Viaje a Ghana ( 1ª parte). “Un sitio sórdido y horrible”, por Nuno Cobre

23/11/2011 | Bitácora africana

AHORA QUE ESCRIBO DESDE ACCRA, GHANA, ME PARECE ALUCINANTE QUE ESTÉ AQUÍ. Escribo con los ojos inyectados en sangre, con una barba de varios días y con unas ojeras remarcadas, pero quiero contarlo. Ahí voy.

Acercándome desde el Este, he aterrizado en el aeropuerto de Kotoka tras haber devorado la guía de Lonely Planet en el trayecto. Nada más poner los pies en este país, he notado un aire civilizado y me he dicho que ya conozco una nación más, a pesar de que aún queda mucho para superar los treinta y tantos países de Andersen… todo se andará.

Recojo mi maleta y la echo a rodar mientras me voy abriendo camino por el aeropuerto. Cuando por fin encuentro la salida, miro a los diferentes guías y encargados de hoteles alzando varios carteles. “¿Nuno?”, me dice uno, y señala hacia la puerta donde un tipo de pelos estropajados levanta chapuceramente un cartel amarillo con mi apellido mal escrito. Sus primeras palabras: “Man, ¿dónde te has metido? Llevo buscándote por todo el aeropuerto”. Me empiezo a reír por dentro, sonrío levemente, él sigue enfurruñado, “caminando por ahí, man, oye, entrando, sabes, buscando”. Bla, bla, bla. Salimos afuera y un aire cálido y tranquilo, se mimetiza con un ambiente moderno y productivo.

Más blancos de lo normal entran y salen del aeropuerto. “Vamos a tener que esperar”, me dice mi acompañante. Esto sigue siendo África, claro. Caminamos un poco, el colega empieza a hablar con los taxistas en Twi, la lengua que habla prácticamente todo el país. También se habla mucho el Ewe y por la zona del Volta, se escucha mucho el Ga. A pesar de su natural expansión, el inglés no es una lengua cómoda para el ghanés, algo que me ha sorprendido.

“¿Usted viene del Este, mmm?”, me dice de pronto el colega. “Allí a la gente le gusta la pelea, disparar” y levanta sus brazos hacia el cielo como si estuviese empuñando una ametralladora. “Nosotros no peleamos”, dice. “Aquí prefieren bailar”, le digo yo. Y nos reímos y el tipo se marca un bailecito lleno de ritmo como no podía ser de otra forma, y luego dice que le dé algo, que aquí hay muchas necesidades. Ya empezamos, me digo por dentro. Le digo que le daré tres cedis, y se descojona, casi despreciativamente. Se los trato de poner en la palma de la mano, pero los rechaza. Más tarde, acabaré dándole cinco y enseguida me doy cuenta que en este país no se respeta tanto al blanco como en otros sitios. No hay esa sumisión, ese complejo.

Aquí se han independizado de los británicos, la mayoría procede del orgulloso pueblo Ashanti, que desde su cuartel general, Kumasi, lucharon codo con codo contra los ingleses, hasta conseguir por fin la independencia de la mano del venerado ídolo del país, Kwame Nkrumah. Luego llegaría la época del fornido revolucionario Rawlings, que daría lugar a una alternancia en el poder entre su partido, el NDC y los liberales del NPP. El partido del actual presidente John Atta – Mills es el NDC. Ajá.

Aparece por fin el taxista con gesto serio, decidido. Me perdona la vida cuando le doy la mano y se mete en el taxi como un ente autómata y mecánico. Desde el coche voy descubriendo asombrado una arquitectura precisa, moderna, salpicada por un modernismo británico, holandés diría y contrastado por algunos edificios de corte oriental. Hay un tráfico del copón y el colega que me ha venido a buscar al aeropuerto y que va detrás, se baja y me dice, “Man, ¿Cuándo nos volveremos a ver”. No sé qué decir, recurro al tópico. “Bueno, estaré por ahí…” y nos damos la mano con un chasquido de los dedos que completa la interacción.

Al llegar al hotel me recibe una atractiva recepcionista y me da la llave de la habitación. La recepcionista tiene clase. La gente aquí tiene clase. Se viste bien, hay pulcritud, los tono de voz se perfilan. Hay educación. Hay delicadeza. El hotel está cojonudo, al lado del mar, las olitas rompiendo y todo eso.

“Hoy es sábado, tienes que divertirte”, me había dicho el taxista. Así que decidí seguir sus consejos y dirigirme al polémico Jokers. “Un sitio genial”, me había dicho un colega. “Jokers es un puticlub, un sitio sórdido y horrible”, me había susurrado otra fuente. Como lo horrible y lo sórdido me parece más atractivo que un sitio genial, decido montarme en un taxi y bajarme en este bar. Allá vamos.

Original en Las palmeras Mienten

Autor

  • Sin que nadie le preguntase si estaba de acuerdo, a Nuno Cobre lo trajeron al mundo un día soleado del Siglo XX. Y ya que estaba por aquí, al hombre le dio por eso que llaman vivir.

    Sin embargo, durante mucho tiempo creyó Nuno que el mundo era sólo eso, sólo eso que se presentaba de manera circular y hermética ante sus ojos. Se asfixiaba. A veces. Pero algunos viernes o lunes por la mañana, una vocecita fresca y lejana le decía que habían otras cosas por ahí, que debían haber otras cosas por ahí.

    Y un día Nuno Cobre salió y se fue a la Universidad, y un día siguió viajando y al otro también, y al otro, mientras iba conociendo a gente variopinta y devorando libros sin parar… Entonces descubrió con un cierto alivio que no estaba solo. Que habían más. Cuando llegó la hora de elegir, Cobre decidió convertirse entonces en viajero sólido y juntaletras constante, pero quería más, un más que venía del Sur. Y fue así como el latido africano empezó a morderle tan fuerte que una noche abrió la puerta del avión y se bajó en un país tropical. África.

    Los temores. Llegó con cierto temor a África influenciado por la amarilla información occidental ávida de espectáculos cruentos y de enfermedades terminales. Y resultó que en lugar de agitarse, a Cobre se le olvidó la palabra nervios a la que empezó a confundir con un primo lejano. Y así fue como se llenó de paz, tiempo y vida.

    Tras varios años en África, Nuno Cobre sólo aspira a lo imposible: vivir todas las experiencias mientras le da a la tecla, a los botoncitos negros del ordenador que milagrosamente le proyectan un nuevo horizonte cada día.

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