Trabajar con las personas marginadas por el bien común (parte I)
Benedicto XVI afirmó en la carta encíclica “Caritas in veritate” que “se ama al prójimo tanto más sinceramente, cuanto más se trabaja por un bien común que responda también a sus necesidades reales. La pobreza de tantos hermanos clama justicia, solidaridad, testimonio y compromiso compartido”.
Es preciso seguir denunciando la “dictadura de una economía que mata” y reconocer que mientras las ganancias de unos pocos crecen, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que promueven la autonomía absoluta de los mercados, sin tener en cuenta el bien común y la gestión ética de los recursos.
En la encíclica “Dilexit nos”, el papa Francisco señaló cómo la injusticia social toma una forma estructurada en la sociedad, que se inserta en una mentalidad dominante que considera normal, racional y hasta progresista, lo que no es más que egoísmo e indiferencia. Debemos comprometernos cada vez más para resolver las causas estructurales de la pobreza. “Los planes asistenciales, que atienden ciertas urgencias, sólo deberían pensarse como respuestas pasajeras” [nº97]. “La falta de equidad es raíz de los males sociales” [nº98]. En efecto, muchas veces se percibe que, de hecho, los derechos humanos no son iguales para todos.
Las estructuras de injusticia deben ser reconocidas y destruidas con la fuerza del bien, a través de una educación integral, pero también con la ayuda de las ciencias y la técnica, mediante el desarrollo de políticas éticas en la transformación de la sociedad.
Las agudas diferencias entre ricos y pobres nos invitan a trabajar con mayor empeño en ser testigos que saben compartir la mesa de la vida, la mesa de todas las personas, mesa abierta, incluyente, en la que no falte nadie. Nuestra sociedad, por su misma naturaleza, es solidaria con aquellos que son pobres, excluidos y marginados, con aquellos que son considerados un “descarte” de la sociedad.
Por un lado, vemos que la ayuda más importante para una persona pobre es promoverla a tener un buen trabajo, para que pueda ganarse una vida más acorde a su dignidad, desarrollando sus capacidades y ofreciendo su esfuerzo personal. El hecho es que la falta de trabajo es mucho más que la falta de una fuente de ingresos para poder vivir. Trabajando nosotros nos hacemos más persona, nuestra humanidad florece, los jóvenes se convierten en adultos solamente trabajando.
La solución a la pobreza mundial hay que buscarla con inteligencia, compromiso social y una gobernanza ética. Pero también necesitamos compartir los bienes con las personas necesitadas, pues son parte de nuestra familia humana.
Lázaro Bustince
CIDAF-UCM


