En la primera Exhortación Apostólica del papa León XIV sobre el amor hacia los pobres, “Dilexit Te” (Te he amado), presenta una síntesis sobre cómo cuidar de las personas marginadas, y cómo trabajar juntos para que vivan dignamente compartiendo los bienes que deben ser para todos, para cada ser humano. El compromiso en favor de los pobres, con el fin de remover las causas sociales y estructurales de la pobreza, aun siendo importante en los últimos decenios, sigue siendo insuficiente.
En un mundo donde los pobres son cada vez más numerosos, también vemos crecer algunas élites de ricos, que viven en una burbuja muy confortable y lujosa, casi en otro mundo respecto a la gente común. Todavía persiste, una cultura que descarta a los demás y tolera con indiferencia que millones de personas mueran de hambre o sobrevivan en condiciones indignas del ser humano.
Las mujeres son las personas más vulnerables, pues sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia, porque frecuentemente se encuentran con menores posibilidades de defender sus derechos. Sin embargo, también entre ellas encontramos constantemente los más admirables gestos de heroísmo cotidiano en la defensa y el cuidado de sus familias.
La economía capitalista busca un crecimiento y control de los recursos, pero es incapaz de promover un desarrollo humano integral. Aumentó la riqueza, pero con inequidad, y así lo que ocurre es que “nacen nuevas pobrezas”.
Un profundo sentido de la justicia social nos lleva a ver que no dar a los pobres lo que necesitan es robarles y defraudarles la vida, porque lo que poseemos les pertenece. Los grandes maestros de la historia han insistido en la exigencia ética de compartir los bienes con los necesitados.
Toda educación debe ser un espacio de inclusión, formación integral y promoción humana. Así, conjugando fe y cultura, se siembra futuro y se construye una sociedad mejor.
El papa Francisco recordaba que la misión de la Iglesia junto a los migrantes y refugiados es aún más amplia, insistiendo en que «la respuesta al desafío planteado por las migraciones contemporáneas se puede resumir en cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar”. Pero estos verbos no se aplican sólo a los migrantes y a los refugiados, sino también a todos los habitantes de las periferias, que deben ser acogidos, protegidos, promovidos e integrados.
Los movimientos de trabajadores, de mujeres y de jóvenes, así como la lucha contra la discriminación racial, han dado lugar a una nueva conciencia de la dignidad de los marginados.
León XIII afrontó la cuestión del trabajo poniendo al descubierto la situación intolerable de muchos obreros de la industria, proponiendo la instauración de un orden social justo. Otros papas también se han expresado en esta misma línea. Con la encíclica “Mater et Magistra” (1961) Juan XXIII se hizo promotor de una justicia de dimensiones mundiales: los países ricos no podían permanecer indiferentes ante los países oprimidos por el hambre y la miseria, sino que estaban llamados a socorrerlos generosamente con todos sus recursos.
En la constitución pastoral “Gaudium et spes”, el Concilio Vaticano II afirmó con fuerza el destino universal de los bienes de la tierra y la función social de la propiedad que deriva de ello: «Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos”.
Lázaro Bustince
CIDAF-UCM


