¡Que se haga justicia en las cárceles de Ruanda!

10/09/2012 | Opinión

Es el gran deseo que habita en mí después de haber trabajado y compartido la suerte de los reclusos, sobre todo en la Prisión Central de Kigali en Ruanda durante 15 años. No soy ni periodista, ni historiador, tan sólo una persona que conoce Ruanda y que ama a los ruandeses. He compartido sus vidas durante 48 años ¡y eso me ha marcado profundamente! Tal como los habitantes del país, he podido seguir los acontecimientos desde la independencia en 1962.

El periodo que más me afectó transcurrió entre 1993 y 2010. En 1993, cuando vivía al norte del país, fuimos invadidos por una multitud de ruandeses, cerca de 50.000 personas, que huían provenientes de Uganda, la mayoría de etnia Hutu. Durante un año completo, pudimos ayudar a alojarles, alimentarles y cuidarles. Con la ayuda de ONG, como Médicos Sin Fronteras, FAO, Cruz Roja Internacional y reclutando todas las fuerzas vivas del lugar, la mayor parte se salvaron y regresaron a sus casas.

En 1994, cuando el genocidio, fui testigo de lo increíble… de lo indecible… del drama que sacudió a todo el país y, me atrevo a decirlo, a cada persona. ¡Estuve aterrorizado y todavía me pregunto cómo pudo ser aquello posible! No siendo para nada un historiador, sé sin embargo que son muchas las causas detrás de este drama: la opresión, la lucha y el reparto del poder, el enfrentamiento entre las etnias Hutu y Tutsi y sus clanes desde hace siglos, etc. Como los distintos volcanes que se encuentran en Ruanda, sentíamos que esto iba a estallar, ¡pero no de esta manera…!

Personalmente, opino que aquello fue un verdadero genocidio. En 100 días, del 7 de abril al 1 de julio de 1994, ¡más de 800.000 personas de etnia Tutsi fueron masacradas, y muchas otras lo fueron después, de una manera indecible!

Sin embargo, la etnia Hutu tampoco fue preservada. Un gran número, quizás tan grande como el anterior, fue asesinado antes, durante y sobre todo después del genocidio, por actos de venganza, en los campos de refugiados de la República Democrática del Congo, al norte del país, en Kibeho y un poco por todas partes. Como ejemplo, un gran amigo mío, Hutu, perdió en una noche a 52 personas, toda su familia, parientes y niños incluidos. Fueron asesinados por los militares del Frente Patriótico Ruandés (FPR).

Me parece absolutamente necesario reconocer esta realidad si se quiere trabajar en la reconciliación. ¡¡¡Sí, reconozco que los Tutsi han sufrido mucho!!! ¡¡¡Pero los Hutu también!!! Sin embargo, en Ruanda está prohibido decir esto; los gobernantes del país lo consideran divisionismo. Si algún ruandés se atreve a hacerlo, es llevado a la cárcel o desaparece, y para los extranjeros supone la expulsión del país.

Una de las consecuencias de todo esto fue el encarcelamiento de muchos ruandeses. A principios de 1995, se estimó en unos 120.000 el número de reclusos en todo el país. ¡Su situación es muy confusa! De hecho, gran parte ha participado activamente en este horror, otra parte, sobre todo jóvenes desocupados, se dejó arrastrar, otros fueron obligados, ¡si no participaban eran asesinados de cualquier manera…!

Otra parte no participó para nada en el genocidio: fueron encarcelados debido a su postura, a su estándar de vida, a sus pertenencias, por celos, por venganza de antiguos vetos. Se empleó cualquier medio para encarcelar a las personas. ¡A menudo he oído decir que son un tercio del total! Inocentes por lo tanto.

Gracias a los juicios locales, llamados Gacaca, y mediante otros procedimientos, un buen número de ellos fueron liberados, pero actualmente muchos de los detenidos siguen encarcelados. ¡Su mayor problema es poder ser juzgados…!

Por mis contactos de 15 años de presencia en la Prisión Central de Kigali, he sabido que los prisioneros no tienen quién les represente, no tienen voz. Muchos de ellos no tienen dossier o se les fabrica uno que me da qué pensar. Por ejemplo, un día que entré en la cárcel, el patio interior estaba repleto de jóvenes estudiantes que les preparaban un dossier. Arrodillados delante de ellos, pegados los unos a los otros, los reclusos debían “decir” lo que habían hecho y todo quedaba inscrito, sin ninguna investigación, sin ninguna defensa, sin ninguna intimidad. De esas personas introducidas en esos “juicios locales”, un cierto número fue liberado, pero habiendo participado a menudo en esas sesiones interminables, me di cuenta que había cosas que estaban decididas de antemano… y conozco varias personas que salieron de esos juicios con 19 ó 30 años más de reclusión: tenían a alguna gente en “contra” de ellos.

Otros más fueron juzgados, pero muchas veces esas sesiones fueron anuladas porque el presidente u otros miembros del Gacaca no estaban presentes, o había falta de asistencia de los vecinos, o de los acusadores.

Grandes fueron las frustraciones de los detenidos al ver anuladas sus llamadas a juicio. Psicológicamente estaban preparados desde hacía mucho tiempo para comparecer, pero en vano, había que esperar el día, no se sabía cuándo.

Lo que también me hacía mucho daño era el hecho de ver que alguien que había sido liberado de este modo, apoyado por el grupo de vecinos que atestiguaban “a su favor”, esta misma persona algún tiempo después de su liberación era nuevamente encarcelada, esta vez con un gran número de años de reclusión añadidos. Por ejemplo, el abad Sekamana Denis en Butare y otros tantos más.

Las condiciones de reclusión en Ruanda son muy duras. Sobrepoblación (los prisioneros masculinos tienen por alojamiento una mini celda de 40 cm de ancho por 2 metros de largo y las mujeres tienen 60 cm por 2 m, espacio en el que ni siquiera pueden ponerse de pie, donde están rodeados de gente a derecha e izquierda, y de arriba abajo a lo alto de tres pisos).

A menudo me han dicho que la espera de ser llamados a juicio es la carga más pesada de llevar en la cárcel. Me decían: “Aquí, no se descuenta nada… no hay perspectiva, ni esperanza, ni futuro, ¡es mortal! Somos personas olvidadas, ¿debemos morir aquí???”.

Otro hecho injusto, me parece, es la ausencia de ayuda a las personas liberadas. Incluso cuando se les declara inocentes, no perciben nada como compensación. Pienso aquí en aquellos conocidos que han pasado de 10 a 15 años en prisión y cuyas familias se desangraron para proporcionarles más comida, la cual es realmente insuficiente (una vez al día una ración de granos de maíz cocidos en agua con un tercio de judías negras).

Una vez liberados, la mayoría no encuentra un trabajo legal y vagan por todas partes para encontrar cualquier empleo para sobrevivir. Por parte del gobierno no se hace nada para ayudarles a encontrar un lugar en la sociedad y poder reinsertarse.

Una vez fuera de Ruanda, todas estas injusticias permanecen en mi corazón. Tras haber compartido tantos años de sus vidas, quisiera que se les haga justicia, me gustaría darles la voz que no tienen, ¿no tienen derecho a eso como todo ser humano?

Actualmente, 18 años después del genocidio, todavía hay miles de personas en las cárceles de Ruanda (por ejemplo, en la Prisión Central de Kigali hay alrededor de 4.000 y al lado, en Kimono, un suburbio, de 4.000 a 5.000 cuya mayoría está considerada como presuntos genocidas).

Carina Tertsakian trabajó de 1995 a 2000 para Amnistía Internacional y Human Rights Watch y escribió un libro excelente sobre la vida de los reclusos en Ruanda titulado “El Castillo”, donde habla de la plaza individual de 40 cm de la que disponen los reclusos, en la que duermen, comen y viven. Fue expulsada en los años 2006/2007 y con el libro del padre Guy Theunis titulado “mis setenta y cinco días de cárcel en Kigali”, espero vivamente que podamos hacer algo juntos, o con esas organizaciones citadas más arriba, o con otras instancias. En esos dos libros podemos encontrar muchos datos seguros y verídicos.

En cuanto a mí, creo que les debo eso, ya que para mí detrás de cada detenido, culpable o inocente, se halla un ser humano que debe ser ayudado. Como dije más arriba, la cosa esencial que me gustaría para ellos/ellas, es que sean llamados a juicio. Una justicia que no juzgue sobre las apariencias, los “se dice que”, la parcialidad, pero sí sobre la verdad y según los Derechos Humanos.

Mayo de 2012

Fuentes de la Fundación Sur

Autor

Más artículos de Administrador-Webmaster