Lázaro, Bustince, director general de la Fundación Sur, analizó para Diario de la Noche, de Telemadrid, la situación actual de Nigeria, a partir de la situación producida por la actividad terrorista de Boko Haram. 161,6 millones de habitantes convierten a Nigeria en el país más poblado de África. Alrededor del 50% de la población es musulmana, la mayoría residente en el norte, y la otra mitad, cristiana, se asienta en los Estados del Sur. El avance de las corrientes extremistas ha puesto fin al modelo de convivencia y moderación religiosa. La expansión de las corrientes musulmanas más extremistas ha acabado con la convicción de que el África subsahariana aportaba el modelo de convivencia interconfesional y moderación religiosa que el mundo necesitaba. Sin duda, las tendencias más radicales, impulsadas por el wahabismo saudí, país aliado de los EE.UU., se benefician de contextos conflictivos y extraordinariamente complejos en los planos social, económico y político.
Existe otra realidad detrás de este escenario del horror. La impresión que subyace es que en el juego por el poder en Nigeria, Boko Haram representa una herramienta de presión. Las negociaciones entre la Administración y representantes de la secta se han paralizado por asesinatos selectivos de los mediadores. Los comicios presidenciales demostraron la polarización extrema del país con el apoyo masivo a dos candidaturas implícitamente confesionales y tribales. Los Estados del norte respaldaron abrumadoramente a Muhammadu Buhari, del Congreso para el Cambio Progresista, mientras que el sur se volcó en el ganador, Goodluck Jonathan, del Partido Democrático del Pueblo. En esa lucha de las elites por controlar los grandes beneficios de la explotación petrolífera, la amenaza de la subversión y la anarquía resulta un poderoso as en la manga para aquellos que consigan controlar, asociarse o pactar con los más puros.
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Mikel Larburu