Durante más de dos décadas bajo la presidencia de Jammeh, las opiniones independientes fueron consideradas sediciosas. La policía secreta escuchaba cualquier indicio de subversión. Nombrar a Jammeh se hacía susurrando, a no ser que fueran alabanzas, en cuyo caso hacías una reverencia y gritabas ronco en las concentraciones, agradeciendo a Allah por amar a Gambia tanto como para bendecirla con un líder de semejante moral, sabiduría y compasión. Por ello, la gente eligió a Adama Barrow el 1 de diciembre de 2016.
La democracia depende del pueblo: una democracia exitosa no depende de una sola persona ni de un líder electo. Todo el mundo necesita participar en los procesos políticos. El espacio para la participación ciudadana y la aparición de la sociedad civil, el activismo de la diáspora y los nuevos medios de comunicación han ayudado a facilitar la transición de Gambia de la dictadura a la democracia.
La índice de participación en las elecciones del 1 de diciembre es una buena señal, que refleja que la gente quiere formar parte de la política del país, lo que sugiere que la democracia en Gambia será longeva. Lleva tiempo construir una democracia después de décadas de dictadura. La Gambia bajo Jammeh tenía un déficit de estado de derecho, corrupción crónica, control total de las fuerzas armadas y del conjunto de las fuerzas de seguridad y del tribalismo.
El pueblo gambiano finalmente decidió desalojar la dictadura y restaurar la democracia. Quieren, no sólo democracia procesal, sino democracia sustantiva. Es decir, un sistema democrático funcional que se refleje en un concurso de ideas entre candidatos, no una competición por desprestigiar o una carrera del poder financiero.
El presidente Yahya Jammeh es la última víctima de la política de oposición de la coalición en África. Su derrota debería enviar un mensaje claro a otros líderes estáticos y monárquicos en todo el Continente. La solución a largo plazo del problema de Jammeh debería ser la introducción de un límite constitucional para que la presidencia de Gambia no recayese sobre otro jammehista, que gobernase como él lo deseaba, por «mil millones de años».
Cuando Yahya Jammeh reconoció la derrota tras las elecciones presidenciales del 1 de diciembre (más tarde se retractó y rechazó los resultados, sumiendo al país en una crisis política que aún persiste), el gesto fue ampliamente aplaudido y descrito como un indicador de gran esperanza para la democracia en África, particularmente para el pueblo de Gambia, el cual Jammeh gobernó con mano dura durante veintidós años. Estas elecciones presidenciales de 2016 fueron quizás el acontecimiento político más significativo de la historia política de Gambia en cincuenta y dos años. La primera transferencia de poder a través de las urnas.
El presidente electo, Adam Barrow, es el producto de la coalición de partidos de la oposición, que ha proporcionado al pueblo un anhelo por el cambio. Barrow se convirtió en el símbolo de las esperanzas de la gente, y de la libertad de la dictadura de Jammeh, que era un referente de brutalidad, de la violación atroz de derechos humanos y del amor por la brujería.
Durante más de dos décadas bajo la presidencia de Yahya Jammeh y su régimen controlado por el Consejo Provisional de Ordenación de las Fuerzas Armadas (AFPRC), las opiniones independientes fueron consideradas sediciosas. La policía secreta escuchaba cualquier indicio de subversión. El nombre de Jammeh se nombraba susurrando, a no ser que fueran alabanzas, en cuyo caso hacías una reverencia y gritabas ronco en las concentraciones, dando gracias a Allah por amar a Jammeh tanto como para bendecirle a él y a su familia por semejante moral, sabiduría y compasión inigualables.
Aquellos que se opusieron se encontraron en los antiguos edificios de la GPMB (Gambia Produce Marketing Board), donde hay localizadas cámaras de tortura construidas por la Agencia Nacional de Inteligencia (NIA). El Estado confiscó tierras y propiedades destinadas a hospitales, escuelas y otras infraestructuras para premiar a sus partidarios. Si alababas al Estado como un loro – como nos animaron a hacer – eras recompensado. Muchos se convirtieron en millonarios de la noche a la mañana. La tasa de crecimiento económico del país fue negativa.
Bajo el gobierno de Jammeh, Gambia se hundió en una crisis de moralidad. Dejó una cultura en la cual la riqueza, sin importar cómo se obtuvo, era un valor redentor. Legó un egoísmo asombroso, inculcó una cultura de mediocridad y atajos, nos enseñó a ver el mundo a través del tribalismo y eludir la responsabilidad personal en la ejecución del deber público.
En una frase, Yahya Jammeh y su partido APRC dejaron una Gambia cuyo sistema de valores debe ser rediseñado para apoyar a una próspera Tercera República. Es decir, el tipo de presidente que Gambia necesita de Adama Barrow.
En primer lugar, un líder que apostará por alcanzar los objetivos establecidos en su campaña. Esto significa reunir a un equipo de personas destacadas, independientemente de la tribu o del partido político, y exigir el compromiso total con el objetivo, la integridad personal y la innovación.
En segundo lugar, el país necesitará un líder que sea profundamente consciente de nuestro pasado despótico y, por lo tanto, esté totalmente comprometido a aplicar plenamente la Constitución. Esto significará actuar, nombrar y decidir sólo sobre la base de mejorar los objetivos de la Constitución.
Nelson Mandela entendió con gran agudeza el costo humano del apartheid, y al asumir la presidencia siguió con un propósito único para desterrar completamente sus bases institucionales y legales.
Una Tercera República de Gambia necesitará un líder que pueda visualizar la sociedad prevista por la Constitución e inspirar a todos esa visión y trabajar por ella. Esto significará reeducarnos para no analizar nuestra sociedad a través del prisma de la tribu, creando así una nueva base para la interacción social y la movilización política.
Alagi Yorro Jallow (@AlagiYorro)
Pambazuka News
[Traducción, Gerardo Díez]
[Fundación Sur]
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