Una región con escasa aparición en los medios masivos de comunicación. Una herida sin cicatrizar que debería interperlar. Millones de muertos anónimos. En resumen, el Congo y su conflicto silenciado desde hace 20 años
Hace 20 años se desarrollaba con inusitada violencia la «Primera Guerra del Congo», en la entonces Zaire, hoy República Democrática del Congo (RDC), en el corazón del continente africano, con una localización estratégica, la variedad étnica más grande de África y un manantial de recursos naturales, todo ello en un país de las dimensiones de Europa occidental. El conflicto, que medió entre octubre de 1996 y mayo de 1997, condujo a la caída del autócrata Joseph Desiré Mobutu (tras 32 años de gobierno, 1965-1997), con el triunfo de las fuerzas de una coalición liderada por el opositor Laurent-Désiré Kabila, aquel guerrero idealista imbuido de la prédica de la Revolución Cubana y de uno de sus íconos, el médico argentino Ernesto Guevara. En mayo de 1997 su ejército ingresó a la capital Kinshasa, aclamado por la población tras la dictadura mobutista. Mientras tanto, Mobutu Sese Seko, en retirada, amasó una fortuna durante su mandato cercana a los u$s 5.000 millones, como el total de la deuda externa nacional al término de su presidencia. De la nación Mobutu se consideró «Padre».
De la «cleptocracia con gorro de leopardo» a la liberación
Mobutu, paradigma de la cleptocracia, custodió este importante país centroafricano por varios años al servicio de las potencias en tanto baluarte contra el comunismo pero, una vez finalizada la Guerra Fría y, atento a los vientos de cambio democratizadores que comenzaron a soplar a comienzos de la década de 1990 en África, ya no se juzgó necesaria su presencia. En consecuencia, los grandes poderes le soltaron la mano, considerándole un dinosaurio de la política. De todos modos, a esa altura Mobutu ya se había enriquecido a costa del Estado. Por décadas, él se presentó como el garante de existencia de la nación, al asumir el control y tomar el poder por medio de un golpe de Estado en noviembre de 1965, poniendo fin a un lustro turbulento desde la independencia concedida por Bélgica, de forma precipitada y desorganizada. En ese período previo encontró la muerte el adalid del nacionalismo congoleño Patrice Lumumba, asesinado en un complot que encontró unidos a belgas y partidarios de Mobutu, entre otros, previniendo, al entender de todos los participantes, la amenaza de avance del supuesto comunismo que su figura encarnó para sus detractores.
Por su nivel de mando autócrata, Mobutu fue comparado con el rey Leopoldo II de Bélgica, sobre quien se denunciaron las peores barbaridades al haber administrado el territorio como un «Estado libre» (denominación oficial), entre 1885 y 1908, produciendo no menos de 3 millones de muertos gracias a sus ansias de riquezas en un territorio convertido en su propio feudo, y no colonia belga (como a partir de 1908, cuando la entregó). Mobutu, bajo una férrea disciplina y con exigencias de idolatría, convirtió el país en su patrimonio, cuando el territorio tiene el privilegio de poseer importantes reservas de cobre, cobalto y uranio. También son fundamentales el petróleo y el coltán, el mineral de sangre, tan necesario para la producción de móviles. Congo es la principal fuente mundial de este último, lo que a nivel humanitario es invalorable por el sufrimiento que causa. Dada la presencia de tantos recursos naturales, el país es paradójicamente preso de su virtud, la sobreabundancia de recursos minerales explotados y anhelados por terceros, un «escándalo geológico», como se lo conoció. Los aliados de Kabila, Rwanda y Uganda, tras la caída de Mobutu, al tiempo se convirtieron en sus enemigos. Este cambio lo explica el deseo de hacerse con los recursos naturales en el este congoleño, sumado a otros factores, como las consecuencias del funesto genocidio rwandés, de 1994.
El régimen del dictador con gorro de leopardo desde comienzos de la década de 1990 atravesó dificultades que minaban su legitimidad. En 1990, en plena crisis económica y social, Mobutu abrió un proceso de reforma del régimen en el cual, entre otros aspectos, se suprimió el partido único y llamó a una Conferencia Nacional Soberana para delimitar un gobierno de transición, aunque con sumo desgano. En pocas palabras, Mobutu no se dignó a retirarse del poder, fuente inexpugnable de enriquecimiento. Pero, aunque el proyecto de apertura avanzó, sin embargo quedó trunco al estallar la guerra, en octubre de 1996. La facción desafecta del mobutismo se encolumnó bajo Kabila en la autodenominada «Alliance of Democratic Forces of Liberation of Congo» (AFDL) y, en mayo de 1997, junto a sus aliados ugandeses y rwandeses, se hizo con el control de la capital Kinshasa provocando la huida y el derrocamiento de Mobutu, quien falleció de cáncer en el exilio, en septiembre de 1997. Se lo recuerda como uno de los líderes más corruptos de la historia, al punto que Transparencia Internacional lo ubicó en el tercer lugar de su ranking mundial de los gobernantes más corrompidos, en 2004.
Una nueva guerra y el aliciente de siempre
Si bien Uganda y Rwanda fueron importantes apoyos en la campaña que condujo a la caída del régimen cleptócrata de Mobutu, a poco más de un año los antiguos aliados de Kabila se volvieron en su contra y lanzaron una guerra de conquista en territorio congoleño. El este del país centroafricano posee poblaciones de origen tutsi, presentes también en Rwanda y Uganda. En particular, cuando ocurrió el genocidio en la primera, muchos hutus (responsables del aniquilamiento de unos 800.000 tutsis y de hutus moderados, en tres meses) encontraron refugio en el este congoleño, por lo que esa región se tornó muy explosiva. Asimismo, los tutsis, por su filiación étnica, fueron vistos como el enemigo para el nuevo régimen instaurado en 1997 en Kinsasha. Y un motivo fundamental que no debe perderse de vista son las riquezas del gigante congoleño, que también desataron, en parte, el conflicto anterior.
En consecuencia, a la primera guerra en Congo sobrevino la segunda, también conocida como «Primera Guerra Mundial Africana» en la que participó casi una decena de Estados y no menos de 20 grupos rebeldes. La misma se extendió desde 1998 a 2003, y hoy las numerosas víctimas por día en la complicada región del este continúan sumándose a los más de 5 millones que se produjeron desde 1996, con especial énfasis durante el lustro indicado con antelación. El espiral de violencia desde 1996 es endémico en el este congoleño, donde operan un sinfín de fuerzas en un espacio en donde el Estado apenas sabe cómo imponerse. El rehén de la situación es la población civil, como hace unos 20 años, la víctima más vulnerable siempre en todo conflicto armado.
Expolio y sufrimiento
Del escándalo geológico que es RDC se han beneficiado muchos actores, incluso los locales. Durante la «Segunda Guerra del Congo» el gobierno otorgó concesiones mineras a distintas empresas extranjeras, a cambio de apoyo militar, por ejemplo. Lo mismo hicieron Rwanda y Uganda aunque con firmas «fantasmas». A todo ello debe sumarse el contrabando «legalizado». El oro congoleño, por medio de una red de intermediarios, llegó a Kampala, constituyendo la segunda exportación ugandesa tras el café. Resta agregar que para la extracción del oro, como la de otros minerales, el trabajo infantil abunda, y el empleo de prisioneros de guerra es frecuente.
El 75% de las reservas mundiales de coltán se encuentra en RDC. La explotación de este producto y de otros minerales hace posible la producción de todo tipo de móviles en el exterior. La carrera por su adquisición comenzó a finales de los ’90. Para evidenciar qué tan cotizado es este mineral de sangre, por ejemplo, el lanzamiento de la consola PS2 se detuvo por escasez temporal del mismo, a comienzos de 2000. Cuando este producto comenzó a anhelarse en forma rampante, el conflicto preexistente escaló a una guerra inusitada, la más letal desde 1945.
RDC ha sido víctima de un saqueo sistemático hace tiempo. La era de Mobutu se agrega a períodos previos de rapacidad. En años recientes, en el conflicto congoleño, todos los actores (incluyendo los congoleños) han aprovechado un «escándalo geológico» para extraer ganancias de la depredación de los abundantes recursos nacionales. Incluso los sucesores de Mobutu han depredado tanto o casi como él, modificando alianzas y estrategias. Esta particularidad responde a los cambios orquestados tras el mundo bipolar donde se observa la existencia (y no solo en África) de guerras «económicamente dirigidas» y no la presencia pretérita de líderes africanos ideológicamente comprometidos. En suma, lo que se concibe hoy es una casta política que persigue la consecución de sus propios intereses en los conflictos armados en África.
El intelectual congoleño Didier Pidika Mukawa entiende en RDC la presencia de un «consorcio internacional» más que un Estado, siendo este último víctima de la globalización más descarnada que propicia la continuidad de un conflicto pasado y latente, frente a una comunidad internacional, en líneas generales, distraída ante la gravedad de la crisis congoleña (y no es una situación novedosa). En realidad, son varios los actores que sacan rédito de las riquezas depredadas día a día de RDC, mientras algunos pocos colocan el grito en el cielo ante las atrocidades cometidas frente a los DDHH en su suelo. Se trata de la peor zona en conflictividad desde el término de la Segunda Guerra Mundial, aunque poco importe al encontrarse en África. En parte sus riquezas generaban 45.000 muertos mensuales, al menos a enero de 2008, según un estudio previo. De esa cifra, la mayoría de muertes eran por enfermedades fácilmente tratables. Previo a la estimación anterior, trabajadores humanitarios calculaban más de 1.000 muertes diarias.
Si el escritor Joseph Conrad, en 1899, se refirió al gigante congoleño como «El corazón de las tinieblas» en su novela más conocida, pareciera que para muchos todavía RDC, a más de un siglo de escrita su obra, sigue siendo eso, un territorio ignorado, sede de un «genocidio a medias» como lo calificara un estudioso norteamericano especializado en aquel país y en la región circundante, debido al desintéres generalizado por esa zona de África o, mejor expresado, por casi el entero continente.
Original en : El economista América