Uganda registró recientemente el cierre continuo más largo del mundo, de escuelas primarias y secundarias, e incluso universidades, como parte de la lucha contra la covid-19. Este cierre de los centros educativos, durante dos años, está mostrando consecuencias imprevistas y demoledoras.
La Autoridad Nacional de Planificación proyecta que es probable que el 30 % de los alumnos y estudiantes del país no regresen a la escuela, y que es probable que se cierren 3.507 escuelas primarias y 832 secundarias en el país.
El cierre continuo de la enseñanza escolar ha brindado, al mismo tiempo, la oportunidad de ver y valorar el papel de las escuelas y de la educación de forma diferente.
Las crisis tienden a cerrar, pero también a abrir los ojos. Con las parejas encerradas en casa durante el confinamiento, se ha disparado, en Uganda y en todo el mundo, un fuerte aumento de la violencia de género. Sin la salida al trabajo, a los restaurantes y a otras actividades al exterior, como en la escuela, aumentan la tensión y la crispación en casa.
Las escuelas y los maestros desempeñan otras funciones sociales de gran relevancia para la sociedad, además del proceso educativo de los jóvenes.
Uno de los aspectos más trágicos del encierro son los cientos de miles de colegialas que han quedado embarazadas como resultado de las vulnerabilidades económicas exacerbadas por el encierro de la covid-19 y el hecho de que había muchos jóvenes, hombres y mujeres, sin empleo alguno. Gran parte del 30 % de las estudiantes que no volverán a la escuela son aquellas que se convirtieron en madres jóvenes.
En tiempos normales los estudiantes probablemente pasan más tiempo con las maestras y maestros que con sus padres. La atención que les brindan, el acompañamiento y mantenerlos fuera de los problemas y del camino de los depredadores convierte a los maestros en “padres”.
Otra consecuencia del confinamiento y del paro de tantas y tantos jóvenes en Uganda ha sido el aumento de manifestaciones políticas de jóvenes y estudiantes durante el periodo de las últimas elecciones presidenciales en Uganda, en enero de 2021. Esto se vio también en otros países de África, como en Sudán, Etiopía, etc.
Los expertos cuestionan la decisión del gobierno de imponer el segundo confinamiento en todo el país como una medida para frenar la propagación de la pandemia covid-19 en junio de este año, porque uno de los sectores más afectados fue la educación. Según afirma C. Onyango-Obbo, del Daily Monitor:
“Se espera que los centros educativos del país vuelvan a abrir en enero del próximo año 2022, cuando se hayan vacunado más de 22 millones de personas. Esto, según Unicef, convierte a Uganda en el país que más tiempo ha cerrado escuelas en el mundo, seguido por Nepal (74 semanas), Bolivia (73 semanas)”.
Al cierre de las escuelas en junio, el Ministerio de Educación entregó materiales de aprendizaje para que los estudiantes de diferentes niveles continuasen con el proceso de aprendizaje desde sus hogares. Este apoyo ha supuesto, sin duda, una gran ayuda para muchos jóvenes y sus familias, aunque sea de una forma limitada y temporal.
Es evidente que, en la mayoría de los países africanos, la educación digital como el trabajo por internet, es todavía muy limitado, sobre todo en las zonas rurales. En Uganda, concretamente, solo las grandes ciudades consiguen acceso a internet, y solo de forma irregular y limitada.
La forma más eficaz para combatir la covid 19, y facilitar el trabajo y la educación, sobre todo en Uganda y en África, hubiera sido una gestión eficaz, justa y solidaria de la vacunación de la población, además de las precauciones normales, como mascarilla, higiene, ventilación, etc.
Esta ha sido la gran asignatura pendiente en la que han suspendido gran parte de los gobiernos, en África y en los otros continentes.
Lázaro Bustince