Mitos y misterios de la antigua África

12/12/2018 | Cultura

kuona_artist.jpgDos artistas miran al pasado para dar vida al patrimonio con símbolos de Nubia, Egipto, Mali y Ghana, para que éstos hablen al presente. Así como las galerías colaborativas demuestran estar de moda con dos nuevos espectáculos, abundan también, los malos juegos de palabras.

Las galerías colaborativas están de moda. Son la gran novedad dentro del escenario artístico del este africano. Ya durante este año, dos galerías de Tanzania han expuesto en Nairobi.

Primero fueron 23 pintores de Vipaji que en Dar es-Salam exhibieron lienzos basados en diseños de henna en el centro de arte Banana Hill. Eso fue en junio. Pero a principios de noviembre y también en Dar es-Salam, la Galería Nafari se hizo cargo de una sección del Fondo Cooperativo de Artistas de Kuona. Ahora dos galerías colaborativas más, son centro de atención.

Banana Hill ha enviado alrededor de 20 cuadros de algunos de sus artistas más distintivos al estudio del escultor Chelenge van Rampelberg. En un entorno idílico en Kitengela, con vistas al río Kiserian y rodeado de vida salvaje, Chelenge está exponiendo una selección de obras (hasta el 20 de diciembre) de los ugandeses Ronnie Ogwang, Godfrey Sseguja y Cliff Kibuuka, además de obras del tanzano Haji Chilonga y de un buen número de artistas kenianos, entre los que se encuentra Kivuthi Mbuno.

La otra empresa conjunta ve el Attic Art Space de Willem Kevanaar como el lugar perfecto para crear una sala pop-up en el centro comercial Rosslyn Riviera de la calle Limuru, espacio que ha sido cedido también por un período limitado a la galería One-Off de Carol Lees, ubicada en la cercana Lone Tree Estate. Galería que ofrecía tres espacios diferentes para, de alguna manera, atraer y aumentar el impacto del centro comercial. Si la apertura de la actual exposición (que termina el 14 de diciembre) buscaba ser visitada, ciertamente lo logró.

Más de 200 amantes del arte se presentaron para ver las últimas piezas de la sudanesa Eltayeb Dawelbait y del keniano Mwini Mutuku, en un espectáculo llamado “Límites”. Lo que podían ser esos límites no estaba del todo claro (¿yendo más allá de éstos? ¿Manteniéndose dentro de éstos?), aunque el techo de doble altura y las paredes blancas le daban a la ocasión una cierta grandeza.

La obra de Eltayeb es bien conocida por todos: cabezas hieráticas basadas en figuras de antecesores nubios, arañadas, arrancadas, forjadas casi físicamente a partir de tablas de madera desechadas, las líneas que las definen se marcan a través de capas de pintura, revelando la historia de sus matrices y, por extensión, algo de sus dueños anteriores también. El pasado hecho presente… y de una manera no amenazante, familiar y accesible. Artista bien conocido y también muy querido, pero quizás demasiado bien querido, por su propio bien.

Aunque estos son trabajos magistrales y, en muchos sentidos, emocionantes, no son provocativos ni desafiantes. Aquellos que los aman felicitarían a Eltayeb por su visión consistente; aquellos que han visto ya muchas veces antes versiones parecidas, pueden sospechar que se está quedando sin ideas, aunque la fragmentación de la imagen en varios tableros unidos sugiere que todavía tiene algo de recorrido por delante. De cualquier manera, ha logrado que se vean coloridos, de buen gusto y sobre todo imponentes en las paredes amplias y luminosas de la galería.

Por otro lado, las 21 piezas de Mwini Mutuku, el artista anteriormente conocido como Andrew, van más allá de los límites, ya que ha utilizado un láser para crear evocaciones gráficas de un África pasada. Trayendo el pasado a la vida.

Mwini quedó fascinado por las antiguas culturas africanas, particularmente la egipcia y aquellas que habitaban lo que ahora son Malí y Ghana. Hechizado por los logros arquitectónicos de los egipcios y su habilidad para construir pirámides. Así como maravillado de la ciencia autóctona dogón basada en la observación cósmica desde los acantilados de Bandiagara, en Malí.

El trabajo de Mwini se hace eco de estas culturas con símbolos derivados de jeroglíficos egipcios y antiguos motivos dogón y ghaneses, dispuestos de manera ordenada en tableros nítidos de MDF (fibra de densidad media), cada uno de ellos de 40 cm por 40 cm. En los rosas pálidos, verdes, amarillos y azules con el color cereza como contrapunto, tienen una apariencia sobrenatural. Teniendo en ellos, un leve brillo metálico parecido al de las naves espaciales. No hay otros signos de creación más que los patrones en su superficie, no hay marcas gestuales que indiquen la resolución de alguna lucha interna, no hay indicios de ninguna batalla diaria por la vida, ni signos de ninguna participación humana. En su lugar, se ven indiferentes, casi alienados, como si hubieran llegado directos desde el cielo a las paredes de la Riviera de Rosslyn.

Irradian los mitos de la creación y de otras ideas nacidas en África, un continente que los Antiguos conocían como Meritah, lo que explica el título colectivo de esta serie de obras: “Motifs from Meritah”. Como el poder del sol puede causar incendios en la Tierra a una distancia de unos 150 millones de kilómetros, Mwini eligió el calor para crear estas piezas inmaculadas: el calor desde un láser. Las líneas en relieve que delinean cada obra de arte son rastros de carbono, un subproducto del MDF quemado con láser. El carbono, junto con el agua, es uno de los bloques de construcción de la vida. Mientras creaba estas obras de arte, Mwini se enamoró tanto de su obra que cambió su nombre de Andrew a Carbon, pasando a ser Carbon Mwini, el artista.

Dicen que un nombre es una brújula, pero, las posibilidades de distintos juegos de palabras no tan buenos son casi infinitos: datación por carbono, huella de carbono, créditos de carbono, incluso copias en carbono. Hay mucho por donde tirar, idear y divertirse, pero mientras lo hace, yo estaré trabajando duro en el proyecto de la próxima semana, utilizando… papel carbón.

Frank Whalley

[Edición y traducción, Clara Palacios]

Fuente: The East African

[Fundación Sur]


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