Porque por una parte hay un escritor, porque por otra hay un lector, la literatura es, por definición misma, una tentativa de diálogo, demasiado a menudo vana, a veces desesperada.
Ella es por supuesto el diálogo con nosotros mismos; de igual manera con quienes concebimos como los “otros”; y, al combinar los dos, con estos “otros nosotros mismos” que fingimos ignorar, como es el caso en el mundo árabe, estas identidades diversas, sin embargo, también componentes esenciales de nuestro ser en el mundo, pero disimuladas, pero reducidas al silencio, pero encerradas por la fuerza del “nosotros mismos” oficial.
En mis palabras sobre el encadenamiento de eventos “paraliterarios” que me llevaron a escribir Fils du Shéol, las palabras volverán en varias ocasiones: árabe, escritor, censura, terrorismo, Shoá, genocidio, Namibia, Herero… Comencemos por la palabra “árabe”, tan cargada políticamente en el presente que equivale casi a un insulto en la boca de algunos. Describamos, a través de algunos ejemplos personales, lo que puede significar a veces el hecho de ser lo que se llama un “escritor árabe” o, más exactamente, un escritor proveniente de un mundo en realidad proteiforme, pero que cierto pensamiento simplista caricaturiza de forma violenta al reducirlo a una sola “etnia”, a una sola “lengua, a una sola “religión”.
Ahora bien, ¿No existe nada más diverso que esta región del planeta que va del océano Atlántico al océano Índico y otros mares y golfos calientes (en todos los sentidos del término: climático y político)? Tomen por ejemplo las religiones, que a veces son tan exclusivas que sirven de definición a “etnias”. En efecto, ustedes tienen el Islam, religión de la mayor parte de los habitantes de este mundo, pero el mismo ya dividido en versiones chiitas (con dos subcategorías: septimano y duodecimano) y suníes (con sus cuatro grandes interpretaciones jurídicas). La palabra “dividida” es aquí un eufemismo, tanto las diferencias culturales y las relativas al culto son importantes entre estas dos visiones del Islam y se traducen, en los momentos de tensión política, en mortales confrontaciones militares. Pero las religiones, en el mundo supuestamente unificado rígidamente por el Islam, no se limitan, ni mucho menos, a este Islam.
Todo el mundo tiene en la cabeza, por supuesto, los coptos de Egipto o los judíos de Túnez, de Marruecos y de otros países de la región. Con un poco de esfuerzo, uno puede acordarse de los drusos que creen en la reencarnación y cuya religión, compleja, incluso contiene elementos pitagóricos. Pero ¿quién sabe que en Irak, particularmente a lo largo de los cursos inferiores del Tigris y del Éufrates y cerca del Shatt al- Arab, se encuentran aún creencias de una de las más antiguas y misteriosas religiones del mundo, la de los mandeos, que creen en un cielo llamado Mundo de Luz, que profesan la existencia de un espíritu del mal, femenino, llamado Ruha y que aseguran que los bebes muertos antes de ser bautizados en el agua serán llevados por la eternidad por árboles que tienen frutos que se parecen a los senos de sus madres? ¿Quién había oído hablar de los yazidíes del monte Sinjar antes de las masacres genocidas cometidas contra ellos por los verdugos de Daech? Para ellos, un Dios único creó el mundo, pero no es el conservador, esta tarea que ha sido delegada a los siete ángeles de los cuales el más importante, Malek Taous, el ángel pavo real, es a la vez una emanación y un servidor del Todopoderoso.
Un último ejemplo es el, a penas creíble, de los samaritanos – ¡sí, los de la Biblia! Pertenecen a una de las poblaciones más pequeñas del mundo (alrededor de 700 individuos, repartidos en partes iguales entre Cisjordania e Israel), pero dotada de unas de las más antiguas historias escritas atestiguadas: aunque su religión esté basada en el Pentateuco, no se dan el nombre de judíos, sino el de hebreos, veneran el Monte Gerizim en lugar del Monte Sinaí y consideran el templo judío de Jerusalén ¡como una innovación impía del rey David! Tengamos en cuenta que me contento sólo con hablar del mundo dicho árabe – musulmán. No citaré, para ir más rápido, otras religiones a excepción de las musulmanas de Irán puesto que este último no es un país árabe (contrariamente a lo que muchos creen). Entonces sería necesario mencionar, entre otros cultos, los zoroastrianos de los cuales quedan menos de una centena de familias en Irán, de un total de cien mil creyentes en todo el mundo… La misma diversidad, quizás más importante aún, existe por las lenguas.
Dígale a un kurdo de Siria, un bereber de Argelia o de Marruecos, un armenio de Irak, un turcófono de Siria, ¡que su lengua nacional es el árabe! Peor, incluso en lo que concierne al árabe, hay que distinguir el árabe dicho clásico (digamos el de los diarios), y sus versiones dialectales que a veces son tan diferentes que dos locutores situados cada uno en un extremo distinto de este mundo árabe, tendrán muchas dificultades para comprenderse si sólo se expresan en las versiones dialectales propias de sus países.
La unicidad tan elogiada de las creencias y de la lengua de este mundo árabe – musulmán sólo es un mito o más bien un fantasma muy útil para las autoridades de toda doctrina que quisiera imponer un mismo molde de pensamiento político – religioso ¡a centenas de millones de personas! Pero esta situación de diversidad de facto ¿no es en realidad una situación completamente normal y previsible si se considera la inmensidad de la región sobre la cual discutimos? En efecto, ¿ imaginaría uno una lengua única utilizada por todos los europeos, sean españoles, suecos o alemanes? Pero hay un área donde, a pesar de todo, esta unicidad existe: la de la forma en la que los diferentes regímenes políticos tratan a sus respectivas poblaciones. Existen toda clase de regímenes en esta parte del mundo: monarquías, repúblicas, emiratos, mezclas audaces e incestuosas de los sistemas precedentes, tales como las repúblicas monárquicas de facto. Agreguemos, por lo exótico, el caso argelino donde la cara oficial de la escena política es ocupada por un presidente más a menudo en la sala de cuidados intensivos, mientas que un gabinete oscuro ejerce en la realidad el poder…
Esta diversidad de apariencia de las autoridades no impide que todos estos países (¡todos!) actúen de forma parecida con sus pueblos: desprecio, represión, censura de los medios, intolerancia extrema, militarización de la sociedad, represión policial, depredación de los bienes públicos, corrupción en todos los niveles, elecciones arregladas (cuando hay), etc. Sin embargo, reconozcamos que algunos países árabes tienen más éxito que otros en el arte de hacer olvidar sus infamias: Arabia Saudita (un Daech que tuvo éxito) y Catar (un Estado caja fuerte corrupto y proveedor de medios financieros a los grupos islamistas radicales) tienen más aliados occidentales que la Siria del dictador Bashar al – Ássad, hijo de su padre, el maestro dictador de hierro y de sangre, Hafez al – Ássad…
¿Cómo se las arregla un simple ciudadano si pretende trabajar como escritor en estas condiciones? Ah bien, primero él tendrá que conocer esta institución consustancial de todas las dictaduras y sociedades árabes, la censura, sea de orden político, religioso o social. La libertad del escritor y del artista en general sigue dependiendo de un axioma que los poderes político – religioso resumen así: “Estoy dispuesto a concederte la libertad de expresión sólo si aceptas el compromiso, so pena de las consecuencias más temibles, ¡de estar siempre de acuerdo conmigo!”
Mi primer ejemplo es casi divertido cuando pienso en él. Volvía de Kiev (Ucrania) donde había defendido una tesis de doctorado en matemáticas y había logrado publicar rápidamente en Argelia una primera novela, Ludmila, en una editorial gubernamental, novela que contaba las tribulaciones de un estudiante extranjero que tenía una mirada crítica sobre la sociedad soviética. La URSS aún existía y era dirigida por un tal Gorbachov. Luego de algunos días de su aparición en Argelia, el libro era retirado de todas las librerías del país, después de fuertes presiones por parte de la embajada de la URSS en Argel. Luego, el propio director de la editorial gubernamental que me había publicado se creyó obligado a escribir en la prensa argelina un artículo de arrepentimiento (a la china) acusándome de haber escrito un libro que vulneraba, según sus propias palabras, “¡los intereses diplomáticos supremos de Argelia!”
¿Se lo imaginan?: yo, un simple estudiante de la época… No olviden que es su propia editorial ¡la que lo había editado! Un diplomático que estaba de servicio en Moscú en el momento de la publicación de la novela en Argel, me explicó recientemente que el gobierno soviético, partiendo de la idea «razonable» que la libertad de edición no existía en Argelia y que, por consiguiente, toda publicación estatal sólo podía existir con la aprobación de las autoridades argelinas, había deducido que mi novela era en realidad la inquietante señal de un inminente alejamiento de Argelia de sus alianzas geoestratégicas tradicionales… Mi segunda gran sorpresa en materia de censura fue la censura «socio – islamista». Verdaderamente no es el adjetivo que conviene, pero voy a mantenerlo a falta de algo mejor. Yo había publicado en Francia una novela sobre los moriscos de España, estos musulmanes forzados a convertirse a la religión católica luego de la caída de Granada en 1492.
Como los marranos, la mayoría de los moriscos continuaron creyendo en su antigua fe en el secreto de sus corazones, a pesar del riesgo de ser quemados vivos si la inquisición lo descubría. A comienzos del siglo XVII, la corona de España decidió expulsar a todos los descendientes de moriscos: esta será la primera deportación de Estado de la historia moderna. El objetivo de mi libro era, entre otros, rendir homenaje a la tragedia de estos moriscos olvidados a través de la historia, aún demasiado musulmanes para los cristianos de España, aún demasiado cristianos para los musulmanes de África del Norte que, a menudo, los recibían mal después de su deportación.
Los problemas de este libro en Argelia comenzaron con los empleados de la editorial local que debía publicar la versión argelina de Oh María: estos amenazaron con renunciar en masa si su editorial hacía efectivo el contrato firmado y mantenía la publicación de mi libro. Luego, algunos empleados aún más escrupulosos enviaron el archivo de la novela a la prensa señalando lo que les parecía como blasfemo… Esta época de mi vida que siguió a la publicación de Oh María fue muy difícil de vivir.
Luego de una campaña de desagradables denuncias de mi libro en Argelia, que corrió como un reguero de pólvora en todas partes del mundo árabe a través de periodistas que no han leído ni una línea de mi libro (y por este motivo, este no ha sido traducido al árabe), una condena a muerte había sido lanzada en mi contra por un grupo terrorista. Siguiendo los consejos de los servicios de seguridad franceses, mi familia y yo debimos abandonar el domicilio familiar (de paso señalemos que fue necesario explicar a mi hijo por qué dejábamos la casa: problemas de plomería, lo que lo tenía encantado puesto que eso quería decir no ir a la escuela durante algunos días…).
Ah, uno se encuentra muy solo en tales circunstancias… como tantos otros intelectuales a través del mundo árabe. Pero bueno, todo eso es de una terrible y feroz banalidad en esta región del mundo dominada por la ideología y el miedo de los fanáticos de toda clase: usted puede ser condenado a mil latigazos por haber osado emitir una opinión moderada sobre la igualdad de las religiones; usted puede ser decapitado en la plaza pública, a elección, por un estado miembro de la ONU porque usted es un oponente político, o por un grupo terrorista porque usted dirige un departamento de antigüedades romanas; usted puede ser fusilado porque no respondió correctamente a una banal pregunta de teología en un control carretero; usted puede ser degollado en grupo porque pertenece a otra religión; usted puede ser vendida como esclava infantil a combatientes que primero tomarán la precaución de rezar devotamente antes de violarla, etc. Todo eso sin provocar indignaciones masivas, sin que la multitud escandalizada salga a las calles de todas las ciudades árabes para clamar: ¡no en nuestro nombre!
Entonces, para los escritores de esta región, no queda más que una sola salida honorable: la de obstinarse a escribir puesto que todo le sería prohibido de ahora en adelante. Pero de paso señalemos que hay también, para mí y para muchas otras personas provenientes de esta región del mundo que va del Atlántico en el Golfo Pérsico, importantes razones de esperar en este mundo de oscuridad.
No olvidemos, y no es contradictorio con lo que ya he dicho, no olvidemos nunca estas multitudes de individuos en este mundo árabe que persisten, arriesgando sus vidas, en resistir valientemente la opresión tanto de los regímenes corruptos como de las milicias terroristas, mientras todo debería incitarlos al abandono y a la desesperanza más absoluta. Debemos leer a los poetas y a los novelistas libres de este mundo árabe que arriesgan literalmente sus vidas por una palabra equivocada. No apoyamos lo suficiente a estos escritores, a estos periodistas o a estos blogueros condenados al látigo y a largos años de cárcel por regímenes teocráticos. Demasiado a menudo nos quedamos mudos frente al poder del dinero del Golfo, Arabia Saudita a la cabeza, y de su propaganda integrista.
Que no se malinterpreten mis palabras: hablo con rabia del mundo árabe porque amo apasionadamente este mundo, el de mi padre y de mi madre y de los años más importantes de mi vida, los que lo forman en lo más profundo de uno mismo. Una tristeza infinita me toca cuando me doy cuenta del estado de destrucción, de caos y de odio del mundo árabe actual. Irak, diverso en sus creencias y sus culturas, heredera de la brillante civilización de los Abasidas, quizás dejó de existir. Entre terrorismo abyecto y cruel dictadura, la gran Siria con sus centenas de millares de muertos está en vías de balcanización definitiva.
¿Qué decir entonces del pequeño Yemen, aplastado por el enfrentamiento entre los ejércitos de una coalición brutalmente dirigida por Arabia Saudita y de los houthis al servicio de Irán? La intolerancia absoluta introducida por los movimientos terroristas con visión mesiánica del tipo Daech trata de volver salvaje de manera uniforme una región cuya característica capital (y a menudo disimulada) fue primero, como traté de mostrarlo, la pluralidad cultural, idiomática, étnica y religiosa. Vamos ahora a lo que es el objetivo central de este texto: Fils du Shéol. La prensa occidental y árabe dijo de esta obra que era la primera novela “árabe” sobre la Shoá, omitiendo sistemáticamente (eso es indicador también de cierto racismo inconsciente) señalar que Fils du Shéol también pretende ser la primera obra de ficción (y no solamente en el mundo árabe) en tratar sobre otro genocidio, totalmente desconocido, el de los herero.
(Continuará en parte II y final)
Anouar Benmalek
El Watan
– De la Shoá al genocidio de los Herero, pasando por Daech, Arabia Saudita y Argelia (parte II/final)
[Traducción, Jeimy Henríquez Cáceres]
[Fundación Sur]