La conversación telefónica entre Barack Obama y el presidente congoleño Joseph Kabila, cuyo contenido ha sido desvelado, ha confirmado una constante: Washington muestra su preocupación por que se “respete la Constitución y se protejan los derechos de todos los congoleños” y “se celebren elecciones creíbles y pacíficas en su debido tiempo”. Otro mensaje de la Casa Blanca es el relativo a la “herencia del presidente Kabila”, como motor de la paz y del progreso democrático en el Congo (RDC). Esta herencia quedaría consolidada “por unas elecciones libres y equitativas en 2016”. Parece claro que EEUU considera a Kabila como un actor cuya misión terminaría en 2016 y que, por consiguiente, piensa ya en la necesidad de sentar las bases de una época postKabila. Es una manera de sugerirle que no debería perpetuarse en el poder y que debería retirarse con el sentimiento de haber cumplido y con la satisfacción de un balance positivo.
La posición norteamericana es clara. Ya la había expresado John Kerry y el enviado especial Russ Feingold, cuyo celo en oponerse a cualquier “arreglo” constitucional para posibilitar un tercer mandato de Kabila y en exigir la organización de elecciones limpias había suscitado feroces críticas entre los dirigentes congoleños.
Ahora es ya Barack Obama quien entra en escena y empuja a Joseph Kabila hacia una honorable salida. Cabría recordar que ya en agosto de 2014, con ocasión de la cumbre USA-África, Barack Obama había lanzado un mensaje a los dirigentes africanos en el que insistía en la necesidad de que emergieran Estados fuertes que sustituyeran a “hombres fuertes”. Blaise Campaoré le replicó que la construcción de un Estado fuerte exigía la acción de hombres fuertes. Poco después, Campaoré se vio obligado a abandonar, después de un largo reinado de 27 años, el poder en Burkina Faso.
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