Sudáfrica: comienza otra era, por Ramón Echeverría

7/01/2022 | Bitácora africana

Eran las 10 de la mañana hora española (las 11 en Sudáfrica) del primer día de 2022, cuando comencé a imaginar este comentario, mientras se celebraba el funeral de estado de Desmond Tutu, arzobispo anglicano, premio Nobel de la Paz en 1984 y figura central en la lucha contra la injusticia racial en Sudáfrica, fallecido a sus 90 años el pasado 26 de diciembre. La ceremonia tuvo lugar en la catedral de San Jorge de Ciudad del Cabo, que en los años 1980 Tutu había convertido en un refugio para los activistas perseguidos por las fuerzas del régimen del apart-heid, en el poder hasta 1994.

desmond_tutu_cc0.jpgSaludando a los presentes (unas 100 personas a causa de las restricciones por la covid-19) y “a las multitudes que hubieran querido estar aquí, allí donde se hayan reunido”, y que seguían la ceremonia por radio, televisión y pantallas desplegadas por todo el país, el Rvdo. Michael Weeder, decano anglicano de Ciudad del Cabo, les recordó cómo “la sonrisa de Tutu movía a la gente como el viento mueve a las ramas”, y “poco importaba que estuvieran cerca o lejos, les ayudaba a calmarse y concentrarse en lo esencial”. Thabo Makgoba, actual arzobispo de Ciudad del Cabo, presidió la ceremonia. El sermón lo dio Nichael Nuttall, antiguo obispo de Natal y amigo personal de Tutu. También intervino su hija mayor Mpho Andrea, en nombre de su madre, Nomalizo Leah, en silla de ruedas y situada delante de los congregados y de los otros hijos, Trevor Thamsanka, Naomi Nontombi y Theresa Thandeka. En su panegírico, el presidente Cyril Ramaphosa calificó a Tutu de “padre espiritual de nuestra nueva nación” (fue Tutu quien acuñó la expresión “Nación Arcoíris”). Las campanas sonaron a las 12 del mediodía mientras las banderas ondeaban a media asta. En un vídeo mensaje, Justin Welby, Arzobispo de Canturbery, describió cómo Tutu había iluminado al mundo. Y añadió: “Rindiéndole este homenaje, me siento como un ratón que alaba a un elefante”. Cientos de artículos, biografías y panegíricos han sido dedicados esta última semana a este clérigo sudafricano que había pedido que su funeral fuera sencillo, su ataúd el más barato, que las únicas flores en la catedral fueran las de un pequeño ramo de claveles de su familia y, –detalle ecológico, porque también Tutu defendía los derechos de la tierra–, que se dispusiera de su cuerpo por el sistema de acuamación (método físico-químico de hidrólisis que desintegra el cuerpo de manera equivalente a las cenizas). Por eso a Desmond Tutu le habrá gustado el gesto de un ciudadano de a pie, Wally Mdului, que hizo más de 1.000 km. en autostop, desde Bloemfontain hasta Ciudad del Cabo, para poder honrar el féretro del difunto arzobispo. “Tras haberlo hecho, me he sentido colmado. Es como si su espíritu me habitase”.

Otro asistente calificó el momento de “final de una era”. Había estado presente cuando al salir Mandela de prisión en 1990, éste y Tutu, unidas las manos, elevaron los puños en alto para mostrar que la futura democracia era imparable. Y ahora ambos se habían ido. Ese “final de una era” trae a mi memoria mi asistencia, el 7 de enero de 1993 en la catedral de Santa María de Johannesburgo, al funeral de la activista blanca antiapartheid Helen Joseph (1905- 25 diciembre 1992). Desmond Tutu presidió la ceremonia, y Nelson Mandela pronunció el panegírico. De familia judía, nacida en Sussex (Inglaterra), Helen aterrizó en Sudáfrica tras ejercer tres años de maestra en la India. En Sudáfrica se implicó en el Sindicato de Trabajadores del Textil y en la fundación del “Congress of Democrats”. Con Lillian Ngoyi iniciaron la Federación de Mujeres Sudafricanas. El 9 de agosto de 1956 organizaron la marcha de 20.000 mujeres hasta la sede oficial del gobierno sudafricano en Pretoria, en protesta contra las “Pass Laws” que controlaban y limitaban la movilidad de los no blancos. Todavía hoy cada 9 de agosto Sudáfrica celebra el “Día Nacional de la Mujer”. Acusada de “alta traición” pero nunca condenada, Helen Joseph permaneció confinada durante 23 años. En su panegírico, Mandela subrayó lo mucho que Helen Joseph había hecho por Sudáfrica. Dos pequeños, pero importantes detalles captaron mi atención. El que Helen recibiera el título de “Isitwalandwe” (“que porta las plumas de la grulla azul”), la más alta condecoración concedida por el African National Congress. Y cómo, jocosamente serio, Mandela alabó a Helen porque habiendo sido siempre una activista empe-ñada y revolucionaria, nunca dejó de ser una “authentic british lady”. En ese funeral, Mandela, Tutu y Helen Joseph, juntos, encarnaron para mí la “Nación Arcoiris” que querían construir. Y los tres se han ido. Es el final de una era.

Tras [la muerte de] Desmond Tutu, ha llegado el momento para nuevos héroes sudafricanos”, titulaba este 1 de enero Andrew Harding su comentario para la BBC. Tutu ha sido el último de una extraordinaria generación de gigantes morales que, en las décadas de 1980 y 1990, alejaron de las crueldades del apartheid y del precipicio de la guerra civil a un país turbulento y traumatizado. Evitando todo partidismo, Desmond Tutu fue figura clave en la Comisión para la Verdad y la Reconciliación (Truth and Reconciliation Commission). Emocionan las fotos de un Tutu que llora al desenterrar algunas de las barbaridades que la Comisión tuvo que aclarar y asimilar. Sin pelos en la lengua, condenó las derivas del ANC, a cuyos dirigentes acusó alguna vez de ser “peores que el apartheid”. Tutu desaparecido, no es que Sudáfrica se encuentre sin timón o sin líder, pero sí al comienzo de una nueva etapa. Se han terminado los años de sacrificio y de gloria, y toca ahora lidiar con las realidades políticas mucho más miserables. Poco después del funeral de Desmond Tutu, Nomsa Maseko comentaba desde Ciudad del Cabo: “El último de los conocidos luchadores por la libertad de Sudáfrica deja atrás una tarea difícil para los líderes de la nación: liberar al país de la corrupción y las divisiones raciales y liderar el camino a seguir, en el espíritu de la brújula moral que fue la fuerza guía del liderazgo de Tutu”.

Ramón Echeverría

Autor

  • Echeverría Mancho, José Ramón

    Investigador del CIDAF-UCM. A José Ramón siempre le han atraído el mestizaje, la alteridad, la periferia, la lejanía… Un poco las tiene en la sangre. Nacido en Pamplona en 1942, su madre era montañesa de Ochagavía. Su padre en cambio, aunque proveniente de Adiós, nació en Chillán, en Chile, donde el abuelo, emigrante, se había casado con una chica hija de irlandés y de india mapuche. A los cuatro años ingresó en el colegio de los Escolapios de Pamplona. Al terminar el bachiller entró en el seminario diocesano donde cursó filosofía, en una época en la que allí florecía el espíritu misionero. De sus compañeros de seminario, dos se fueron misioneros de Burgos, otros dos entraron en la HOCSA para América Latina, uno marchó como capellán de emigrantes a Alemania y cuatro, entre ellos José Ramón, entraron en los Padres Blancos. De los Padres Blancos, según dice Ramón, lo que más le atraía eran su especialización africana y el que trabajasen siempre en equipos internacionales.

    Ha pasado 15 años en África Oriental, enseñando y colaborando con las iglesias locales. De esa época data el trabajo del que más orgulloso se siente, un pequeño texto de 25 páginas en swahili, “Miwani ya kusomea Biblia”, traducido más tarde al francés y al castellano, “Gafas con las que leer la Biblia”.

    Entre 1986 y 1992 dirigió el Centro de Información y documentación Africana (CIDAF), actual Fundación Sur, Haciendo de obligación devoción, aprovechó para viajar por África, dando charlas, cursos de Biblia y ejercicios espirituales, pero sobre todo asimilando el hecho innegable de que África son muchas “Áfricas”… Una vez terminada su estancia en Madrid, vivió en Túnez y en el Magreb hasta julio del 2015. “Como somos pocos”, dice José Ramón, “nos toca llevar varios sombreros”. Dirigió el Institut de Belles Lettres Arabes (IBLA), fue vicario general durante 11 años, y párroco casi todo el tiempo. El mestizaje como esperanza de futuro y la intimidad de una comunidad cristiana minoritaria son las mejores impresiones de esa época.

    Es colaboradorm de “Villa Teresita”, en Pamplona, dando clases de castellano a un grupo de africanas y participa en el programa de formación de "Capuchinos Pamplona".

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