Ruanda, gestión política e ideología*

22/03/2010 | Opinión

Desde siempre, Ruanda ha sido gobernada –debería decirse dominada– por regímenes oligárquicos o plutocráticos. La monarquía, como el régimen actual, no es representativa de los tutsi, del mismo modo que los regímenes de Kayibanda y de Habyarimana no representaban a los hutu.

Introducción

Tras la violencia de las armas, el Frente Patriótico Ruandés (FPR), que ganó la guerra, instrumentaliza con sus aliados las formas de un régimen democrático para asentar un poder fuerte. La tentación es grande para cualquier grupo en el poder de hacer todo lo posible para legitimar ese poder. En la situación ruandesa, el FPR va a utilizar todos los pretextos: la lucha contra el etnismo, el regionalismo, el genocidio, etc.

Nuestra tesis es que el régimen que analizamos no es un régimen tutsi, o representativo de los tutsi, como no lo era régimen hutu, o representativo de los hutu el régimen de Habyarimana, aunque sean presentados de ese modo. En los dos casos, habría que hablar más bien de regímenes oligárquicos o plutocráticos. No obstante, sería útil que investigadores, con sus instrumentos y su disciplina, aportaran los matices convenientes.

Para explicar esta tesis, vamos a tratar de exponer las prácticas de Estado, los principios de acción que van a garantizar por un tiempo la perennidad del régimen actual y fortalecer sus objetivos políticos.

No se trata de un análisis científico, certificado por “expertos”, sino, como el resto de artículos de esta entrega, de un conjunto de testimonios, observaciones e informaciones de un grupo de militantes, apoyados por un movimiento de educación popular. Estamos lejos de haber agotado las causas de cuanto sucede en este pobre país.

Vamos a reflexionar sobre las grandes prácticas que subyacen en la ideología dominante en Ruanda actualmente. Trataremos sucesivamente tres mecanismo:

• La exclusión (del otro)

• El control social (del otro y por el otro)

• Los mitos de la excelencia y de la superioridad.

La exclusión económica, política y social

Durante la colonización y bajo la monarquía feudal ruandesa, las políticas desarrolladas marginaban y excluían una parte importante de la población. En efecto, bajo la monarquía, las familias dominantes cercanas a los círculos reales excluían y explotaban a los pobres, hutu y twa, pero también a familias tutsi pobres, que prácticamente vivían en el mismo nivel (de precariedad) que los hutu.

Tras la exaltación de la revolución social de 1959, que tenía como objetivo la igualdad entre ruandeses, se asistió a la exclusión de los antiguos monárquicos y a su huída. Son los que han regresado en el seno de las fuerzas organizadas en Uganda. Esta exclusión, de finales de los 60, se practicó bajo dos formas:

– Una exclusión de los tutsi, presentados como excesivamente numerosos en la enseñanza y en la función pública.

– Después de 1973, son el conjunto de habitantes del Centro y del Sur de Ruanda los que fueron verdaderamente excluidos.

Un nuevo sueño colectivo impregna los años de la democratización, de 1991 a 1993. Cada cual podría acceder a un empleo en función de su mérito y no de su origen. Los acontecimientos de 1994 pondrán fin brutal a este proyecto, apoyado sin embargo por las autoridades internacionales. Hoy, la exclusión de grupos enteros de la población, sobre todo rural y mayoritariamente hutu, se ha convertido en la regla, así como, paradójicamente, la exclusión de los tutsi que permanecieron en Ruanda después de la independencia de 1962.

Actualmente ya no existen divisiones entre hutu del norte y del sur, ya que el régimen los trata a todos como genocidas. Estas acusaciones colectivas han creado una solidaridad sobre bases étnicas. Éstas, por el contrario, no existen entre los tutsi, a los que se puede clasificar en cuatro categorías distintas:

• Están en primer lugar las 14 familias de tutsi que detentan el poder. Regresaron todas ellas del exilio de Uganda. A estas familias se añaden algunos hombres de negocios, originarios de otros lugares, pero demasiado ricos como para ser combatidos; están integrados en los círculos del poder (Miko, Rujugiro, por ejemplo).

• Luego están los tutsi ex-refugiados pero provenientes de otros lugares distintos a Uganda; son útiles al régimen porque a menudo son gente instruida.

• Entre los antiguos refugiados, los tutsi llegados del Congo son por lo general despreciados por el poder y tratados de “congoleños”; poseen otra experiencia de su pertenencia al grupo tutsi, ya que la sociedad congoleña es mucho más pluriétnica que la de Uganda o Burundi.

• Por fin, en lo más bajo de la escala, se encuentran los tutsi que permanecieron en Ruanda y en su mayoría son campesinos. Desconfían de los repatriados con los que sólo tienen pocos puntos comunes. Con frecuencia son amigos de los hutu, pero a veces son instrumentalizados por el régimen, que se sirve de sus sufrimientos durante el genocidio para ganar crédito ante las naciones extranjeras o para marginar a los hutu, junto a los que viven en las colinas.

Así pues, observamos que es más el sentimiento de exclusión que el de la solidaridad positiva el que reúne al pueblo. Si bien no hay “unidad”, tampoco hay toma de conciencia común.

El sentimiento de exclusión es muy difícil de abordar. Surgen efectos perversos de la aplicación universalista que impone a los hutu la “negación de sí mismos”. Los ruandeses no hablar de ellos mismos en tanto miembros de una etnia, lo que, sin embargo, forma parte integrante de su identidad, al mismo nivel que su nacionalidad. Comprendemos la imposibilidad en la que se encuentra el pueblo para construirse una conciencia común. Esta negación y en consecuencia la inexistencia jurídica de las etnias tiene repercusiones positivas pero muy limitadas. Por ejemplo, en la enseñanza, la posibilidad de encontrar un hueco ofrece casi una garantía de lograr un empleo. Basada en el mérito, el acceso a la enseñanza está organizado como lo estaba en la primera república. Este sistema había desaparecido con la política de cuotas étnicas y regionales, instaurada en 1973; sistema a menudo manipulado además; la división estaba entonces entre ricos y pobres.

El control social por medio del miedo

El grupo de reflexión sobre los movimientos sociales revela la adopción de una serie de medidas y legislaciones cuyo objetivo es controlar el tejido asociativo. Éste no puede desarrollarse sino bajo una estricta vigilancia y con el único objetivo de producción económica. El régimen actual actúa con dureza contra cualquier manifestación o emergencia de ideas de oposición. Por lo que no son bien vistas las asociaciones que podrían ser tierra fértil para una reflexión de la población sobre sus condiciones de vida o sobre la manera como se gobierna.

Los mismos partidos políticos son amordazados y está prohibida cualquier actividad por su parte en el ámbito local.

El miedo aplasta literalmente a la gente. Saludemos la tozudez de algunos periodistas ruandeses que siguen escribiendo a pesar de las amenazas. Muchos de ellos han tenido que huir del país.

Otro dispositivo importante de control de la población es la omnipresencia en las colinas de fuerzas de seguridad, las “Local Defence Forces”. Son más representantes del FPR y de su ideología que representantes del Estado o fuerzas de seguridad al servicio de la población. Constituidas por militares desmovilizados, designados por el poder, estas Local Defence Forces van armadas, pero no reciben salario; viven en consecuencia a costa de la población. Esta presencia armada es muy eficaz. Inocula el miedo, el cual inhibe la palabra.

Se ha organizado un reclutamiento con vistas a convencer a todo el mundo para que se adhiera al FPR y esta adhesión es, por otra parte, el único medio de obtener un ascenso. La adhesión al partido se hace por medio de un juramento de fidelidad que incluso los jueces “gacaca” han tenido que prestar. Algunos jueces gacaca han rehusado prestas juramento. El enrolamiento a la entrada de la universidad puede compararse a lo que Mobutu hacía en el Congo: jóvenes militantes activos del FPR encuadran la universidad.

Señalemos que el régimen dispone también de un servicio de escucha telefónica muy eficaz así como medios modernos para descifrar e-mails. En este miedo organizado encontramos la explicación de la parálisis y de la atonía aparente del pueblo; en realidad son resultado de la necesidad más simple de supervivencia, la de comer todos los días. El miedo está presente incluso en el interior de las instancias gubernamentales. La adhesión incondicional al partido no pide ninguna aportación en debate alguno. Esta forma de ideología permanece “pura”.

Los mitos de la superioridad y la ideología de la excelencia

En lo relativo a las cualidades de su pueblo, los ruandeses expresan su sentimiento de ser los mejores. Este sentimiento se transforma en ideología de superioridad y de excelencia, destilada de manera insidiosa. Es alimentada en el seno de la clase dominante en Ruanda y encuentra relevo en autores occidentales.

Estos mitos explican por una parte la voluntad del régimen de controlar todo y por otra de imponer su visión de las cosas. Es una forma de paternalismo que busca imponer una manera de pensar y de hacer. En la cabeza de las autoridades hay un rechazo, una imposibilidad de concebir que pueda existir una oposición, y sobre todo que otros puedan tener otras opiniones tan razonables y sensatas como las suyas. Vemos ahí una explicación de la manera, a menudo coercitiva, como el régimen impone a las poblaciones campesinas sus medidas políticas, económicas, sociales, sanitarias y judiciales.

¿Ser los mejores no era ya la ambición de los hutu en 1959? La Ruanda de los años 80 se presentaba ya como la Suiza de África. La voluntad de ser considerado buen alumno no es reciente. Pero, de las ambiciones a las realidades hay gran diferencia entre los actores y los métodos. Durante la primera república, los actores eran todos de origen rural, con fuertes anclajes en la población, que querían desarrollar el país entero. Durante la segunda república, aunque los lazos de unión se distendieron, el régimen presentaba una fachada orientada hacia el mundo rural y hacia un desarrollo participativo. Hoy, los actores del FPR no tienen enganches con el mundo rural. Y si bien una parte ínfima de la población prospera, es en detrimento del resto de la población. Las desigualdades crecen, como lo muestra bien la tesis doctoral de An Ansoms, de la universidad de Amberes. Domina otro proyecto cultural y el proyecto de desarrollo de Ruanda se inscribe en una lógica más urbana, más internacionalista y mundialista.

Dificultad para concluir

El poder ruandés se alimentó desde siempre de mitos y de ideología: por otra parte, ningún poder escapa a ello. Hoy, no nos parece justo querer hacer de la capital un escaparate en detrimento incluso de la población rural abandonada que no puede seguir. En nuestra opinión, la paz no puede construirse sobre el silencio del pueblo.

* Texto traducido del francés del nº 247 (2009) de la revista DIALOGUE (Bruselas), número cuyo título es “RWANDA: REGARDS CROISÉS” (Ruanda: miradas cruzadas). Los artículos, tampoco éste, no están firmados; son el fruto de unas jornadas de reflexión y de debate organizadas por la redacción de la revista y por el MOC (Movimiento Obrero Cristiano) de Bruselas.

Traductor: Ramón Arozarena.

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