales para incautar los carretes. Basta ver la película para darse cuenta de por qué querían hacer esto: imágenes de violencia policial a vista de todos. Repetidamente. Principalmente dirigida a los manifestantes, en una ocasión al mismo camarógrafo. Y todo esto sucede en lugares familiares para los neozelandeses: la ciudad costera de Gisborne; fuera del parlamento, en Wellington; las calles suburbanas de Auckland. Cuando era niño me gustaba especialmente ver el avión arrojando bombas de harina sobre Eden Park, pero siempre detenía la cinta antes de las imágenes finales de los payasos llorando e inconscientes.
A principios de este año estaba hablando con una reportera cuando mencionó que 2021 marcaba el 40 aniversario de la gira Springbok y, por extensión, ¡el aniversario de la filmación de Patu!. Terminé viendo de nuevo la película y mientras lo hacía me vino a la mente una pregunta que posteriormente me hicieron varias personas: ¿qué hubiera pasado si el metraje de Merata Mita se hubiera visto el día que sucedió, en lugar de dos años después cuando llego a los cines? ¿Qué pasaría si Mita y su equipo, junto con todos los demás manifestantes, tuvieran un teléfono con cámara y Wi-Fi? ¿Y si las condiciones de las redes sociales de 2021 hubieran existido en 1981? ¿Se habría enfrentado la policía a un mayor escrutinio legal? ¿Habría tenido el público una comprensión más precisa de los acontecimientos? Además, ¿se habría detenido la gira? Tweet the Tour fue mi intento de averiguarlo.
La premisa detrás del proyecto era simple: tuitearía en vivo los eventos de la gira Springbok de 1981 40 años después del hecho, ciñéndome siempre que fuera posible, a la hora o el minuto en que ocurrieron los eventos (excepto los que ocurrieron en medio de la noche, como frecuentes griteríos a los hoteles de los Springboks). Incluí historias personales, fotos, artículos periodísticos y clips de audio. Busqué opiniones relacionadas con todo, desde apartheid hasta políticas internacionales, de la soberanía maorí a las tensiones familiares. Busqué sobre todo detalles de los que no se informó en ese momento, a menudo relacionados con la intensidad de la violencia.
A través de este proceso aprendí rápidamente algo. Resulta que cuando tu ‘tuiteo en vivo‘ tiene cuatro décadas de retraso, no puedes, por mucho que quieras, influir en los eventos. No hay forma de recrear 40 años después de los hechos las relaciones que existen entre manifestantes, redes sociales, medios tradicionales y la opinión pública.
De alguna forma ya sabía esto. Pero a medida que tuiteaba me di cuenta, cada vez más, de que una parte de mí había esperado que si hacía que Tweet the Tour fuera lo suficientemente bueno, si trabajaba lo suficiente, la historia terminaría de alguna forma de manera diferente.
Esto era especialmente cierto durante los eventos del 25 de julio de 1981. La fecha es una de las más conocidas de la gira, vista a menudo como el pináculo del éxito de los manifestantes. De acuerdo con el calendario de los Springboks debían jugar contra el equipo provincial de rugby de Waikato (a menudo denominado Mooloos) en Hamilton, una ciudad no lejos al sur de Auckland. Los Springboks llegaron temprano a Rugby Park, su autobús salpicado de pintura y huevos en el camino. Se calentaron en los vestuarios. Vistieron sus uniformes y se sentaron de nuevo. Porque afuera, varios cientos de manifestantes habían derribado una cerca, se abrieron paso entre la multitud y se agruparon muy juntos, aterrorizados y decididos, en medio del campo. Después de un enfrentamiento de más de una hora– así como la amenaza de un avión entrante y una explosión en el aeropuerto de Christchurch– el partido fue cancelado.
Ese fue el escenario con el que corrió la noticia a las 18:00 horas: manifestantes forzando a cancelar el partido. Pero cuando tienes el beneficio de la retrospectiva– 40 años más tarde– los eventos en Hamilton comienzan a parecer diferentes. Lo que parecía una victoria era algo más siniestro, un indicio de lo que se avecinaba. Mientras victoriosos manifestantes eran escoltados fuera del parque, un significativo número de ellos fueron atacados. Los relatos varían pero la mayoría de ellos comparten una situación de júbilo común convertida en terror. Los manifestantes recibieron puñetazos, patadas y cortes con fragmentos de metal; las ambulancias fueron atacadas, equipos de cámaras asaltados y sus películas destruidas. Hablé con un grupo de manifestantes que escaparon de una paliza a manos de una mafia en favor del tour empuñando una cuchilla de cortadora de césped recién afilada que habían dejado en el maletero de su automóvil. Los ataques no se limitaron a Hamilton, sino que se produjeron en todo el país con conocidos organizadores contrarios a la gira recibiendo amenazas de muerte por teléfono y botellas arrojadas por las ventanas.
Tweet the Tour cubrió estos eventos. Incluso emitió una advertencia a nivel nacional. Pero, por supuesto, nada de esto tuvo ningún impacto. Cuando revisé los titulares de periódicos del 26 de julio de 1981, contenían limitadas menciones de violencia. Hablaban de aficionados al rugby a los que se les había negado el partido y de los profundos niveles de vergüenza que habían sentido los agentes de policía que no habían podido sacar a los manifestantes del campo de juego. El inspector Phil Keber del Red Squad (una unidad antidisturbios de la policía) afirmó que el fracaso lo dejó “humillado. Esa noche, más que nada, quería que la gira continuara”.
Así fue. A medida que pasaban las semanas de rugby, esta sensación de estar a merced del pasado se hizo más fuerte. Entrevisté a manifestantes a los que los amigos de la familia les habían gritado, leí sobre el asesinato de abogados del Fondo Internacional de Defensa y Ayuda. Hubo momentos de aliento cuando me di cuenta de lo comprometida que estaba tanta gente con la lucha contra el apartheid y, ocasionalmente, de desesperación al enterarme de cuántos neozelandeses lo apoyaban en secreto, o no tan en secreto. Me di cuenta de lo que realmente era Tweet the Tour: algo más parecido al teatro que a la información periodística; histórico, no ficción, contado a la velocidad de la vida. Pero esto hizo de alguna manera las cosas más intensas. Mi corazón comenzó a acelerarse mientras escribía tuits; el día de los partidos de prueba me encontraba a veces al borde de lágrimas, lleno de adrenalina. Y siempre, en el fondo de mi mente, estaba Auckland.
Auckland. 12 de septiembre de 1981. Tercera y última prueba de la gira. ¡El clímax de Patu! Probablemente el partido de rugby más importante jamás jugado. El terreno fue fortificado antes del partido, transformado de un campo de rugby suburbano a un puesto de avanzada blindado del apartheid. En su contra se alinearon 6.000 manifestantes divididos en tres escuadrones: Tutu, Biko y Patu. En sus filas había miembros de HART, las Panteras Polinesias, el Comité de Acción de Waitangi, Artistas contra el Apartheid, el King Cobras y muchos otros grupos. Todos ellos con el objetivo, al menos en el papel, de meterse en el campo y detener el partido.
Examinar las imágenes del día del fotógrafo John Miller es intimidante. Con sus máscaras y cascos de hockey, los manifestantes parecen un cruce entre caballeros medievales y asesinos en serie de Hollywood. La policía es aún más amenazante: una masa de plástico duro de visores y porras. Hubo innumerables conflictos alrededor del terreno, cargas y contra cargas, porrazos, lanzamiento de piedras y postes de vallas, bombas de harina lanzadas desde aviones, simulando volcanes en erupción, bengalas, globos aerostáticos y volcaduras de automóviles. Más de 300 personas necesitaron tratamiento médico, muchas de las cuales sufrieron lesiones graves y permanentes. Ahora podía ver por qué mamá y papá apagaron el vídeo, por qué eventualmente lo escondieron en otro lugar para que no pudiéramos verlo más.
Todavía no estoy seguro de cómo Merata Mita logró ver el metraje una y otra vez mientras lo editaba en la obra maestra en la que finalmente se convertiría.
Cuando Tweet the Tour terminó tuve que desconectarme durante unos días para poder recordar que era 2021. La gira había terminado. Lo había hecho hace 40 años. Pero incluso cuando resurgí, no tuve que mirar muy lejos para ver seguir el hilo desde el 13 de septiembre de 1981 (el día en que los Springboks salieron de Nueva Zelanda) hasta los eventos a mí alrededor. Las noticias en aquel momento incluían historias de protestas de Extinction Rebellion (XR). Había oído hablar de XR antes y había visto fotos de su yate «Tell the Truth» en Oxford Circus en 2019. Pero esta vez no fue el yate lo que noté: eran los manifestantes. Y la policía. Pronto encontré mi camino más atrás, a las manifestaciones en torno al juicio de Derek Chauvin y la protesta solidaria Black Lives Matter que había llenado la plaza Aotea de Auckland después del asesinato de George Floyd en 2020.
No eran solo las imágenes que eran similares a lo que había encontrado con Tweet the Tour, era el lenguaje. Escuché cómo personas intentaban convertir las conversaciones sobre el racismo sistemático en cuestiones de «ley y orden» y «libertad individual«, tal como lo había intentado hacer la Sociedad para la Protección de los Derechos Individuales (SPIR) en Nueva Zelanda en 1981. En junio de 2020, el 6 7 % de los estadounidenses mostró al menos cierto apoyo a Black Lives Matter, pero una y otra vez hubo intentos de recategorizar el movimiento como un pequeño grupo de incondicionales radicales que corrompen a un público ingenuo. Fue exactamente la misma táctica utilizada durante la gira, incluso por el primer ministro Robert Muldoon cuando publicó un informe, previamente confidencial de su agencia de espionaje, que pretendía mostrar la manipulación comunista de grupos como Mobilization to Stop the Tour (MOST). Para ser claros, los medios de comunicación de Nueva Zelanda en ese momento no siempre suscribieron estas interpretaciones: había opiniones diferentes entre las publicaciones. Pero mientras me desplazaba por mi cuenta de Twitter 40 años después, había una clara sensación de déjá vu.
Solo que esta vez algo era diferente. Había otras voces hablando: voces experimentadas y disciplinadas como Black Lives Matter que podían competir en línea, a menudo con éxito, para dar forma a conversaciones públicas más amplias. A medida que continuaba con mi investigación, me di cuenta de que el éxito de estos grupos provenía no solo de la capacidad de crear titulares y hashtags sino también, como describió la profesora asociada Deva Woodly en The New Yorker, de la comprensión de los límites de las redes sociales. Su fortaleza residía en saber cuándo las conversaciones necesitaban pasar fuera de línea para volverse más profundas, más fuertes y más significativas. En la escena final de Patu!, Merata Mita termina no con celebraciones, ni con los titulares de los diarios del día, sino con otra marcha. Se ve a la gente caminando junta, hablando, sonriendo y agarrándose de los brazos. Los manifestantes son filmados con una perspectiva comprimida creando una apariencia suave y unificada, por lo que no está muy claro dónde comienza una persona y dónde termina otra. Continúan andando y andando hasta el final.
Paul Veart
Fuente: Africa is a Country
[CIDAF – UCM]
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