“Malditos señores de la guerra… Si estalla una guerra [en Ucrania], sus repercusiones pronto se extenderán y se sentirán en todas las aldeas y ciudades de Sudáfrica y del mundo, incluso si la gente no entiende lo que está en juego en esa guerra” (Mark Heywood el 22 de febrero en el editorial del sudafricano Daily Maverick). Dos días más tarde el gobierno sudafricano reconocía que “Ningún país es inmune a los efectos de este conflicto», al mismo tiempo que pedía la retirada inmediata de las tropas rusas de Ucrania. Miembros ambos de BRICS (5 países emergentes: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), Sudáfrica tiene $5bn invertidos en Rusia, y ésta $1’5bn en Sudáfrica. Algunos medios han calificado el comunicado sudafricano de “golpe duro” contra Rusia, pero es impensable que contribuya a frenar las convicciones imperiales del presidente Putin. O que éste no utilice su veto en el hipotético caso en que la ONU decidiera admitir la demanda del presidente Cyril Ramaphosa que el pasado 26 de febrero pedía, sin condenar directamente a Rusia, una rápida mediación de la ONU en el conflicto.
Entre tanto News24, agencia de noticias basada en El Cabo, relataba el sábado 26 la inseguridad en la que viven los 250 sudafricanos, en buena parte estudiantes, a los que su embajador en Ucrania, Andre Groenewald, sólo podía ayudar aconsejándoles que viajen hacia la frontera con Polonia, al mismo tiempo que buscaba que Rumania no exijiera a los sudafricanos unos visados imposibles de obtener en las actuales circunstancias. IOL (Independent Online), otro importante sitio web de información sudafricano, consiguió contactar con algunos de los estudiantes. “Éramos cinco en el piso. Nos pidieron que bajáramos al metro. Daba miedo. Lleno de ancianos y niños, con mucho frío y sin alimentos, sólo un poco de agua”, explicó Kurhula Nicolleen desde Kharkiv. “Nos consolamos mutuamente para no ponernos a llorar”. Vutlhari Mtonga, estudiante de medicina también en Kharkiv, resumió así la situación: “No hay vuelos de salida, los trenes y autobuses también se han detenido. En este momento, estamos varados y hemos agotado todas las opciones posibles solos con nuestras fuerzas”.
De los 76.500 estudiantes extranjeros que estudiaban en Ucrania en 2020 (cifras del Premium Times nigeriano citando fuentes del Ministerio de Ciencias y Educación) un 20 % son africanos. Los más numerosos provienen de Marruecos (8.000), Nigeria (4.000), Egipto (3.500) y Ghana (1.000). También hay africanos no estudiantes que viven y trabajan en Ucrania. La Unión Nacional de Estudiantes Ghaneses pidió a su gobierno que organizara una evacuación similar a la que tuvo lugar para los estudiantes en China cuando comenzó la pandemia de la covid-19. Inicialmente lo único que el Ministerio de Asuntos Exteriores pudo hacer era aconsejar a sus connacionales que se refugiaran en sus casas o en los refugios previstos por las autoridades. El sábado 26 de febrero, el Ministerio anunció la llegada a Rumanía de un primer grupo de estudiantes y la organización de vuelos de repatriación también a partir de Moldavia, Bielorrusia, Eslovaquia y Hungría. En la mañana de este 1 de marzo un primer grupo de estudiantes había llegado al aeropuerto de Kokota, en la capital ghanesa, al mismo tiempo que el Ministerio de Exteriores ghanés anunciaba que unos 470 estudiantes habían podido salir de Ucrania y se encontraban en Polonia, Hungría, Rumanía, Eslovaquia y Chequia. Por ahora otros gobiernos africanos no se han mostrado tan eficaces. Según la BBC, el Ministerio de Exteriores nigeriano ha declarado que se estaban tomando medidas para la seguridad de sus conciudadanos en Ucrania y para facilitar la evacuación de aquellos que desean irse tan pronto como los aeropuertos se reabran. No se sabe cuándo.
El de los conciudadanos atrapados en Ucrania es, para los países africanos, un problema inmediato. A corto y medio plazo lo será el de la inflación causada por la subida de los precios del petróleo (mientras escribo estas líneas: 100,85 dólares el barril de Brent que se entregará en abril), de los carburantes y del transporte, y que repercutirá en todos los productos de consumo básicos. Y si la guerra impide las exportaciones de cereales (30 % de las exportaciones mundiales de trigo proceden de Rusia y Ucrania), el aumento del precio del pan será una vez más fuente de inestabilidad, particularmente en los países del norte de África.
Rusia lleva años reforzando su presencia en África. A la cumbre Rusia-África de Sochi en 2019 asistieron delegados de más de 50 países africanos, incluidos 43 jefes de Estado. El 28 de febrero, Ilya Barabanov escribía en BBC News: “Rusia ha estado expandiendo su influencia en África y después de la invasión de Ucrania esperará que sus nuevos aliados brinden apoyo o, al menos, permanezcan neutrales en organismos internacionales como la ONU”. Lo más probable es que los gobiernos africanos se muestren una vez más desunidos e impotentes. La Unión Africana, por medio de su presidente, el senegalés Macky Sall y el presidente de la Comisión, el chadiano Moussa Faki Mahamat, pidió a Rusia el 24 de febrero que respete el derecho internacional y la integridad territorial y la soberanía de Ucrania. Pero la CAR, primer país africano en el que aparecieron los mercenarios rusos del grupo Wagner, ha erigido en el centro de Bangui un monumento a los militares rusos. Y Sudán, que reforzó la semana pasada sus relaciones con Rusia, ha apoyado la decisión de Putin de reconocer Donetsk y Lugansk como naciones independientes. “Guerra en Ucrania: los malienses divididos”, titulaba DW el pasado 25 recordando que Malí ha hecho de Rusia su nuevo aliado en la lucha contra el terrorismo. Pero Malí es uno de los 15 países de la CEDEAO, que ha condenado oficialmente este 28 de febrero la invasión de Ucrania. Los medios han mencionado la contundente condena de Rusia por parte del representante de Kenia en el Consejo de Seguridad el 22 de febrero. Sudáfrica, Gabón, Nigeria y Ghana han adoptado más o menos explícitamente a esa condena. Pero este 28 de febrero, el poderoso hijo del presidente de Uganda, Yoweri Museveni, el teniente general Muhoozi Kainerugaba, ha expresado en twitter su apoyo a la invasión rusa de Ucrania: “la mayoría de la humanidad (que no son blancos) apoya la posición de Rusia en Ucrania”. El hijo de Museveni abría así la caja de pandora del racismo, el mismo día en que las autoridades nigerianas y la UA condenaban la discriminación que los no ucranianos sufrían por parte de las policías fronterizas de Ucrania y Polonia, y que vídeos de la BBC ilustrarían el 1 de marzo. Pero Asya, estudiante somalí en Kiev que había sufrido esa discriminación, contó como todo cambió al llegar a Varsovia, en donde los estudiantes africanos y asiáticos están siendo muy bien acogidos.
Ramón Echeverría
[CIDAF-UCM]