Un malestar crónico, por José Ramón Echeverría

12/09/2024 | Bitácora africana, Opinión

Es como si las últimas gotas hubieran hecho desbordar el vaso. “Costa de Marfil, paraíso de los suicidas”, tituló el semanal marfileño Ivoir’Hebdo, mientras el digital Afrik Soir calificaba los suicidios de “nuevo deporte nacional”. Los suicidios de dos militares fueron los primeros, en abril de este año, uno en Bingerville y el otro en un barrio de Abiyán. Luego, el 9 de julio, un gendarme de Attécoubé se tiró a la laguna Ébrié desde el puente General De Gaulle. Al día siguiente, un estudiante de Port-Bouët se mató saltando del tercer piso de su residencia universitaria. Otro estudiante se ahorcó el 14 de julio en Danané, al oeste del país. El 11 de julio, el canal gubernamental RTI había emitido un reportaje titulado “¿Cómo revertir la tendencia de los suicidios, que van en aumento?”. Y Marine Jeannin lo resumió así en Le Monde Afrique el pasado el 19 de julio: “En Costa de Marfil, una serie de suicidios abre el debate sobre ese tabú”. Entre tanto, a más de 8.000km de Costa de Marfil, en Lesoto, Andre Lombard, periodista de la BBC había entrevistado primero a Matlohang Moloi tras el suicidio de su primogénito, Tlohang, y luego, en Hlotse, 95 kilometros al norte de la capital, Maseru, a Lineo Raphoka, que dirige sesiones de terapia para mujeres jóvenes. Lo publicó el 6 de agosto: “El pequeño país africano con la tasa de suicidios más alta del mundo”. “La gente piensa que va en contra de nuestros principios africanos, nuestra cultura, nuestra espiritualidad como africanos y como comunidad en general”, le había explicado Patience, una joven de 24 años que asistía a una de las sesiones de Raphoka, “y de esa manera evitamos enfrentarnos a lo que en realidad está sucediendo. Yo puedo hablar, porque lo he intentado personalmente, y he perdido a tres amigos que se han suicidado”.

De media se suicidan en el mundo 9 de cada 100.000 habitantes. Algo más, 11 de cada 100.000, lo hacen en África. Lesoto, el pequeño reino montañoso y sin salida al mar con 2,3 millones de habitantes, rodeado por Sudáfrica, tiene la tasa de suicidios más alta del mundo, 87,5 por cada 100.000 habitantes. Otros cinco países africanos aparecen entre los 10 países del mundo con las tasas más altas: Esuatini (40,5), Zimbabue (23,6), Sudáfrica (23,5), Mozambique (23,2) y República Centroafricana (23). En Costa de Marfil la tasa es de 15,7 por cada 100.000 habitantes. “Costa de Marfil es el primer país del África francófona que ha establecido, en 2023, un sistema de notificación de casos de suicidio», declaraba en el artículo de Le Monde Afrique Médard Koua Asseman, coordinador del Programa nacional de salud mental (PNSM). “Antes, los profesionales de la salud podían escribir lo que quisieran sobre las causas del suicidio, a veces utilizando fórmulas indirectas como ‘muerto por autolesión’”. Para comprender mejor lo que está ocurriendo en África se puede comparar con las tasas de los países de la OCDE, entre los que Corea del Sur tiene la más alta, 21,2 por 100.000 habitantes (datos de 2022). La de Estados Unidos es 14,5, la de Suecia 12,6, la de Francia 9,5 y la de España 8,4.

De entrada, las razones por las que las personas se quitan la vida suelen ser múltiples y complejas. En África, apenas se ha investigado si existen peculiaridades propias en las diversas y variadas regiones del continente. La inestabilidad política, la falta de fondos e infraestructuras, los motivos sociopolíticos y culturales, así como la mezcla de creencias tradicionales africanas con algunas de las principales religiones del mundo no han favorecido la investigación. El suicidio puede ser percibido como una mancha en el honor de la familia. “Ocurre que en zonas rurales se registre el suicidio como muerte por mordedura de serpiente para evitar que se le niegue al difunto los ritos funerarios”, explica Médard Koua Asseman a Marine Jeannin. “Es común pensar que una persona deprimida o con pensamientos suicidas es un mal creyente y que si alguien tiene pensamientos sombríos es porque no tiene verdadera fe en Dios”.

En Costa de Marfil la oposición y los grupos cívicos han entrado en el debate, considerando los suicidios como un indicador de una sociedad en crisis. El 14 de julio el expresidente Laurent Gbagbo aludió brevemente al suicidio en un mitin en la ciudad suroriental de Bonoua, y la activista Pulchérie Gbalet, presidenta de la “Alternative Citoyenne Pays-Côte d’Ivoire”, publicó este mensaje en su página de Facebook: “¡Crecimiento + ciudadanos pobres = alta tasa de suicidios!”.

En Lesoto, Lineo Raphoka sí que percibe patrones que explicarían por qué Lesoto tiene una tasa de suicidios tan alta: “En la mayoría de los casos se trata de personas que atraviesan situaciones como la violación, el desempleo, la muerte de un ser querido. O que abusan de las drogas y el alcohol”. Según un informe de World Population Review de 2022, el 86 % de las mujeres de Lesoto han sufrido violencia de género. Y el Banco Mundial informa que dos de cada cinco jóvenes no tienen empleo ni educación. “No reciben suficiente apoyo de sus familias, amigos y relaciones”, añade Raphoka. Y como consecuencia, “El problema de la salud mental se ha convertido en pandemia” admite Mokhothu Makhalanyane, coordinador Nacional Adjunto del Ministerio de Finanzas y Planificación del Desarrollo, que dirige una comisión parlamentaria que se ocupa de cuestiones de salud. También en Costa de Marfil, “El suicidio es la expresión de un malestar crónico”, explica el jesuita Jean Messingué, del Instituto Jesuita de Teología en Abiyán, profesional de la salud mental y director del Centro de Orientación y Pastoral Clínica (Copac).

José Ramón Echeverría

CIDAF-UCM

Autor

  • Echeverría Mancho, José Ramón

    Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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