Ícono entre las grandes personalidades de la época de las independencias en África, su figura se convirtió en signo de liberación y de lucha contra las injusticias. Efímero Primer Ministro del antiguo Congo Belga, su asesinato se inscribió en un conflicto “caliente” de la Guerra Fría.
Patrice Émery Lumumba no lo sabría pero, tras su asesinato, el 17 de enero de 1961, pronto nacería la leyenda. A este político, nacido en 1925 en el norte del entonces Congo Belga, le tocaría la titánica tarea de dirigir los destinos de una nación jaqueada por variedad de enemigos, tanto locales como externos, comenzando por la expotencia colonial, Bélgica, con las cual siempre mantuvo relaciones nada cordiales. La crisis desatada desde el acceso congoleño a la independencia, el 30 de junio de 1960, cobraría una víctima de valor en la persona de Lumumba, quien ocupó el cargo de Primer Ministro por menos de tres meses.
Su asesinato se inscribió en la coyuntura de la Guerra Fría, pues esta excolonia gigantesca fue vista estratégicamente por las grandes potencias occidentales como un baluarte de seguridad para toda África central en su intención de evitar la infiltración comunista.
Los primeros cinco años de vida independiente del actual Congo-Kinshasa (por el nombre de su capital) se conocen como los de la “Crisis del Congo”, entre inestabilidad e injerencia externa. El país, que también se llamó Zaire (1971-1997), se convirtió en un tablero estratégico en el conflicto bipolar y la estabilidad llegaría bastante más tarde y de la mano de uno de los verdugos de Lumumba, en principio su fiel colaborador Joseph Désiré Mobutu, un exsargento colonial que fue escalando posiciones en el ejército y que, a fines de 1965, dio un golpe de Estado. Tras ello, el nuevo líder absoluto pasó a controlar con mano férrea el país, hasta su caída, en 1997. Por mucho tiempo Mobutu Sese Seko fue la herramienta de garantía de estabilidad para las potencias occidentales, ya liquidado el “peligro rojo” que representó Lumumba en los momentos iniciales de formación de la breve primera República.
La tensión entre el político congoleño y la metrópoli iría en aumento. A fines de la década de 1950, con el auge del nacionalismo recorriendo todo el continente y poniendo en apuros el proyecto colonial europeo, Lumumba se trasladó a la capital colonial Leopoldville (actual Kinshasa) e ingresó como empleado en el servicio de correo. Fue arrestado y acusado de extraer fondos, por lo cual recibió dos años de sentencia a prisión. Esta táctica fue una manera de las autoridades coloniales y de la prensa de desacreditarlo, pues veían con desconfianza su celo nacionalista y su ascenso. El congoleño apeló y logró que su sentencia de dos años fuera reducida a seis meses.
Tras su liberación, sus amistades en Bélgica le consiguieron empleo como gerente de Ventas en la cervecería Bracongo, más conocida por la marca de su cerveza, Polar, a la cual llevó a ser la bebida favorita de la ciudad. En poco tiempo, un ignoto del interior se convirtió en una de las figuras locales más populares y comenzó a codearse con círculos de hombres de negocios de la capital.
Hacia la independencia
Desde temprano Lumumba fue consciente de la situación colonial, en un territorio abandonado y atrasado. El futuro Primer Ministro, junto a otros intelectuales prominentes, fundó el Movimiento Nacional Congoleño (MNC), en octubre de 1958, con la idea de exigir la independencia para crear un Estado soberano y laico, por encima de las múltiples divisiones étnicas. En cambio, el partido Abako, representante del importante grupo étnico bakongo, con mayor presencia en la capital y fundado en 1950, anteponía la identidad étnica, dirigido por Joseph Kasavubu, hijo de un empresario exitoso. Ese mismo año el partido lanzó una declaración exigiendo la descolonización inmediata y agregando el sueño de unir a poblaciones bakongo divididas por las fronteras coloniales. Lumumba, de la pequeña etnia batetela, también comenzó a reclamar la independencia inmediata del Congo, pero en tanto entidad indivisible, sin el tribalismo. No obstante, el MNC resultó escindido por ese criterio. Sus principales rivales internos, Kasavubu y el futuro líder secesionista katangueño, Moïse Tshombe, provenían de grupos étnicos mucho más grandes y que conferían a su accionar un marcado apoyo regional.
Ante tantas divisiones y el clivaje étnico, Lumumba comenzó a estar atento a la posibilidad de sus oponentes de fomentar el separatismo. Sin embargo, el fundador del MNC se mantuvo férreo en la idea de unidad nacional y en sus convicciones panafricanas. Un hecho fundamental que reforzó sus ideales fue haber asistido, en diciembre de 1958, a la conferencia panafricana de Accra, capital ghanesa, país independizado en 1957 que sirvió como ejemplo para muchos otros africanos. Allí Lumumba conoció a intelectuales y figuras icónicas de las independencias del continente como el presidente ghanés Kwame Nkrumah, el líder egipcio y panárabe Gamal Abdel Nasser, el presidente de Guinea Conakry Sekoú Touré, y otras que lo respaldaron en su causa. De Accra se puede afirmar que retornó más nacionalista y panafricanista, convencido que la independencia debía ser un derecho y no una dádiva belga, además del inicio de la liberación total de África.
El 4 de enero de 1959 fue una fecha clave para el nacionalismo en Congo. Una protesta en las calles de Leopoldville, que se extendió por tres días, terminó sofocada por las fuerzas de seguridad, arrojando el dudoso saldo de 49 muertes, según cifras oficiales. A partir de ese momento, las autoridades belgas comenzaron a pensar que la idea de una independencia negociada era una opción muy viable para no repetir los pasos franceses en Argelia, en una guerra de liberación que provocó repudio en la sociedad francesa y que causó más de un millón de muertes del lado argelino entre 1954 y 1962 tras la intentona gala de sofocar el movimiento independentista local. Además, Bélgica planteó que la colonia se estaba haciendo ingobernable por la conflictividad. En efecto, Lumumba fue arrestado al ser acusado de su involucramiento en las protestas de fines de octubre de ese año en Kisangani.
Tras la Declaración Gubernamental, del 13 de enero, en la cual la metrópoli se comprometió a trabajar progresivamente hacia la independencia congoleña, convino celebrar la Conferencia belga-congoleña, también llamada la Mesa Redonda Política, entre enero y febrero de 1960, de la cual resultó la decisión de conceder la independencia el 30 de junio de ese año. Se dio un apurado plazo de cuatro meses para la formación de un gobierno nacional entre filas locales muy divididas y con bastantes resabios coloniales. Durante ese lapso, en mayo de 1960 el MNC había ganado las elecciones parlamentarias y, por ende, el 23 de junio de ese año Lumumba resultó electo Primer Ministro. La independencia llegó una semana más tarde, en un ambiente recargado de sospechas y desconfianza entre Lumumba y Bélgica. Por caso, el primero, a quien correspondió la misión de formar gobierno, creía que los belgas intentaban colocar en los puestos más altos a metropolitanos, si bien el gabinete lo formaría él. Por su parte, la metrópoli vio en el congoleño una posible amenaza capaz de desestabilizar la región por su endilgada simpatía por el comunismo y su radicalismo inherente. En efecto, desde hacía muchos años antes la autoridad colonial vigilaba sus movimientos, al cabo era un referente consagrado del movimiento nacionalista congoleño.
Emancipación apresurada
El 30 de junio de 1960 se dio la ceremonia de traspaso de poder. El rechazo entre Lumumba y Bélgica continuó en aumento. El Primer Ministro creía que iba a ser humillado durante la ceremonia de emancipación y no se reservaba de expresar su descontento hacia la autoridad colonial, como se quejara frente a sus allegados horas antes de iniciado el acto. Una prueba de ello fueron sus palabras en su célebre discurso de independencia: “¿Quién podrá olvidar los tiroteos que mataron a tantos de nuestros hermanos, o las celdas en las que eran arrojados sin piedad aquéllos que no estaban dispuestos a someterse por más tiempo al régimen de injusticia, opresión y explotación usado por los colonialistas como herramienta de su dominación?”. En cierto modo ese discurso tan encendido, interpretado como un insulto al monarca, allí presente, y a Bélgica, prefiguró la decisión de eliminar de la escena a un sujeto tildado de radicalizado y comunista.
El presidente Joseph Kasavubu, electo por el Parlamento y asumido el mismo día de la independencia, en el círculo de Lumumba no inspiraba confianza al ser visto como hábil y ambicioso, dispuesto a quitárselo de encima al Primer Ministro si fuera necesario para triunfar en su carrera política. Si bien entre ambos hubo entendimiento a la hora de formar gobierno, la vida de la joven República parlamentaria comenzaba con suma tensión, ambos políticos sostenían estilos diferentes y programas irreconciliables donde el papel de la exmetrópoli era vital. En suma, los múltiples cortocircuitos provocaron un gobierno disfuncional, producto de una independencia concedida en forma precipitada, y una gestión destinada al fracaso.
El nuevo gabinete tuvo 36 ministros, ninguno con experiencia previa en el cargo y con un promedio de edad de 35 años, la mayoría con una instrucción muy modesta. De entre los funcionarios, el militar Joseph Désiré Mobutu fue secretario privado de Lumumba y su colaborador de mayor confianza. Ironía de la historia, que fuera el primero quien luego se desharía de su mentor para alcanzar a monopolizar el poder por más de 30 años.
Desde el primer momento el gobierno estuvo inmerso en la crisis. Lumumba arrastró siempre la convicción de que su sacrificio debía ser posible a efectos de lograr una total emancipación congoleña, con un programa nacionalista pero en lo económico moderado, intentando sostener buenas relaciones con Bélgica y evitando la fragmentación del territorio. No obstante, Bruselas siempre lo vio como el enemigo. El Primer Ministro, fiel a los ideales de la independencia, quiso africanizar las fuerzas del orden. Así dispuso eliminar todo resabio colonial de los cuerpos de seguridad, expulsando a la oficialidad belga, y eso le jugó en contra. De este modo se produjo un impresionante amotinamiento militar, el 5 de julio.
Otra de las primeras crisis que debió enfrentar el gobierno fue la secesión de la rica región minera de Katanga, el 10 de julio. Pese a la intervención de Naciones Unidas, a pedido de las autoridades congoleñas, la secesión se extendió hasta enero de 1963. Se intervino para evitar que la crisis provincial se propagara y en orden a respetar las fronteras establecidas, de modo de no incitar a otros intentos secesionistas en África. Las principales razones de la secesión fueron, por un lado, el potencial en recursos minerales de esa región y, por otra parte, las ansias de poder y el apoyo étnico y regional a Moïse Tshombe. Una parte muy considerable de los minerales que se utilizaron para fabricar las bombas atómicas, las que sellaron el final de la Segunda Guerra Mundial en Japón, se obtuvo del enclave de Shinkolobwe, en el sur congoleño.
La separación de Katanga fue instigada por Bélgica, interesada en el potencial minero, al aliarse con Tshombe, personaje que para Lumumba era el guardián del imperialismo occidental mientras que el rebelde consideraba al mandatario como un dictador comunista. Todo era válido para desestabilizar a un líder radical y tildado de prosoviético como Lumumba, en el marco de tensión de Guerra Fría según el cual, conforme se temía, una posible intervención rusa pudiera iniciar una Tercera Guerra Mundial. Ante las acusaciones de comunismo, Lumumba respondió que era una jugarreta del imperialismo contra su persona, por el hecho de ser revolucionario e independentista, y no dejarse sobornar por los imperialistas.
Lumumba solicitó ayuda a la Unión Soviética para resolver la crisis en Katanga, junto a Kasavubu. Al conocerse la noticia, esta disparó la paranoia entre sus enemigos, pues, además, se hizo al margen de la ONU. La decisión conjunta provocó rechazo en el Senado congoleño y una declaración contra la misma. Otro país al que se le solicitó ayuda frente a la agresión belga hacia el Congo en Katanga fue a Ghana, pues Lumumba había sembrado excelentes relaciones previas con Nkrumah. Para seguir sumando problemas a la nueva gestión, a principios de agosto estalló otra secesión en la provincia de Kasai del Sur.
Desenlace trágico
La tensión latente entre el Primer Ministro y el Presidente estalló a comienzos de septiembre de 1960, cuando el día 5 Kasavubu anunció la dimisión de Lumumba y de seis de sus ministros. El último replicó indicando que echaba de su cargo al presidente. Se había generado caos y vacío de poder en cuestión de horas, una situación igual muy predecible. Kasavubu cargó sobre Lumumba la acusación de que tropas del ejército habían reprimido en forma salvaje la secesión de Kasai del Sur bajo sus órdenes. Las diferencias eran irreconciliables entre ambas figuras, la pelea de egos había estallado y Kasavubu reforzó su predilección por mostrarse fiel ante Bruselas y Washington. Mientras tanto, en Estados Unidos se acusó más a Moscú que a Bélgica de sembrar la anarquía.
Kasavubu ordenó a Mobutu, hombre fuerte en el ejército, arrestar a Lumumba. Así se jugó la carta definitiva de conversión del Congo en un títere de Occidente y el futuro dictador mostró su primera intervención de importancia en el escenario político, con apoyo de la CIA, el 14 de septiembre, aunque sin tomar directamente él las riendas del poder. Tras el golpe y la destitución de Lumumba, a fines de ese mes, Kasavubu fue reconocido internacionalmente como única autoridad legítima del país, constatando la remoción oficial del Primer Ministro, quien fue reemplazado. A la par, Lumumba, colocado bajo arresto domiciliario, a partir del 10 de octubre en su hogar de Leopoldville, pensaba en cómo salvar a su familia y dispuso el envío de dos de sus hijos a El Cairo, recibidos por Nasser. A fines de noviembre el prisionero huyó a fin de reunirse con sus apoyos en Stanleyville.
Sus enemigos estuvieron convencidos que el asesinato era la única manera de evitar el retorno de Lumumba al poder dada su notoriedad pública, su apego entre las masas y, asimismo, porque se estaba convirtiendo en una figura conocida fuera del país. El plan para eliminarlo debía fraguarse antes del 20 de enero de 1961, día de la asunción presidencial de John F. Kennedy, a quien el líder congoleño le había escrito felicitándolo por su triunfo, aunque esa comunicación nunca le llegara al mandatario estadounidense. Existía cierta confianza en algunos círculos de que la actitud del presidente electo en noviembre sería diferente, en torno a la pacificación del Congo.
En la fuga el prófugo resultó detenido por miembros del ejército. El prisionero fue conducido esposado a Leopoldville. La actitud de Naciones Unidas fue de no interferencia, de considerar el asunto un tema interno, tras haber escapado del arresto domiciliario dispuesto en la capital. El ex primer ministro fue llevado a Katanga, junto a dos de sus colaboradores durante su efímero gobierno, Joseph Okito y Maurice Mpolo, donde recibieron torturas y palizas. Los tres fueron fusilados el 17 de enero de 1961. El 10 de febrero se anunció oficialmente la fuga de los tres prisioneros y el 13 que habían sido masacrados por una turba en una pequeña aldea. La reacción al anuncio fue de protestas en todo el mundo, apuntadas contra Bélgica y los Estados Unidos en particular. La violencia recrudeció en el país, con varios asesinatos de antilumumbistas, también. La insurgencia de los herederos del asesinado sería foco de rebeliones prolongadas.
Colofón y responsabilidades
En un gesto paradójico, Mobutu, tras tomar el poder el 24 de noviembre de 1965, en el sexto aniversario de la independencia congoleña, declaró a Patrice Lumumba héroe nacional. Si se piensa en el grado de encarnizamiento del hecho sucedido en enero de 1961 –los cadáveres de Lumumba, Okito y Mpolo fueron pasados por ácido sulfúrico para borrar toda prueba del crimen– esa declaración debe hacer ruido, cuando menos, pues Mobutu tuvo implicación en el complot del asesinato del mártir congoleño, junto a otros oficiales congoleños y belgas, así como la CIA.
A su esposa Pauline, poco antes de su eliminación, el líder derrocado le escribió: “Prefiero morir con mi frente en alto, mi fe inquebrantable, y una profunda confianza en el destino de mi país”. Le fue la vida en ello, pues optó morir de pie y con dignidad antes que vivir de rodillas. Su desaparición dividió a la nación. Muerto, Lumumba tuvo y tiene más peso que en vida. Su asesinato y su gesta alcanzaron reconocimiento internacional convirtiéndolo en sinónimo de lucha contra la injusticia. El año pasado se celebró que la familia recuperase el único resto del difunto, un diente. Aún mejor, el presidente Félix Tshisekedi anunció un mausoleo en su honor, en junio próximo.
En 2002 Bélgica admitió la participación en el complot asesino, tras haberse formado una comisión de investigación tres años antes. De la “Operación Barracuda” hay una prueba contundente, un documento belga, firmado en octubre de 1960, que respondía al interés del país europeo sustentado en la “eliminación final de Lumumba”, si bien se descartó el plan al ser arrestado el ex primer ministro en octubre.
Estados Unidos también marcó el pulso. En efecto, en agosto de 1960 el entonces presidente, Dwight Eisenhower, había solicitado eliminarlo, y, al respecto, el jefe de la CIA, Allen Dulles, tomó esa declaración como un deber. Desde ya, fueron varios los congoleños con responsabilidades en perpetrar la desgracia que marcó los primeros meses de vida independiente de la actual República Democrática del Congo.
– Bibliografía consultada:
- Georges Nzongola-Ntalaja (2002). The Congo. From Leopold to Kabila. A people´s history, Londres, Zed Books, Caps. 2 y 3.
- Thomas Kanza (1972). Conflict in the Congo. The Rise and Fall of Lumumba, Londres, Penguin Books.
Original: Blog Omer Freixa