Sudáfrica y Zimbabue se comportan como gemelos siameses, para los que es difícil vivir juntos, pero la separación también se torna dolorosa, sobre todo porque son conscientes de que la operación puede acabar con un único superviviente. De hecho, los dos países tienen mucho en común: una dolorosa historia colonial, un momento de gloria en el que la élite gobernante poscolonial enorgulleció a la nación, seguido de un final bastante decepcionante y deprimente en lo que concierne a las políticas del movimiento de liberación
¿Será que Sudáfrica es incapaz de desviarse del camino hacia el fracaso? ¿No se puede rescatar a Zimbabue de un colapso completo? La realidad es más compleja. Para responder a estas preguntas es necesario tener en cuenta el gran número de factores que conspiran contra un desarrollo positivo y pacífico en ambos países, entre los que se encuentra la debilidad de los líderes políticos, tanto de los partidos gobernantes como los de la oposición.
A pesar de las predicciones de la «caída de Mugabe» (por ahora una historia legendaria sobre cómo equivocarse, que podría asemejarse a los intentos de predecir el final de la Guerra Fría), parece claro que el mandatario, incluso en las últimas coletadas de su reinado, está tratando de utilizar a su variopinta tripulación de seguidores para eliminar a todos los rivales al trono y conseguir alterar así la sucesión en el poder.
Uno tras otro, todos estos adversarios terminan uniéndose al sombrío paisaje de la oposición. ¿Será que Grace Mugabe puede controlar la presidencia? Las teorías conspiratorias y la especulación en respuesta a esta pregunta colapsan las redes sociales.
Curiosamente, al partido gobernante en Sudáfrica tampoco le está sonriendo la suerte y no se puede predecir el resultado de las elecciones primarias de diciembre, ni si el bloque de Zuma o de Ramaphosa tomará el control del partido (sin mencionar las expectativas que se puedan tener con respecto a las elecciones nacionales de 2019).
Al fracaso de las políticas del movimiento de liberación se le suma el crecimiento de redes criminales con jerarquías complejas que se benefician de la fragilidad del Estado. Esta dinámica de trabajo se ha denominado «captura del Estado», «Estado en la sombra” o “Estado de la mafia”.
Si estas consideraciones se combinan con el patrimonialismo, o gobierno del hombre fuerte, se llega a la conclusión de que tanto Zimbabue como Sudáfrica están degenerando de forma inevitable en un violento fracaso estatal.
A pesar de ello, varias iniciativas tratan de intervenir, contrarrestar y reducir estas tendencias negativas. En Zimbabue, la intervención más reciente ha sido la mediación de la Comunidad de Desarrollo de África Austral, bajo el liderazgo del Sr. Mbeki, que resultó en la formación de un gobierno de unidad nacional, lo que produjo un alivio temporal, pero también resultó en un mayor afianzamiento de las redes criminales.
Sudáfrica, el vecino más poderoso, parece estar dividido en cuanto a qué estrategia es la más adecuada. Por un lado, una parte de las organizaciones de la sociedad civil demanda acción; por el otro, los intereses políticos nacionales e internacionales intentan resucitar al partido gobernante ZANU-PF y a una oposición tan fracturada.
El sector privado no parece mostrar interés y espera de forma pasiva lo inevitable. ¿Qué se debe hacer? Desafortunadamente, Sudáfrica se encuentra bajo una presión similar, tratando de evitar caer en el abismo socioeconómico, político y fiscal.
En estas condiciones, es cada uno quien se ocupa de sí mismo, y el panorama para los gemelos se presenta bastante sombrío.
Anthoni van Nieuwkerk
Fuente: Huffpost ZA Edition
[Traducción, Elvira Vara]
[Fundación Sur]
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