Primer Asalto, (1ª parte), por Nuno Cobre

27/10/2011 | Bitácora africana

“LOS LUXEMBURGUESES TE ESPERAN EN EL PARKING”, me dijo una voz matinal y resuelta. Bajé las escaleras a toda prisa y cuando salí me encontré con un Toyota Four Runner ocupado por el embajador de Luxemburgo y todo su equipo. Mi nariz hizo un leve ruido. Lo confieso, en un principio pensaba que me iba a encontrar incómodo dentro de esta expedición ducal. Al fin y al cabo me dirigía al primer asalto con unos tripulantes pertenecientes a un planeta muy diferente al mío, y algo dentro de mí temía quedarse en claro fuera de juego.

Pero desde la séptima décima de segundo, me sentí sorprendentemente como en casa. Oye, que maravilla estos luxemburgueses. Que buenos para traerlos para casa, como decía mi venerada abuela. Que elegancia, que educación, que naturalidad, que civilizados. Nada menos que el embajador al que preveía como un ente frío y distante, se sentó a la mesa una vez ya en la embajada y me habló con una complicidad que uno sólo encuentra en los comunes de la infancia.

Luego vino Enma aportando sencillez, dulzura y facilidad ¿Y qué me dices de Dolores? Es para enamorarse de esta señora que debe superar las siete décadas de vida, con esa jovialidad, frescura, agilidad y juventud rebozando por todos sus poros. Allí, en la embajada de Luxemburgo, me sentía como una especie de James Bond al lado de Dolores, que tenía un toque de Moneypenny pero con más rango, un aire de rubia de peli de Hitchcock, enmarcada en esos escenarios tan pacíficos y acogedores del director británico. Y arriba como no, el cuadro del duque Enrique I de Luxemburgo ¿se puede pedir más?

Cuando ya estábamos todos reunidos, el embajador y el attaché (otro señor) explicaron brevemente el plan del primer asalto. Uno de los detalles del programa consistía en cambiarnos de coche con la idea de facilitar la interacción, o como dijo Enma, “para que no nos cansemos de nosotros mismos”. Tras varias pinceladas más al plan, el embajador chascó sus dedos y nos pusimos todos en marcha. Vamos.

Siguiendo indicaciones de la ONU, los coches debían circular despacio, pero nuestros Toyotas Four Runner no iban despacio sino pisando huevos. Armoniosamente, nos abrimos paso por la calle N, Jimby Street, que nos iban mostrando ya maratonianas colas frente a los centros. Luego, girando a la izquierda nos adentramos por Arbest island rumbo al condado de Muevi, donde debíamos actuar. En Arbest island, empezamos a tener problemas. El embajador y yo manteníamos una interesante conversación sobre el invierno, las fiestas y el gris cuando recibimos una llamada que nos obligó a parar. Enma nos informó de que Vensa (otra luxemburguesa miembro del grupo) se sentía indispuesta. Nos volvimos y a través de la luna trasera comprobamos como la luxemburguesa vomitaba en medio de la calle, sonrojándose de vergüenza y pidiendo disculpas con la mano extendida a los africanos que la miraban con pena. Con la misma mano en el estómago cual Napoleón, la chica se metió poco después dentro del coche y volvimos a arrancar.

El inicio de un verde frondoso, nos indicó que habíamos llegado a Muevi. El primer centro por visitar era Clerk. Alrededor de varios edificios y carpas, un gentío discurría en derredor y rebosaba las instalaciones, principalmente los cuartos donde la gente depositaba su intención, parsimonia y pacíficamente. Era todo un proceso. Primero, el ‘ciudadano’ (la cursi y manoseada palabrita) mostraba la tarjeta de identificación, ésta se comprobaba en un ordenador, se le entregaba una papeleta y el individuo se refugiaba detrás de una cortina (pareciendo algunos que les crecían unas alas de murciélago o una capa de Batman) donde marcaba con bolígrafo a su preferido. El proceso finalizaba con el votante introduciendo su intención en una urna que venía a ser de plástico. Tardaban unos cinco minutos.

Bajo un aire húmedo y asfixiante, los observadores vigilaban atentamente los pasos de sus compatriotas. Nosotros preguntábamos a los voluntarios si todo iba bien y luego nos quedábamos unos minutos con los brazos en jarras y expresión circunspecta observando el proceso como policías inofensivos, igualitos al guardia de toda la vida.

El embajador chascó sus dedos y dejamos Clerk en dirección a Ceri town. En medio de los árboles y la llanura, nos bajamos. Esta vez había mucha menos gente, por lo menos la mitad que en Clerk. Yo me metí en todos las cuartos. En uno de ellos me llamó la atención la manera de ordenar las sillas: las habían amontonado en la esquina, sin orden ni concierto hasta formar una montaña de madera anárquica que parecía estar lista para una hoguera inmediata. La gente seguía desfilando tranquilamente, esperando, depositando la intención y todo dentro de un ambiente concordia y no exento de sonrisas y calor.

Cada treinta y siete minutos, yo informaba a la ONU con un mensaje del tipo, “Muevi, Clerk, 7659, todo bien”. Y este intercambio comunicativo me llegó a recordar a una especie de carrusel deportivo. Podía imaginarme a Paco González, Pepe Domingo Castaño recibiendo los mensajes entusiasmados como niños “todo tranquilo en Muevi, desde Maneru sin incidentes, en Ferui un pequeño escarceo! ¿Cómo vamos en Muevi? ¡¡¿Cuánto queda José Francisco?!!”. Pero a veces, José Francisco no contestaba.

Original en Las Palmeras Mienten

Autor

  • Nuno Cobre

    Sin que nadie le preguntase si estaba de acuerdo, a Nuno Cobre lo trajeron al mundo un día soleado del Siglo XX. Y ya que estaba por aquí, al hombre le dio por eso que llaman vivir.

    Sin embargo, durante mucho tiempo creyó Nuno que el mundo era sólo eso, sólo eso que se presentaba de manera circular y hermética ante sus ojos. Se asfixiaba. A veces. Pero algunos viernes o lunes por la mañana, una vocecita fresca y lejana le decía que habían otras cosas por ahí, que debían haber otras cosas por ahí.

    Y un día Nuno Cobre salió y se fue a la Universidad, y un día siguió viajando y al otro también, y al otro, mientras iba conociendo a gente variopinta y devorando libros sin parar… Entonces descubrió con un cierto alivio que no estaba solo. Que habían más. Cuando llegó la hora de elegir, Cobre decidió convertirse entonces en viajero sólido y juntaletras constante, pero quería más, un más que venía del Sur. Y fue así como el latido africano empezó a morderle tan fuerte que una noche abrió la puerta del avión y se bajó en un país tropical. África.

    Los temores. Llegó con cierto temor a África influenciado por la amarilla información occidental ávida de espectáculos cruentos y de enfermedades terminales. Y resultó que en lugar de agitarse, a Cobre se le olvidó la palabra nervios a la que empezó a confundir con un primo lejano. Y así fue como se llenó de paz, tiempo y vida.

    Tras varios años en África, Nuno Cobre sólo aspira a lo imposible: vivir todas las experiencias mientras le da a la tecla, a los botoncitos negros del ordenador que milagrosamente le proyectan un nuevo horizonte cada día.

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