Mwai Kibaki, difunto presidente de Kenia, podía ser un rompecorazones político y una gran decepción cuando se alejaba sin problema de una causa.
Desde que Mwai Kibaki, el tercer presidente de Kenia, murió el 21 de abril, se le ha pedido a John Githongo, activista keniano y exsecretario permanente a cargo de Gobernanza y Ética en el régimen de Kibaki, que comentase sobre su fallecimiento. Aquí no escribe sobre “odio”, sino sobre su compleja relación con un hombre en el que la nación tenía muchas esperanzas y que “le rompió el corazón”. El siguiente artículo de Africa is a Country es parte de nuestra serie de reenvíos de El Elefante. Está aprobada por Wangui Kimari, miembro del consejo editorial.
Hemos llegado a una fase en la historia posterior a la independencia de África en la que no podemos contar de memoria la cantidad de jefes de Estado retirados que viven pacíficamente en su casa o que se han ido silenciosamente al más allá. Ello no es un logro menor para el continente. Después de la independencia del gobierno colonial, la transición presidencial fue una de las cosas que en África a menudo hicimos mal; la tradición había sido durante mucho tiempo que los líderes terminaran su presidencia fusilados. Esto ha cambiado. El elogio con los dientes apretados de la década de 1970 ha dado paso a procesos de duelo mucho más elaborados y socialmente tranquilizadores. Hemos recorrido un largo camino.
La semana pasada, Kenia y la región enterraron a Mwai Kibaki, el tercer presidente del país desde la independencia. Muchos me han pedido hacer comentarios o escribir un obituario sobre él. Decidí no hacerlo hasta que terminara el funeral y la familia y la nación hubieran concluido esos rituales esenciales. Es nuestro estilo africano. Otros no buscaban mis comentarios sobre mi tiempo con Kibaki sino algún ataque sensacional. Expliqué a uno: “No odio a Mwai Kibaki, nunca lo he hecho. Él no es un hombre que me hiciera odiar; es alguien que me rompió el corazón”.
Tuve el honor de trabajar para Mwai Kibaki desde principios de 2003 hasta 2005, el período laboral más corto en cualquier trabajo durante toda mi carrera profesional. Kibaki me empleó como su secretario permanente en la Oficina del Presidente a cargo de Gobernanza y Ética. Tenía una oficina en la Cámara de Representantes, lo que en parte significaba el cumplimiento de la promesa de campaña que Kibaki había hecho de lidiar con la corrupción una vez que asumiera el cargo. A los 38 años, estaba realmente emocionado por este honor de servir a mi país y al jefe de Estado. Residir en State House era un gran desafío en el contexto político de Kenia. Toda clase de gente venían a verme y me narraban largas historias de sus tribulaciones a manos de, digamos, el poder judicial, que pensaban que yo podría resolver simplemente porque «me sentaba en la Cámara de Representantes«.
Establecimos una Unidad de Denuncias Públicas (UCP) para atender ésto y el resto de lo que se convirtió en una avalancha de solicitudes, ruegos, quejas y narraciones de aflicción que, en particular, estaban dirigidas al presidente por comunes wananchi (ciudadano ordinario) como límite de su talento. La UCP se transformó en la oficina del Defensor del Pueblo que originalmente tuvo su sede en el Edificio del Banco Cooperativo.
En mi exuberancia había olvidado mis propios escritos anteriores sobre las intrigas y maquinaciones que tuvieron lugar en esa casa. Al cabo de un año, me di cuenta de que lo que había considerado una ventaja ya no lo era en absoluto. A medida que pasaba el tiempo, tomé conciencia de que mientras mucho de bueno emanaba de este asiento de poder, a menudo también surgía de este lugar una oscuridad que brotaba de lo más bajo de nuestros deseos y nuestra vil codicia. Llegué a descubrir que una sequía era una oportunidad de negocio para algunos, que la culpa por la cual las gorras de policías se deshacían bajo la lluvia era de un contrato. Incluso las salchichas, mandazis (pan frito) y botellas de agua mineral que nos servían tan eficientemente podían a menudo ser una estafa. Altamente sorprendido no sólo por el precio que el gobierno estaba pagando por el agua mineral, sino también por la fuerte insistencia de la estafa que estaba obligando a su ministerio a comprar el agua a precios de hoteles de cinco estrellas, un ministro decidió comprar su propia agua en el Supermercado Uchumi.
Todos los líderes dejan tras de sí un legado mixto
Antes de trabajar para Kibaki, la historia más memorable que me habían contado sobre él fue cuando asistió a una reunión de la Asociación Gikuyu Embu Meru (GEMA) en la década de 1970. En esta reunión se planteó la propuesta de que se debía hacer todo lo posible para garantizar que la presidencia nunca abandonara la comunidad Kikuyu. Kibaki, de quien me dijeron que nunca fue tan fanático de GEMA, se puso de pie y advirtió a la reunión que no debían volverse como el monárquico Kabaka Yekka— “Solo el Rey” —movimiento y partido en Uganda que había sido iniciado por elementos de la élite baganda para servir exclusivamente a los intereses de su propia comunidad, lo que había contribuido a alimentar el sentimiento antibaganda entre la élite gobernante de entonces, compuesta principalmente por líderes del norte de Uganda. Kibaki era un respetado líder que no era conocido por expresar sentimientos emotivos e improvisados. Su comentario “Kabaka Yekka” interrumpió toda la reunión y permitió que otros recuperaran el terreno que sintieron que sus sentimientos les habían hecho perder. Este y otros comentarios sobre sus valores políticos hicieron una gran impresión en mí; su perfil público coincidía con como era yo: relajado, no conflictivo, erudito, no inclinado a agrupaciones tribales ni a demasiado ruido en el escenario político.
Cuando me uní a su administración, el Kibaki con el que trabajaba encajaba con la imagen que tenía de él. Antes de esto, en 2001-2002, trabajé como parte del equipo que elaboró su estrategia de transición y anticorrupción. No era un hombre de demasiadas palabras y, aunque la parte de su legado de la que se ha hablado con más elogios es la economía, Kibaki nunca dio conferencias sobre política económica. Era casi como si su comprensión y postura con respecto a la estabilización de la economía estuvieran implícitas y se rodeara de personas que «lo entendieron», por así decirlo. En verdad, a los pocos meses de asumir el cargo y heredar una economía estancada, no solo la había cambiado, sino que Kenia estaba literalmente abierta de nuevo para los negocios. Este manera de hacer de Kenia un destino viable de inversión local e internacional fue su legado más profundo.
Los kenianos elogian la gestión económica de Kibaki en parte debido al declive en la gestión de las finanzas públicas que siguió a su partida. Esto es especialmente cierto ahora, en este momento histórico, porque es un “tiempo de legado” en Kenia, con elecciones presidenciales de transición a menos de 100 días. El presidente Uhuru Kenyatta está luchando para salvar su legado del daño causado a la economía desde 2013 por la corrupción de Jubilee que ha estado en una escala difícil de calificar, racionalizar, sintetizar e incluso comenzar a explicar coherentemente excepto como una forma de delincuencia colectiva. Agrega a esto un entorno económico y político global que cambia rápidamente y un gran crecimiento demográfico juvenil que aparentemente en cinco cortos años ha sido catapultada de estar cautivada por la agradable celebridad, los llamativos adornos del «romance» político de Kenyatta con su vicepresidente, a sentirse atraída por mitad de la fracturada pareja, sobre todo en las zonas urbanas. Para un hombre conocido como abstemio, el vicepresidente William Ruto se ha embarcado en un alucinógeno intento de distanciarse de la corrupción.
Mi propia sensación era que la lucha anticorrupción de Kibaki era importante para él, no solo como un resultado político para los kenianos, como había prometido, sino como algo esencial para hacer lo que había planeado en su propia mente para la economía. Kibaki se dispuso a combatir la corrupción reconociendo que las decisiones de liderazgo habían informado el comportamiento de las instituciones y no al revés. En todo el tiempo que trabajé con él, nunca me encontré con personas que lo visitaran para exenciones de impuestos, un problema endémico bajo el anterior régimen. Kibaki quería realmente luchar contra la corrupción, especialmente al principio. En retrospectiva, ahora diría que a medida que las políticas se volvían más complicadas y a medida que las relaciones con otros socios de la coalición NARC se volvieron cada vez más difíciles de manejar, y que entraron en acción puntos de vista totalmente opuestos con respecto al furioso debate en torno a una nueva constitución, las prioridades cambiaron drásticamente.
No ayudó que los poderosos intereses comerciales consideraran ahora tanto a la NARC como al desarrollo del proyecto de constitución como hostil a sus intereses personales. En ese momento, no me di cuenta de las señales de la gradual transformación. A medida que avanzaba Anglo-Leasing, se evidenció que la rata muerta en las vigas de la choza de nuestro gobierno apestaba, supimos que estaba allí, fingimos buscarla, pero comprendimos que esa rata muerta era muy nuestra.
Mwai Kibaki era un hombre de pocas palabras. Los cabezas huecas lo aburrían a menos que fueran sinceramente divertidos. Evitaba la confrontación a toda costa; no estaba en su ADN. Esto significa que a menudo hablaba en una especie de código, incluso cuando no estaba contento con alguien o algo. Y el silencio era en gran medida uno de los lenguajes de Kibaki. “Hiyo maneno tutaangalia” (Ese asunto lo revisaremos) solía significar un no a la propuesta que era presentada. “¡¿Sikia huyu mtu sasa?!” (¿Escuchen a esta persona?) significaba, en general, que alguien estaba diciendo algo desagradable o que él consideraba tonto. “¡Bure kabisa!” (¡Totalmente inútil!) significaba precisamente eso, ya fuera en relación con una persona, un grupo o una propuesta. Cuando decía “Huyo wacha tuone vile ataenda” (Veamos cómo le va), era un código que indicaba su estimación de que alguien se había embarcado en un proyecto o iniciativa condenada al fracaso. No tenía absolutamente ningún interés en que los aduladores le trajeran rumores y chismes (fununu y porojo) sobre pequeñas intrigas políticas de otros. Dicho esto, en lo que en última instancia era tanto una fortaleza como una debilidad, Kibaki confiaba y creía profundamente en viejos amigos, incluidos, como me describió un colega suyo de Nyeri, «los mercenarios que no se preocupan por él«. Para mí, su tirar la toalla en la agenda de la corrupción fue devastador.
En retrospectiva, también puedo ver claramente ahora que las semillas de violencia postelectoral de 2007-8 se plantaron en 2003-4. Cuando Kibaki asumió el cargo, la idea de un grupo de líderes políticos y empresariales de la región del Monte Kenia, la llamada “Mafia del Monte Kenia”, echó raíces impulsada por la creciente corrupción, pasando de mito a realidad entre 2004 y 2005, cuando el gobierno perdió drásticamente el referéndum constitucional celebrado en noviembre de ese año.
Encontré profundamente irónico que el hombre que conocí como el que había advertido a los líderes de GEMA en la década de 1970 sobre el peligro de convertirse en una organización exclusivista tipo Kabaka Yekka, se encontraba ahora al frente de una administración que, entre 2005 y las fatales elecciones de 2007, estaba consumido por la misma narrativa contra la que había advertido. Culminó en la parte más devastadora de su legado: la explosión de violencia, relativamente breve pero mortal, que manchó irrevocablemente su historial incluso más que el perder su control sobre la corrupción.
No estaba presente en Kenia cuando estalló la violencia postelectoral, aunque más tarde fui testigo del daño que causó, primero en sus víctimas inmediatas y, en última instancia, en el tejido de la nación misma. Dejaré entonces que otros reflexionen exhaustivamente sobre esa parte de su legado. De lo que puedo hablar comprensivamente es de lo que presencié de cerca: la desintegración de la agenda anticorrupción con la que asumió el cargo. Mi última impresión personal es que, siendo testigo de su fragilidad, algunos de los aliados más firmes de Kibaki tomaron una decisión: “¡El tiempo puede ser corto! ¡Hagamos heno mientras brilla el sol!” Y así, Kibaki se convirtió en vehículo comercial para una variedad de actores decididos a llenarse los bolsillos. De hecho, la más suprema ironía es que sobrevivió a algunos de los más avaros de estos amigos. Lo que ellos comenzaron, especialmente en relación con la adquisición de deuda comercial por parte del gobierno de Kenia, pasó de ser la mofeta de Anglo Leasing heredada del régimen anterior al gigante que es la carga de la actual deuda pública que ha obligado a Kenia a caer en las manos del mismo FMI del que Kibaki había conseguido liberarse en 2005.
Era imposible odiar a nivel personal al difunto Mwai Kibaki, simplemente porque no dio ninguna causa para ello. Era un interlocutor tranquilo y brillante. Mis más traumáticos y tristes momentos en el servicio público fueron cuando intercambiábamos palabras fuertes y duras. Pero, en verdad, todos los que logran escalar el resbaladizo poste político hasta la cima dejan atrás tanto a entusiastas seguidores como a perjudicados. Kibaki, a diferencia de otros que han ocupado el cargo de presidente en Kenia y en otros países de la región, puede que no haya sido un decidido destructor de hombres, pero él podría también ser un rompecorazones político y una gran decepción cuando continuaba adelante tranquilamente habiéndote dejado tirado repentina e inesperadamente en los asuntos difíciles en manos de algunos de sus manipuladores menos escrupulosos.
Mwai Kibaki ya se ha ido de este rollo mortal. Que descanse en paz eterna y que su familia encuentre consuelo en este difícil momento del fallecimiento de un hombre brillante y complejo.
Fuente: Africa is a Country
[CIDAF-UCM]
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