Racismo y reconciliación: lecciones de Cuba (1/3)

19/01/2017 | Crónicas y reportajes

¿Cuáles son las lecciones de Cuba para tratar con el racismo? La negación del racismo no es claramente una opción. Disuadir el discurso público sobre él tampoco ayuda. Se necesita una mayor conciencia de la naturaleza sistémica, de las múltiples formas y de la aparente invisibilidad del racismo en las instituciones, espacios sociales y relaciones.

Los esfuerzos de Cuba para revertir el racismo ofrecen lecciones valiosas para Sudáfrica, donde, debido al legado colonial, la esclavitud y el apartheid, está profundamente arraigado en las instituciones, las relaciones sociales y el comportamiento cotidiano. La reconciliación continuará siendo un sueño lejano, a menos que el prejuicio racial sea abordado frontalmente.

Cuba ha hecho más para combatir el racismo que Sudáfrica, Brasil y Estados Unidos, y que otras naciones del mundo ligadas a persistentes desigualdades raciales, que tienen sus orígenes en injusticias históricas contra los negros, como el colonialismo, la esclavitud, la segregación racial de las leyes de Jim Crow en Estados Unidos y el apartheid.

El problema en países como Sudáfrica y Cuba es que el racismo, debido al profundo legado racista del pasado, ensucia el ADN de la mayoría de instituciones. Por ello, las prácticas prejuiciosas se vuelven parte de los hábitos y la rutina, tanto social como profesional, y, a menudo, ni siquiera se reconocen como tal.

Existen tres categorías de prejuicios raciales:

El primero es el racismo absoluto, que puede ser o la versión más explícita o la más sutil e invisible. Las formas explícitas de racismo no son generalmente aceptadas. Pero el problema reside en la segunda versión, sutil e invisible.

Joe Feagin, sociólogo estadounidense, describe dicho racismo invisible como la asunción de la moralidad “blanca” y la falta de moralidad en otros grupos. Así como que la asunción de que la “blancura”, sus emociones y perspectivas culturales, son la “norma”; la creencia de que la civilización occidental y sus instituciones son el único punto de referencia aceptable, y de que el racismo no existe.

La segunda forma de prejuicio racial suele describirse como “privilegio blanco” o “blancura”. Los privilegios se otorgan automáticamente a las personas de color blanco. Se asume, por defecto, que los blancos serán competentes en el trabajo, mientras que los negros tendrán que ponerse a prueba primero. Bell Hooks sostiene que la “blancura” es a menudo invisible para muchos blancos, y esta “falta de conocimiento o entendimiento es la raíz” del prejuicio.

El tercer prejuicio racial es la “negritud”, a través de la cual la marginación de una persona –deliberada o inconscientemente- se debe a que ésta es negra.

En estos países, los prejuicios raciales –racismo sutil, “privilegio blanco” o “negritud”- a menudo están también integrados en muchas instituciones y su organización suele estar, por lo tanto, impregnada de los mismos. Pero la interacción de estas instituciones con su entorno exterior también está cargada de prejuicios.

El “marco” racial “blanco” –ya sea a través del racismo sutil, “privilegio blanco” o “negritud”- domina también a nivel global, desde los medios de comunicación, el cine y los mensajes institucionales, ya sean manifiestamente o sutilmente racistas. Estos prejuicios sociales y culturales y sus interpretaciones refuerzan el racismo a nivel estatal.

Tanto en Sudáfrica como en Cuba muchos blancos denuncian el racismo explícito, lo rechazan personalmente y lo ven en general como algo del pasado así como ven a sus sociedades como, supuestamente, “post-raciales”. Muchos blancos en ambas sociedades argumentarían que el color ya no importa, por lo tanto rechazan las realidades vividas por sus compatriotas negros.

Asimismo, tanto en Sudáfrica como en Cuba, debido a que muchos negros han alcanzado la cima en el gobierno, la política y otros sectores de la sociedad, las prácticas, hábitos e interacciones institucionales, sociales e individuales heredadas y profundamente arraigadas que “reproducen la desigualdad racial se han vuelto casi invisibles para muchos”.

Las persistentes desigualdades raciales en Sudáfrica (con un discurso racialmente prejuiciado y donde los negros son en su mayoría pobres), a menudo se justifican como algo que tiene que ver con el fracaso individual, especialmente dado que algunos negros están prosperando.

Por ejemplo, un ejecutivo blanco en una institución podría patrocinar a sus subordinados, pero si un ejecutivo negro hace exactamente lo mismo, se percibe como corrupto.

O un niño negro que sea hablador en el colegio puede ser considerado como un “problema”, mientras que un niño blanco sería considerado como alguien “seguro de sí mismo”. Asimismo, un niño negro puede simplemente ser ignorado inconscientemente por un profesor blanco, mientras que un niño blanco es elogiado.

O que los sudafricanos negros que buscan bienestar se consideran parásitos porque son negros, así como que están más afectados por el VIH / SIDA porque son supuestamente más promiscuos.

Cuba en 1962 declaró formalmente erradicado el racismo en la isla. El escritor cubano Pedro Serviat publicó un libro en 1986 llamado “El Problema Negro en Cuba y su Solución Definitiva”.

Sin embargo, la realidad era más complicada.

31167395461_2be205f957_b.jpgEl racismo persistió en Cuba, a pesar de que Fidel Castro declaró su erradicación en 1962. Dos destacados pensadores cubanos, Rodrigo Espina Prieto y Pablo Rodríguez Ruiz escribieron que el “racismo residual” persistía obstinadamente.

Cuba tiene una historia de esclavitud. Los blancos eran libres y propietarios de esclavos negros.

La Constitución Socialista de Cuba de 1976 declara que “la discriminación basada en la raza, el color, el sexo o el origen nacional” está prohibida y castigada por la ley. Cuba adoptó una estrategia antirracista que combinaba la prohibición de las prácticas raciales oficiales, eliminando el racismo institucional y a nivel social.

William Gumede (@william_gumede)

[Traducción, Gerardo Díez]

[Fundación Sur]

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Autores

  • William Gumede es el Presidente de la Fundación Democracy Works y Profesor Asociado en la Escuela de Gobernanza, de la Universidad del Witwatersrand, Johannesburgo. Autor de Restless Nation: Making Sense of Troubled Times (La nación inquieta: dando sentido a las épocas incomodadas).

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