Transformar las cuatro grandes guerras actuales en acuerdos para un desarrollo sostenible global

11/12/2023 | Crónicas y reportajes, Editorial

 

 

 

Las cuatro grandes y graves guerras actuales de: Ucrania-Rusia, Palestina-Israel, Siria y del Sahel tienen una solución político-económica, porque son guerras causadas por motivos político-económicos. Para ello se requiere una fuerte voluntad y compromiso por parte de la ONU y de otras Organizaciones Internacionales (UE, UA, BRICS…), así como de todos los 195 Gobiernos que firmaron el Acuerdo de los ODS en 2015.

Jeffrey D. Sachs, catedrático de la Universidad de Columbia y especialista en economía global y desarrollo sostenible, declaró en un discurso reciente:

Comparezco ante el Consejo de Seguridad de la ONU en mi propio nombre. La reunión de hoy (23.11.2023), tiene lugar en un momento de cuatro conflictos: la guerra de Ucrania y Rusia, la guerra entre Israel y Palestina, la guerra de Siria, y las guerras del Sahel, que comenzaron en 2012 en Mali y ahora se han extendido por todo el Sahel. Estas y otras guerras recientes se han cobrado millones de vidas, han dilapidado billones de dólares en gastos militares y han destruido la riqueza cultural, natural y económica acumulada durante generaciones. Las guerras son el peor enemigo del desarrollo sostenible.

 

Estas guerras pueden parecer insolubles, pero no lo son.  De hecho, yo sugeriría que las cuatro guerras podrían terminar rápidamente mediante un acuerdo en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU.

 

Una de las razones es que las grandes guerras deben alimentarse desde el exterior, tanto con financiación externa como con armamento.  El Consejo de Seguridad de la ONU podría acordar poner fin a estas terribles guerras retirando la financiación externa y el armamento.  Para ello sería necesario un acuerdo entre las principales potencias. La otra razón por la que estas guerras pueden terminar rápidamente es que son el resultado de factores económicos y políticos que pueden abordarse mediante la diplomacia y no mediante la guerra.  Al abordar los factores políticos y económicos subyacentes, el Consejo de Seguridad puede establecer las condiciones para la paz y el desarrollo sostenible.

 

La guerra en Ucrania tiene dos causas políticas principales.  La primera es el intento de la OTAN de expandirse a Ucrania a pesar de las oportunas, reiteradas y cada vez más urgentes objeciones de Rusia.  Rusia considera la presencia de la OTAN en Ucrania como una amenaza significativa para la seguridad de Rusia. La segunda causa política es la división étnica este-oeste en Ucrania, en parte por líneas lingüísticas y en parte por líneas religiosas.

 

Este Consejo podría poner fin rápidamente a la guerra de Ucrania abordando sus causas políticas y económicas subyacentes. Tras casi 10 años de duros combates, es realista que algunas de las regiones étnicamente rusas sigan formando parte de Rusia, mientras que la gran mayoría del territorio ucraniano seguirá perteneciendo, por supuesto, a una Ucrania soberana y segura. Recomiendo que el Consejo de Seguridad establezca un nuevo Fondo para la Paz y el Desarrollo que contribuya a movilizar la financiación necesaria para ayudar a Ucrania y a otras zonas en guerra a abandonar la guerra y avanzar hacia la recuperación y el desarrollo sostenible a largo plazo.

 

Consideremos de forma similar la guerra en Israel y Palestina.  También en este caso, el Consejo podría poner fin rápidamente a la guerra aplicando las numerosas resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, en las que se pide el retorno a las fronteras de 1967, el fin de las actividades de asentamiento de Israel en los territorios ocupados, con más de 600.000 colonos y la solución de dos Estados. En ambas partes, los partidarios de la línea dura frustran una y otra vez a los moderados que buscan una paz basada en la solución de los dos Estados. Mi recomendación a este Consejo es que reconozca inmediatamente el Estado de Palestina, en cuestión de días o semanas, y acoja a Palestina como miembro de pleno derecho de las Naciones Unidas, con capital en Jerusalén Este y con control soberano sobre los Santos Lugares islámicos. El Consejo también debería establecer una fuerza de mantenimiento de la paz, procedente en gran medida de los países árabes vecinos, para ayudar a garantizar la seguridad en Palestina.

 

Palestina debe beneficiarse de los yacimientos de petróleo y gas en alta mar en las aguas territoriales de Palestina.  En segundo lugar, el nuevo Fondo para la Paz y el Desarrollo debe ayudar a Palestina a financiar un puerto moderno en Gaza y un enlace seguro por carretera y ferrocarril que conecte Gaza y Cisjordania.  En tercer lugar, los recursos hídricos vitales del valle del Jordán deben repartirse equitativamente entre Israel y Palestina. En cuarto lugar, y lo que es más importante, tanto Israel como Palestina deben formar parte de un plan integrado de desarrollo sostenible para el Mediterráneo Oriental y Oriente Medio que apoye la resiliencia climática y la transición de la región hacia la energía verde.

 

Del mismo modo, el Consejo puede poner fin a la guerra en Siria.  La guerra de Siria estalló en 2011 cuando varias potencias regionales y Estados Unidos unieron sus fuerzas para derrocar al gobierno del presidente sirio Bashar al Assad.  Esta operación de cambio de régimen profundamente equivocada fracasó, pero desencadenó una guerra prolongada con un enorme derramamiento de sangre y destrucción, incluso de antiguos sitios del patrimonio cultural.  Desde el punto de vista económico, la mejor esperanza de Siria es integrarse estrechamente en la región del Mediterráneo Oriental y Oriente Medio, especialmente mediante la construcción de infraestructuras físicas (carreteras, ferrocarril, fibra, electricidad, agua) que conecten Siria con Turquía, Oriente Medio y las naciones mediterráneas.  Como en el caso de Israel y Palestina, este programa de inversiones debería financiarse en parte con un nuevo Fondo para la Paz y el Desarrollo Sostenible creado por este Consejo.

 

La guerra en el Sahel tiene raíces similares a la guerra en Siria. Las principales potencias de la OTAN pretendían derrocar el régimen de Moammar Gadafi en Libia en 2011.  El violento derrocamiento del gobierno libio se extendió rápidamente a los empobrecidos países del Sahel.  La pobreza por sí sola hizo que estos países saharianos fueran muy vulnerables a la afluencia de armamento y milicias.  El resultado ha sido una violencia continua y múltiples golpes de Estado, que han minado gravemente la posibilidad de una mejora económica.

 

La crisis del Sahel es hoy ante todo una crisis de inseguridad por los grupos yihadistas y la pobreza.  El Sahel es una región semiárida, con inseguridad alimentaria crónica, hambre y pobreza extrema.  La mayoría de los países de la región carecen de litoral, lo que dificulta enormemente el transporte y el comercio internacional.  Pero, al mismo tiempo, la región posee enormes yacimientos de minerales de gran valor, una gran biodiversidad y potencial agronómico, un enorme potencial de energía solar y, por supuesto, un enorme potencial humano que aún no se aprovecha debido a un déficit crónico de escolarización y formación. Toda la región del Sahel necesita urgentemente inversiones en electrificación, acceso digital, agua y saneamiento y transporte por carretera y ferrocarril, así como en servicios sociales, especialmente educación y sanidad.

 

La Carta de la ONU confiere al Consejo de Seguridad poderes considerables cuando cuenta con la determinación de sus miembros. Puede imponer sanciones económicas a los países que no cumplan las resoluciones del CSNU.  Puede proporcionar garantías de seguridad a las naciones. Puede remitir casos a la Corte Penal Internacional para detener crímenes de guerra. En resumen, el Consejo es ciertamente capaz de hacer cumplir sus resoluciones si así lo decide.

 

Tres pautas para ese nuevo fondo.  En primer lugar, lo financiarían las grandes potencias transfiriendo una parte de sus gastos militares a la pacificación mundial.  Estados Unidos, por ejemplo, gasta actualmente alrededor de un billón de dólares al año en el ejército, mientras que China, Rusia, India y Arabia Saudí son los siguientes países que más gastan, con unos gastos militares combinados que suponen algo más de la mitad de los de Estados Unidos, quizás unos 600.000 millones de dólares. Supongamos que estos países redujeran sus gastos militares en tan sólo un 10% y redirigieran el ahorro al Fondo para la Paz y el Desarrollo.  Sólo con eso se liberarían unos 160.000 millones de dólares al año.  Esto es primordial tanto para el establecimiento de la paz y el desarrollo”.

La propuesta de reorientar los gastos militares de hoy hacia la financiación del desarrollo sostenible de mañana se basa no sólo en la sabiduría auténtica, sino también en las propuestas de los líderes religiosos y de las naciones del mundo en la Asamblea General de la ONU.

El Papa Pablo VI, en su brillante encíclica “Populorum Progresio” (1967), pidió a los líderes mundiales «que destinen parte de sus gastos militares a un fondo mundial para aliviar las necesidades de los pueblos empobrecidos». La Asamblea General de la ONU hizo suya esta causa en la Resolución 75/43 de la AGNU, en la que pedía «a la comunidad internacional que dedique al desarrollo económico y social una parte de los recursos disponibles gracias a la aplicación de los acuerdos de desarme y limitación de armamentos, con el fin de reducir la brecha cada vez mayor que separa a los países desarrollados de los países en desarrollo».

El papa Francisco en “Laudato Si”, actualiza la misma sabiduría y justicia social, incluyendo la dimensión ecológica. Cuando los 193 Estados miembros de la ONU que firmaron los ODS en 2.015 exijan responsabilidad y ética al Consejo de Seguridad podremos alcanzar la Paz y el Desarrollo Sostenible.

 

CIDAF-UCM

Autor

  • Nacido en Izco (Navarra), en 1942, estudió filosofía en Pamplona (1961-1964). Hizo el noviciado en Gap – Grenoble (1964-1965), con los Misioneros de África (Padres Blancos). Estudió Teología en el instituto M.I.L. de Londres, (1965-1969), siendo ordenado sacerdote en Logroño, en los Padres Blancos en 1969.

    Comenzó su actividad misionera en África en 1969, siendo enviado a la diócesis de Hoima en Uganda, donde estuvo trabajando en la educación, desarrollo y formación de líderes durante nueve años. Luego vivió un periodo de trece años en diversas ciudades europeas, trabajando en la educación y capacitación de los jóvenes (Barcelona 1979-1983)) , en Irlanda como responsable de la formación de los candidatos polacos (1983-1985), y en Polonia donde fue Rector del Primer Ciclo de Filosofía Polaco (1985-1991), y se doctoró en Teología espiritual en Lublin, donde fue nombrado profesor de la misma Universidad Católica de Lublin (KUL), de dicha ciudad, en 1991.

    Regresó a Uganda en 1992, y fue elegido Provincial de los padres Blancos de Uganda hasta 1999. Durante este periodo, fue también presidente de la Asociación de Religiosas-os en Uganda (ARU), y pionero en la construcción del Centro Nacional de Formación Continua (USFC). Además inició la Comisión de Justicia, Paz e Integridad de la Creación (JPIC) en 1994, trabajando en la formación de líderes en JPIC.

    En 2000 y 2004 cursó estudios sobre educación en Justicia, Paz, y Transformación de Conflictos, en Dublín. Desde su regreso a Uganda, fue pionero en la capacitación de agentes sociales en JPIC, y en el establecimiento del primer Consorcio de Educación Ética (JPIIJPC), lanzado por seis Congregaciones Misioneras, en 2006. Desde el inicio, y hasta junio 2011, ostentó el cargo de primer Director del Instituto. Al mismo tiempo fue profesor invitado de Ética en la Universidad de los Mártires de Uganda (UMU).

    En septiembre de 2011 fue nombrado director general de África Fundación Sur (AFS), organismo que dejó de existir en 2021. En la actualidad sigue trabajando por África al 100 % siendo, entre otras ocupaciones, editorialista en el CIDAF-UCM.

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