La militarización y el gasto en defensa aumentan en todos los países europeos y del mundo, como si fuera la única y mejor seguridad que podemos conseguir para nuestros pueblos. Todavía no hemos aprendido que la violencia y las armas nunca nos aportan la paz. La conocida “razón-excusa de la disuasión”, no es la solución sino el problema mismo, porque las armas nos llevan a más violencia y falsa seguridad.
La amenaza nuclear nos está llevando a vivir hoy, uno de los momentos más peligrosos de la humanidad. Estamos jugando con fuego y el peligro de quemarnos es muy real, tanto en el norte como en el sur, en el este como en el oeste del planeta.
En julio de 2017, la comunidad internacional adoptó un tratado histórico: el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN). Con el apoyo de una amplia mayoría de países –122 votos a favor– y ante la arrogante y elocuente ausencia de las potencias nucleares y sus países aliados, entre ellos los miembros de la OTAN, quienes, a excepción de Países Bajos, no participaron en la votación de la Asamblea General de las Naciones Unidas.
De todas formas, el enfoque humanitario sobre el problema que supone este tipo de armamento se plasmaba en el ordenamiento jurídico internacional para vivir en un mundo libre de armas nucleares.
El TPAN, a su vez, venía a ser también un acto de justicia y reconocimiento frente al dolor y el profundo legado que estas armas han dejado en la vida de millones de personas que, durante generaciones, han sufrido sus impactos, como víctimas de los ensayos nucleares.
Las armas nucleares han sido siempre inmorales. Ahora, también son ilegales, aunque las grandes potencias se comportan por encima de toda moralidad y legalidad, porque se lo permitimos. Es más necesario que nunca deslegitimar ese modelo de seguridad militar y los sistemas de violencia que nos imponen, así como de causar la destrucción de nuestra casa común.
En la actualidad el mundo se enfrenta a una amenaza nuclear sin precedentes y a la situación de mayor tensión desde la segunda Guerra Mundial. Las armas nucleares, junto a la crisis climática, son dos realidades conectadas que constituyen un riesgo vital para la humanidad y el planeta, como lo evidencia la investigación.
M. Hernández, coordinadora de la Alianza por el desarme nuclear y miembro de WILPF España, afirma:
“La realidad es que nueve países (Estados Unidos, Rusia, China, Francia, Reino Unido, Pakistán, India, Israel y Corea del Norte) poseen un total de 12.512 armas nucleares, el 90 % de las cuales pertenecen a Rusia y Estados Unidos. Se estima que 3.844 ojivas están desplegadas en misiles o aviones, y unas 2.000 se encuentran en estado de máxima alerta, listas para apretar el botón. El mundo tiene sobrada capacidad para autodestruirse varias veces. La más pequeña de estas bombas es unas diez veces más potente que la que se lanzó sobre Hiroshima”.
Sin embargo, lejos de desarmarse, las principales potencias nucleares –con el beneplácito de sus aliados– están sumidas en una carrera por modernizar y ampliar sus arsenales. Solo en 2022, los nueve estados que poseen armamento nuclear gastaron 82.900 millones de dólares en sus arsenales, una cifra que aumentó por tercer año consecutivo. Más de la mitad del total del gasto correspondió a Estados Unidos, seguidos por China y Rusia.
Ante este panorama, desde el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI, por sus siglas en inglés) nos advierten:
«Nos adentramos en uno de los periodos más peligrosos de la historia de la humanidad».
Como escribe M. Hernández, “la estrategia de la disuasión no es la solución, sino el problema. Armarse nuclearmente no evitará una guerra, sino que pone en peligro a toda la humanidad y a nuestro planeta”.
Apostar por vivir en un mundo libre de esta amenaza nuclear, y cuidando nuestro Planeta, es urgente, nos incumbe a todos, y está en nuestras manos.
CIDAF-UCM