El vestido de las mujeres de África Oriental es una fuente de orgullo, rico en significado e historia. Pero es más complicado que eso.
La historia del leso está bastante bien documentada. Fue una vez un paño, algo así como un pañuelo alrededor del cuello, sus raíces —y rutas— trazables hasta los portugueses. Se cosían seis juntos para crear el leso. Luego, más tarde, en otros lugares, se convirtió en el kanga, la palabra suajili para designar a la gallina de Guinea. El kanga había encontrado un eco en la gallina de Guinea. Aunque uno era un animal y el otro una tela de algodón vibrante, ambos se parecen por la vitalidad de sus colores, su ostentosa naturaleza y su capacidad para hacer girar una o dos cabezas por donde pasan.
Para algunos, siguió siendo el leso. Para otros, se convirtió en kanga. Pero ya sea leso o kanga, este trozo de tela se ha asociado de forma única con la feminidad del este de África. Es a la vez caprichoso y funcional, quizás encarnando ese ideal de elevado arte: donde un artículo se considera adecuado tanto para ser admirado como para ser utilizado.
Y cómo las mujeres le han encontrado muchos usos. Es el regalo que das a una nueva madre para cubrir su vientre después de dar a luz; la tela en la que envuelves a un bebé recién nacido; cuando necesitas limpiar la casa; cuando necesitas una toalla; cuando necesitas una cortina, una colcha, una bufanda, un chal, un pañuelo, algo para alegrar una habitación o un atuendo aburrido.
En África del Este, y especialmente a lo largo de la costa de Suajili, el leso ocupa un lugar especial. Ndinda Kioko, escribiendo en The Trans-African, reconoce el leso como «un cuerpo de trabajo que guarda la memoria colectiva y da forma a la narrativa de la mujer de África Oriental«.
¿Qué mejor manera de recordar a una querida abuela, pregunta Ndinda, sino a través de los lesos en los que vivía, con los que vivía? ¿Qué mejor manera de honrar su memoria y, a su vez, sus recuerdos, si no es llevando los lesos que ella llevaba?
Ndinda reconoce también que el leso está “presente en lo cotidiano”, por lo tanto, habla de las radicales posibilidades que están grabadas en los objetos de uso cotidiano de las mujeres. Por más ordinario y banal que parezca el leso, es una forma a través de la cual las mujeres pueden ejercer la agencia en sus vidas personales, escribiéndose así, literalmente, en la historia social de un lugar.
Ver un leso, entonces, es ver a una mujer como quiere que la vean. Es ver sus elecciones, preferencias y estados de ánimo, verla devolver la mirada.
Pero esta es solo una historia del leso. No es la historia completa.
El leso como brújula moral
Tan multifuncional como es, y tan subversivos los fines a los que puede ser destinado, el leso tiene también un historial de vigilancia de los cuerpos de niñas y mujeres.
A menudo, mis madres, tías, abuelas y casi todas las mujeres que me eran cercanas y queridas me lo lanzaban pidiéndome que cubriera mi cuerpo. Este coro de mujeres pidiéndome que me cubriera crecíó cuando mi cuerpo adolescente comenzó a cambiar. Para mí, el leso ya no era solo una versátil prenda en la casa. Se convirtió, en cambio, en una de las herramientas utilizadas para controlar mi cuerpo.
Y, sin embargo, tuve más suerte que la mayoría. Yo era una cosita insignificante y a menudo podía escapar de que me gritaran para arrojarme un leso sobre el cuerpo. Mis amigas y primas, que eran más grandes, no lo tuvieron tan fácil. Recuerdo haber visto a mi mejor amiga de la infancia estallar en lágrimas, enviada de regreso a su habitación por su madre para buscar un leso para cubrir sus pantalones de moda hipster. Recuerdo a mis primas y a mí en la tradicional ceremonia de boda de una de nuestras hermanas mayores, y como una de nuestras tías particularmente estrictas nos obligó a utilizar lesos sobre nuestros nuevos vestidos originales para que nuestros padres, tíos y abuelos no se sintieran ofendidos por la vista de nuestras desnudas piernas.
Esto me llamó la atención. Quedó claro que esta imposición del leso ni siquiera era para nosotras, para nuestra comodidad, para nuestras propias miradas. Tenía una finalidad externa, buscaba hacer que otras personas se sintieran cómodas.
Y así desarrollé una relación de amor-odio con el leso
El episodio de la boda fue particularmente doloroso ya que mis primas y yo habíamos pasado semanas agonizando sobre el exacto diseño de vestidos a juego para ponernos en la boda, solo para pasar todo el día escondiendo los vestidos debajo de lo que pensábamos que eran ordinarios paños.
La vigilancia de los cuerpos femeninos a través del leso juega con ideas antiguas sobre cómo el cuerpo femenino debe presentarse en público. En ‘Keep Your Eyes Off My Thighs’: A Feminist Analysis of Uganda’s ‘Minifalda Ley‘, la Dra. Sylvia Tamale localiza la “idea de objetivar a las mujeres como cuerpos sexuales y ‘ver’ su desnudez como inmoral en las religiones abrahámicas del cristianismo y el Islam. Ella introduce la idea de ‘sexualidad vergonzosa’, argumentando que los cuerpos femeninos estaban cargados con esta sexualidad de una manera en que los cuerpos masculinos no lo estaban, perpetuando así la lógica de que los ‘seductores cuerpos’ de las mujeres tenían que ser cubiertos en público para proteger a los hombres de ‘pensamientos impuros’ y de la corrupción de su moral«.
No es de extrañar, entonces, que tan pronto como pudimos nos deshicieramos de los lesos.
Tan pronto como nos fuimos de casa, imitamos a nuestras descaradas tías solteras, caminando sin leso, deleitándonos en el hecho de que éramos demasiado mayores para que nos amonestaran a utilizar el leso. Y, sin embargo, incluso esta rebelión era sentida como ilícita, con culpa escrita por todas partes.
Y luego se convirtió en un producto de cultura pop
Pronto, el «estampado africano» se volvió moda. No solo el leso, sino el kitenge, kikoi, ankara, kente y casi cualquier cosa que pueda llamarse estampado africano. El estampado africano apareció en pasarelas, revistas y en las portadas de las novelas de Chimamanda Adichie.
Existía la sensación de que el leso se había vuelto funky, algo que podíamos encajar en nuestras ideas de quiénes éramos y en quiénes nos estábamos convirtiendo. Y el mundo que nos rodeaba parecía que cobraba vida a las posibilidades de vestuario del leso y, por extensión, del estampado africano. ¿Era posible, pensábamos, que esa prenda que tanto nos había limitado durante nuestra infancia y adolescencia fuera en realidad una forma de afirmarnos, una forma de expresarnos y, cada vez más, de realizar nuestras identidades?
Nos hizo falta un tiempo para reconciliar nuestra aversión infantil al leso con su creciente popularidad. Aprender que podíamos aprender a amar, en nuestros propios términos, el leso sobre nuestro cuerpo. Amar su grabado, sus patrones, el ingenio de las palabras en sus bordes, las relaciones que nutrió, los recuerdos que conservó y cómo nos arraigó.
Una gran parte en la recuperación del leso de nuestra infancia tuvo que ver con crecer y tener el espacio —o, al menos, más espacio— para tomar decisiones para nosotras mismas y nuestros cuerpos. Comenzamos a pensar en las complejidades del leso, y nos enteramos de que había algo que el leso estaba tratando de decirnos. Es decir, que era posible que dos verdades contrarias ocuparan el mismo lugar, que era posible entender que aunque el leso a menudo nos hacía doblegarnos a los dictados de la mirada patriarcal, nos había permitido también ocupar nuestro lugar en la historia colectiva de las mujeres de África Oriental.
Así que nos dejamos enamorar del leso. Tenía la emoción de una nueva historia de amor.
Quizás exageramos predicando las virtudes del leso con el celo de un recién convertido. Hicimos minifaldas y tops cortos con él; lo utilizamos como pañuelos para la cabeza; hicimos cortinas con él; siempre teníamos uno de repuesto en nuestras bolsas, entendiendo, como lo habían hecho nuestras madres, que habría pocas ocasiones en las que un leso no sería útil.
Por supuesto, era complicado este trozo de tela en el que nos envolvíamos. Pero pensábamos que era complicadamente nuestro, una herencia que podríamos llamar nuestra. Nuestro para poseer.
Idza Luhumyo
Fuente: African Arguments
[Traducción Jesús Esteibarlanda]
[Fundación Sur]
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