Con frecuencia nos sentimos invadidos por notificaciones no deseadas que ocupan parte de nuestro tiempo y atención. Esta perturbación primera nos puede llevar al olvido de la crítica, y del inconformismo necesario para comprender implicaciones individuales y comunitarias en toda mejora social, especialmente en los medios de comunicación.
La conexión permanente y la mediación de pantallas sigue siendo uno de los puntos críticos que de manera más intensa están cambiando nuestras formas de relacionarnos y de vivir. Algunas personas se sienten adictas o yonquis. No se resuelve lo que nos inquieta, pero sí se tapa y se aplaza, subiendo las dosis de pastillas, y se agravan las adicciones.
En una época que desestima el pensamiento crítico y esquiva la complejidad y la escucha, hemos naturalizado que el malestar no se trate, sino que se medique, no solo para seguir viviendo, sino para trabajar y seguir dependientes.
Preguntar por la justicia social en este contexto implica preguntar por cómo se relacionan hoy el sujeto con la comunidad, con lo que hacemos y, muy especialmente, con su visión del futuro; por cómo resiste o se acomoda a vivir entre mil pantallas en medio del declive planetario, el ruido y la guerra amplificados, por cómo se asienta en la resignación. Este desaliento juega a favor de un sistema económico que promueve el individualismo y boicotea los vínculos comunitarios y reflexivos.
Pero la pantalla que pretende ser aquí un punto de entrada a la pregunta por la esperanza en nuestra época es también hoy un lugar que permite ver todo al mismo tiempo, un todo donde, curiosamente, el conflicto mueve más audiencia que la bondad y la justicia, donde las personas viven enganchadas a las pantallas y al conflicto presente. Después de siglos protegiendo el ámbito más personal y privado, la intimidad hoy no solo no se protege, sino que busca exhibirse.
La solidaridad o la amabilidad son condiciones que requieren responsabilidad y tiempo. Debemos pasar del mundo de confrontación y victoria, al mundo de cuidado mutuo.
La vida no puede entenderse como una guerra ni una competición. Solo cuando pensamos que algo puede y que algo debe cambiar, el hilo de la esperanza germina. Es entonces cuando, a la conciencia de injusticia, desigualdad o dolor, se le une esa conciencia inconforme que dice: esto puede cambiar y algo tenemos que hacer.
Es en nuestro descubrimiento como comunidad, como nosotros, que advertimos la necesidad solidaria de los otros, precisamente donde la fragilidad requiere comunidad. Es en la vulnerabilidad reconocida donde el sujeto se obliga a apoyarse en los de al lado.
Necesitamos una mirada consciente y realista de la vida de las personas y de su sufrimiento, de la realidad de nuestro planeta, y que nos lanza a buscar justicia. El malestar puede ser bueno si nos lleva al servicio de quien sufre.
La empatía nos ayuda a ubicar la justicia, ya que esta es necesariamente consecuencia de aquella. Del cuidado mutuo nace la justicia.
Lázaro Bustince
CIDAF-UCM


