El argumento se refiere al drama vivido por los monjes cistercienses del monasterio de Tibhirine en Argelia el año 1996: La autoría de aquel asesinato no ha sido aclarada todavía. Más que el horror que pueda producir este hecho, la película recoge el drama humano de una comunidad confrontada a la violencia, los miedos que provoca y las decisiones que requiere. Los monjes decidieron quedarse. Una opción motivada por su amor a Argelia y a los musulmanes argelinos a quienes servían. Una película conmovedora, que hará, sin duda, mucho bien.
A.A.G.
Por considerarlo pertinente incluimos los comentarios que después de ver la película nos han ofrecido dos Padres Blancos (Misioneros de África) que han sufrido experiencias parecidas.
La película sobre el asesinato de los monjes de Tibhirine, del monasterio de Ntra. Sra. del Atlas y su presencia amiga en medio de los habitantes de aquella región inhóspita, me trae el recuerdo de la mía, presencia amiga también, en medio de miles de desplazados sudaneses, víctimas de un gobierno que, gracias a un golpe militar, se había apoderado del poder, para imponer la ley islámica a todos los habitantes del país, sin tener en cuenta las diferencias étnicas, religiosas y culturales de sus habitantes. El despojo era total. A la pobreza material se añadía el desarraigo y la falta de derechos ciudadanos. Nuestra vida con estos desplazados, compartiendo su inseguridad, su pobreza y sus sufrimientos, era motivo suficiente para sospechar de nuestra adhesión a las reivindicaciones políticas de los desplazados del Sur, que ahora están a punto de obtener su independencia. Entonces había más que sospecha. Todos nuestros movimientos estaban controlados por la policía. Era difícil acostumbrarse a la presión sicológica que se ejercía continuamente sobre nosotros. El miedo se hacía presente. La única manera de escapar al miedo y a la depresión era asumir la posibilidad de la muerte, en cualquier momento y de cualquier manera. Yo la tenía asumida.
Agustín Arteche
La Película me gustó mucho, sobre todo por el aspecto humano, que vivían los actores. Yo me sentí muchas veces reflejado en esa lucha, incertidumbre y miedo, que sentían ante la situación en que se encontraban. La decisión la toma uno, no a causa de la fe, sino a causa de la gente. Ves al pueblo abandonado, uno no puede dejar a la gente, si no faltarían los testigos y harían con ellos lo que les diera la gana. Yo he vivido la misma situación en el Congo. El embajador español, los superiores y los amigos me decían de abandonar mi puesto en la procura de Kisangani, pero yo no podía hacerlo: El obispo no estaba en la diócesis y yo tenía unas 600 personas refugiadas en la misión. Entre ellos, unos 30 curas y monjas. Yo no podía irme y dejarlos a todos abandonados. Hubo un momento, en que los cascos azules de la ONU me dijeron que preparara el coche con los ordenadores y los documentos importantes para marcharnos de un momento a otro. Me dijeron: “Si no te quieres ir, te llevaremos a la fuerza.”… Todos me decían que me fuera, pero yo no podía dejar a toda la gente abandonada, me parecía un crimen y que sería algo que me iba a reprochar después toda mi vida… Los rebeldes ruandeses querían que me fuera de la procura y que me refugiara en un hotel, que estaba vecino del aeropuerto, pero yo me negué, pues sabía que si me iba de casa, matarían a toda la gente. Después de varios días de discusión, me dijeron con tono amenazador: “Si Vd. no quiere irse, ya nos veremos…” Yo comprendí que iban a matarme. Durante el día no tenía miedo ninguno, pero por la noche, después del primer sueño, me entraba una angustia, una congoja, que era el terror a la muerte violenta. Esa lucha que se ve en la película entre el miedo y la incertidumbre, la viví yo y comprendo muy bien a los monjes. La decisión que tomaron fue la verdadera, pues ante una situación parecida, no se puede tomar otra actitud, sin ser traidores hasta desde el punto de vista humano. Existe una solidaridad por la que sientes la obligación de arriesgar la vida por los demás.