Represión y lucha de clases en Marruecos

7/11/2012 | Opinión

Las sacudidas sufridas por el régimen marroquí, en la esfera de influencia de la Primavera Árabe, no le han obligado a una verdadera mutación. Una clase dominante cuyos intereses materiales están ligados a un orden cada vez más desigual, construido sobre los cimientos de la violencia social y depredadora de la acumulación de capital continúa reinando. El Rey de los pobres se ha convertido en el Rey de la impunidad, de las riquezas colosales, de la porra, de la tortura y de la impunidad de los militares. Pero la conciencia popular de una lucha para el cambio sigue ahí.

En Marruecos, no hay ni transición democrática, ni diálogo social: sólo hay guerra social contra las clases populares. El “nuevo reino” no ha desembocado en un “nuevo concepto de la autoridad”, ni en una apertura de un espacio democrático autónomo de poder, ni en la mejora incluso parcial de las condiciones de vida de la gran mayoría. En realidad, la represión nunca cesó. Lo que ha cambiado, son las formas que adopta y su identidad.

Después de la larga noche de los años de plomo, el poder ha buscado institucionalizar las oposiciones, integrar la “sociedad llamada civil”, recuperar y desviar las reivindicaciones, agotar las movilizaciones aislándolas, operando por momentos algunas concesiones formales. Ha conseguido integrar, comprar, corromper las “oposiciones”, ha logrado ganar tiempo jugando con la renovación de la “fachada democrática” y por la instauración de un pseudo “diálogo social”. De esta manera ha podido conceder un margen a la controversia, operar una represión selectiva, asegurándose a la vez que no se construyese una fuerza enraizada, social y política, capaz de articular luchas alrededor de perspectivas comunes. Lo que ha cambiado desde entonces, y se encuentran signos de dicho cambio anteriores a la eclosión del Movimiento 20F, es la gestación de un movimiento popular que lucha sin los partidos de la “fachada democrática”, las direcciones sindicales corrompidas y sin conceder la más mínima confianza a los relevos del poder. Y que lucha de una manera a menudo decidida. Recordamos las movilizaciones populares de Bouarfa, la revelación de las dinámicas contra la vida cara, la revuelta popular de Sidi Ifni, sólo por citar esos ejemplos. Esta nueva ola de la lucha de clases ha conocido desde entonces una aceleración bajo el impacto simultáneo de dos factores:

EL DESARROLLO DE LA CRISIS DEL CAPITALISMO MUNDIAL

La burguesía depredadora cuyo brazo armado es el palacio, no puede tolerar movilizaciones populares que se alcen contra las políticas de empobrecimiento. Toda su vida política busca ampliar la austeridad y las condiciones de la sobreexplotación. El aumento de los precios del gasoil y el de los productos alimenticios, el cuestionamiento de la gratuidad de la enseñanza pública, la líneas directrices de la Ley de finanzas, su voluntad de romper el derecho de huelga y la congelación de los sueldos sólo son los aspectos más conocidos. No puede aceptar la extensión geográfica de las movilizaciones sociales que ponen en movimiento los “desposeídos”, no puede aceptar que el medio rural que el poder pensaba controlar se despierte, ni la extensión de los terrenos de lucha que no son más que el revés de una violencia social generalizada. Porque si hay una “novedad” en esta situación, es que todo se convierte en confrontación: la insalubridad de los hogares y la especulación inmobiliaria, el deterioro de los hospitales públicos, la ausencia de empleo, el aumento de los precios de las facturas de agua y electricidad, la marginalización de regiones enteras que no tienen derecho a nada, la bajada del poder adquisitivo, las jubilaciones robadas e impagadas, lo arbitrario generalizado, una enseñanza que excluye a los pobres, la debilidad salarial, los transportes públicos, las expropiaciones de terrenos y podemos alargar la lista.

El poder no puede aceptar que los habitantes de los barrios populares que constituyen el corazón del proletariado informal reivindiquen, no puede aceptar que Chlihat y Beni Bouayach entren de lleno en el Marruecos de la protesta. Porque satisfacer las reivindicaciones, responder a la urgencia social es antagónico a la lógica depredadora y la dictadura de beneficios del capitalismo dependiente. Pero lo que no puede aceptar, y que vuelve loco a este poder, es que fuerzas nuevas, por momentos, a menudo sin tradición de lucha, resistan con determinación a pesar de la represión. Y cuyas reivindicaciones no pueden ser diluidas por arte de magia constitucional o alguna alquimia electoral. La represión es en primer lugar eso: una violencia política orgánica de una clase dominante cuyos intereses materiales están ligados a un orden social siempre más desigual, y a una violencia social y depredadora de la acumulación capitalista. La represión es un elemento estructural de poder para mantener y reproducir el despotismo social y económico. Más fuerte aún cuando toma formas que se salen de los esquemas clásicos de protesta que son las manifestaciones y los sit-in y toman formas de ocupación de lugares, de vías férreas, de las carreteras, o cuando se bloquea el funcionamiento normal de la economía. Nuestros camaradas parados de Khouribga y de Asfi lo saben bien.

El segundo factor está ligado a la crisis de la fachada democrática. El recurso al PJD (Partido de la Justicia y del Desarrollo) no ofrece garantía alguna sobre la duración. El apoyo de este último a los políticos antipopulares, al giro represivo con un perfil ideológico ultra reaccionario, su lucha simbólica contra la corrupción, su incapacidad a imponer una paz social, muestran los límites de una demagogia cuando está confrontada a decisiones reales que le dicta la clase dominante de los depredadores.

La monarquía puede ocultar cada vez menos su responsabilidad central en la lapidación de las riquezas públicas, en la corrupción institucionalizada, en el dominio de los recursos por una minoría. El poder absoluto no se comparte. Pero un poder absoluto que no puede apoyarse en establecimientos políticos y sociales creíbles en la sociedad (establecimientos que en el pasado pudieron hasta cierto punto canalizar el descontento), tiende a crear las condiciones de una vida política y las posibilidades de un choque frontal con las mayorías populares. Ya no estamos en el periodo del nuevo reino, donde las ilusiones de un cambio progresivo, de una dulce transición democrática tenían un apoyo relativo de la sociedad.

El Rey de los pobres se ha convertido en el Rey de la impunidad, de las riquezas colosales. El Rey demócrata se ha convertido en el Rey de la porra, de la tortura y de la impunidad de los militares. Y nada puede eliminar de la conciencia pública que este sistema político sólo sirve a los poderosos y los corruptos. Esta pérdida de legitimidad ha sido acelerada por el M20F que ha demostrado que se podía construir un movimiento de masa democrático en la lucha y por la lucha, y que la democracia no vendrá desde arriba, y que se golpea contra la naturaleza despótica del conjunto de un sistema político establecido. La represión también es eso: una respuesta a la crisis de legitimidad de la fachada democrática vaciada de toda sustancia y reducida a una obra de teatro con actores de segundo orden sólo capaces de actuar como los bufones de su majestad, una respuesta a la maduración de una crítica de la calle, desde Tánger hasta Tata donde la relación de obediencia al Comandante de los creyentes ha dejado su lugar a la exigencia de la libertad y dignidad y al rechazo radical de ser relegado al estatus de sujeto.

Cuando el haked es objeto de una venganza de Estado, es exactamente por eso por lo que sus cánticos llevan otra legitimidad, sin tabúes, sin el respeto de lo sacro donde el pueblo encuentra su propia voz. Y eso es imperdonable para un régimen para el que el único lema aceptable es “Dios, la Patria y el Rey”, un régimen que sabe que las palabras no son únicamente palabras si no también un medio de despertar nuevamente a los muertos y a los vencidos, las esperanzas enterradas de todo un pueblo. Para el poder se trata de parar en seco los procesos sociales y políticos que moldean la conciencia colectiva de las masas populares, restableciendo “la autoridad del Estado” (¿ha sido por tanto quebrantada?), advirtiendo a todos que los años de plomo no pertenecen al pasado. Si hasta ahora, ha evitado la explosión, el clima general es el de la escalada de la lucha, aunque ésta no sea linear y encuentre obstáculos. El poder se prepara para utilizar la fuerza bruta y generalizada. Una ley vieja y clásica cuando ya no existe el “consentimiento” de los oprimidos, queda la coerción. Cuando la “fachada democrática” no canaliza ya nada, queda siempre el núcleo del aparato de Estado: su aparato represivo.

Es por tanto la combinación y la profundización de la crisis social y política en un contexto marcado por la crisis del capitalismo mundial y la irrupción de los pueblos de la región sobre el escenario político que constituye la columna vertebral de la guerra represiva que lleva al palacio contra nuestro pueblo y sus militantes. En realidad, y es un punto sobre el que queremos insistir, se prepara a enfrentarse a la eventualidad de un abrasamiento generalizado.

Hay una voluntad deliberada de enfrentamiento con el deseo de poner a prueba las capacidades de intervención de las fuerzas del orden, enteramente re-equipadas y formateadas para hacer frente a los “movimientos sociales”. Tanto el material utilizado como las tácticas de intervención muestran que el régimen ha trabajado bien durante nuestras manifestaciones “silmia” del domingo [16 de septiembre de 2012]. Se ha dotado de un mando unificado y móvil capaz de coordinar, en las condiciones más adversas, la acción represiva: en las periferias de las ciudades sobre la cuestión del alojamiento, en el corazón de las grandes ciudades contra las manifestaciones sindicales y contra las acciones reivindicativas en las regiones más aisladas. Poner bajo estado de sitio, expediciones punitivas, represión de masas y concreta, tácticas de acoso y dispersión, combinación de servicios de seguridad y armados.

En realidad el poder buscar cumplir tres objetivos a corto plazo:

– Imponiendo arrestos masivos y pesadas condenas, busca al mismo tiempo desanimar a la resistencia mostrando que el precio a pagar es muy alto, pero también a reconfigurar los objetivos de lucha imponiendo una lucha de larga duración para la liberación de los detenidos, esperando así que esta lucha no agrupe más que a los elementos más determinados y que no tomen un carácter masivo.

– Evitar los riesgos de explosiones populares localizados que puedan tener un efecto de contagio incontrolable sobre todo en las regiones más marcadas por una larga marginalización o que han demostrado en el pasado una gran combatividad (el Rif por ejemplo).

– Debilitar los equipos militantes, desmantelar los movimientos sociales combativos, desanimar la participación popular. Se trata en realidad de debilitar a la vez a los “marcos organizados” y también hacer frente a las luchas espontáneas y asesinar a la combatividad emergente y a las posibilidades de uniones entre corrientes militantes radicales y resistencias populares que se están gestando.

El poder ha adoptado una estrategia de acoso continua que tiene como objetivo ponernos a la defensiva. Es el desafío que se nos plantea. Pero el error sería hacer una lectura estática del giro represivo. De no ver su carácter durable y global. Sabe que el fuego se extiende por todos sitios, no se apaga, se propaga como un lento abrazo. Aunque el incendio no se haya declarado aún, se prepara para el enfrentamiento global. La ley sobre la impunidad de los militares no significa otra cosa que el derecho a reprimir sanguinariamente para salvar al trono. El aumento del presupuesto de las fuerzas del orden en materia represiva de todo orden, los contratos firmados con Rusia, aliada de las dictaduras más sanguinarias, el apoyo transmitido por EEUU que confirman el estatuto de Marruecos como un aliado mayor fuera de la OTAN, el apoyo del Estado francés, más preocupado de la defensa de intereses de multinacionales que de la suerte del pueblo marroquí, todo eso indica que la máquina de guerra del poder se pone en marcha.

En realidad, estamos en una situación cambiante donde los ruidos de las botas se agitan frente al “enemigo interno”, donde las balas de goma preceden a las balas reales. ¿Exagerado? Solamente para los que tienen poca memoria y no ven que el régimen no se detendrá ante nada para mantenerse.

Con la represión y la dictadura: caminar bajo el fuego enemigo. No ceder nada. Primer reivindicando que la lucha contra la represión debe estar en el centro de la lucha por la emancipación social y demócrata. La cuestión que se plantea concretamente no es aquella de hacer presión para arrancar una firma de la Convención Internacional sobre la Tortura, la pena de muerte o los derechos de los presos por parte del Estado, o que este respete sus compromisos o denunciarle cuando no lo haga. Como en la batalla de Sisyphe, donde se pide a los enemigos de la democracia que se vuelvan demócratas. No se trata tampoco de denunciar la represión como un simple efecto natural, lógica de la naturaleza antipopular y antidemocrática del régimen, pero más bien de presentar reivindicaciones, objetivos de las luchas que permiten a los sectores populares darse cuenta de que si quieren satisfacer sus aspiraciones y reivindicaciones más inmediatas, no tendrán otra opción que de unirse y hacer frente al aparato gubernamental represivo.

La lucha por el derecho democrático de manifestarse, de organizarse, de expresarse no es disociable de la lucha para la satisfacción de las reivindicaciones social. Todo comienza por la legitimidad de resistir por todos los medios, incluyendo el empleo de legítima defensa colectiva y la confrontación en masa contra el Estado policial. En realidad, la lucha democrática de masa debe apuntar al desmantelamiento del conjunto de los aparatos de represión y de las instituciones de poder, con el fin de logra la unión orgánica de la lucha contra la explotación, le dependencia y el despotismo. No excluye objetivos específicos más inmediatos como el de la amnistía general de los presos políticos y del movimiento social, o el final de la impunidad de los torturadores y los responsables de crímenes económicos y políticos, pero debemos integrar estos objetivos inmediatos en objetivos más amplios que conduzcan a poner fin a la represión global y al sistema político que la alimenta.

En esta perspectiva, lo que importa es la capacidad de dar un carácter popular la lucha contra la represión. Es posible, como lo muestra, a pesar de las limitaciones y las dificultades, las iniciativas de las masas que han podido tomar nuestros camaradas estudiantes de Fes durante la huelga de hambre de Rouissi y des sus camaradas. Es posible, como lo muestran las resistencias llevadas a cabo en el Rif y Taza. Pero lo que está en juego es poder dar un carácter nacional a esta dinámica, que va más allá de las caravanas de solidaridad puntuales o de los comunicados de apoyo. Es de una manera consciente, prolongada, que la lucha contra la represión y para la liberación de los detenidos debe estar en el centro de los distintos frentes de lucha. Incluyen en el terreno internacional. Una de las debilidades del régimen viene de su voluntad de preservar una imagen exterior que le da una ilusión de excepción marroquí.

El imperialismo, fiel apoyo, está listo de una manera pragmática a soltar a todo régimen que le parece incapaz de domar la rebelión y asegurar sus intereses, aun siendo este su aliado de siempre. La fachada democrática y la integración sometida a la globalización capitalista a permitido renovar los apoyos neocoloniales, pero una de las tareas es precisamente reducir este apoyo, de aislarlo a nivel internacional, exigir el cese de las cooperaciones militar y de seguridad, de poner punto y final al silencio mediático que oculta la realidad del otro Marruecos. Trabajar para la emergencia de una solidaridad internacional es una necesidad absoluta para obligarle a retroceder y para poder echarlo mañana. ¡La lucha para la revolución popular continua!


Chawqui Lotfi

Publicado en Pambazuka, el 17 de septiembre de 2012, Numéro 252

** Chawqui Lotfi es militante de Solidaridad para una alternativa socialista.

Traducido para Fundación Sur por Juan Ramos Peris.

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