Por qué Argelia está vacunada contra la primavera árabe

27/03/2012 | Opinión

Frente al contagio revolucionario, el régimen argelino enarbola la amenaza del caos islamista para rechazar cualquier democratización. Una teoría que se basa en el trauma de la década negra de los años 90.

“¡Unos amigos hoteleros me llaman desde Túnez para preguntarme si hay alguna oportunidad para invertir en Argelia!”, nos cuenta un hombre de negocios oranés, dueño de una futura cadena de hoteles en el oeste del país.

¿El motivo? “Ellos, es decir los barbudos, están por todas partes y van a imponer la charia [Ley sagrada de la religión islámica musulmana]. La gente ya no quiere trabajar y los turistas no regresan”. Esto es lo que está ocurriendo en el Túnez de Ghannouchi según este argelino escéptico, fervoroso adepto de la teoría del contra-ejemplo.

De resultas, entre un Egipto salafista, un Marruecos convertido y un Túnez arrepentido, a Argelia por defecto le ha tocado el mejor papel: el de un país donde los islamistas todavía no detentan el poder, donde han sido domesticados, vencidos militarmente y reducidos a la amabilidad para no desaparecer en los maquis.

¿Argelia país demócrata por defecto? ¿Último bastión árabe de las dictaduras útiles y necesarias e incluso iluminadas? ¿Territorio-barrera entre la teocracia y la república? Estamos obligados a creerlo para mejor comprender la última ilusión argelina. ¿Una hipotética avalancha de los hoteleros tunecinos hacia ese país donde se encarcelan a los que comen durante el Ramadán pero donde Rached Gannouchi (el líder islamista tunecino de Ennahda) no es el Ayatollah del lugar? Es posible.

Así, tras la euforia de la primavera árabe, Argelia ofrece el fantasma de un cuartel militar mejor administrado en una región donde las mezquitas y los salafistas desfilan sobre la luna sacando pecho.

Una nueva versión de la victoria de los islamistas

Percibido como una extraña excepción dentro de un mundo en árabe en “Bouazizisación revolucionaria”, para algunos el país ha terminado siendo un hogar insano de lucidez postrevolucionaria: eso, al menos lo hemos comprendido, dicen ciertos argelinos; de nada sirve rebelarse si los islamistas acaban aprovechándose y roban la primavera.

El Bouazizi argelino ya realizó su buena acción al principio de los años 90. Por aquel entonces, mientras que el mundo árabe observaba zapeando como lo hacen los argelinos de hoy con Al Jazeera y sus videos de horror, ya teníamos el casting: los triunfantes islamistas del FIS, los militares abogados de la salvaguarda de la república tales como Tantaoui & Cía. en Egipto, los laicos indecisos entre democracia para todos y una barrera anti-fascistas como en Túnez, y un pueblo que iba a ser masacrado.

El presidente argelino de aquella época, Chadli Benjedid, ya había sido “apartado” por los militares ocultos tras los amotinadores de Octubre del 88, los islamistas habían ganado las elecciones, los militares intervinieron, de ello nacieron el terrorismo y el anti-terrorismo y muchos murieron por ello, es decir, más de 200.000 muertos oficialmente. Por lo tanto, como para no tener ningunas ganas de hacer una nueva versión. “Argelia ya ha pagado”, repitió con insistencia el régimen desde el principio de la primavera árabe. En aquel momento, había un serio riesgo de contagio con los dos vecinos del Este, Túnez y Libia.

Actualmente hay una buena oportunidad para vender el valor de la prudencia. “¿La década negra? Es el resto del mundo árabe quien se arriesga a vivirla”, sentenció un político durante una charla privada. Con lo que provocar la delicia de una siniestra revancha, ya que los argelinos lo repiten a menudo entre ellos: “¿Dónde estaban esos afamados hermanos árabes cuando nos estaban degollando? Ahora les toca a ellos”.

La doctrina oficial es por lo tanto “Sabemos a dónde todo esto nos conduce” y la convicción del pueblo es “Ya hemos pasado por esto”, esto es lo que el ministro de Asuntos Exteriores ha vendido a la Asamblea Francesa durante su misión explicativa hace algunas semanas.

Tenemos el resumen de la excepción argelina tan misteriosa para los extranjeros que no comprenden cómo un pueblo que padece una dictadura desde hace mucho tiempo, hoy la reivindica como un cinturón de seguridad.

La clave está en el miedo de volver a morir una segunda vez antes de poder vivir al menos una.

La anti-primavera árabe argelina

Explicación: desde hace un año, la estrategia global del caso argelino es por lo tanto de desarmar a los islamistas, deshuesarlos, someterlos tras invitarles a entrar en el juego de simulación de la democracia específica. No se tira a los islamistas al mar, pero se nada con ellos.

En Argelia, desde hace tres meses, el régimen ha aceptado una decena de partidos para mejor ahogar el multipartidismo, ha prohibido que se utilice la palabra “islamista” en la televisión y habla de ello como de una parte sana y nacional del nacionalismo anti-primavera árabe.

Por otra parte, no se arroja a los demócratas al exilio pero se les impone el aceptar que “demasiada democracia” conduce a la teocracia.

Finalmente, no se obliga a los Bouazizi a inmolarse pero se les da carros de legumbres gratis (de tal modo que el FMI ha instado a Argelia a que modere sus gastos “políticos”) y se recuerda incesantemente que la Revolución es el caos más la OTAN.

Y después se organizan unas elecciones con observadores extranjeros, eslóganes tipo “será la recolonización a la manera libia” y un recuerdo de los valores de la guerra de Liberación.

Por lo tanto, las imágenes del caos libio, las del falso consenso marroquí y de la lenta iranización de Túnez ya han surtido efecto: los argelinos, muchos, hablan hoy por hoy de la “primavera árabe” como de una amenaza, y no como de una posible revolución que les libere.

La primavera árabe no se come pero se come a sus dirigentes, según un proverbio imaginario.

El éxito: es sobre todo del régimen. “Sin mí, os devorareis los unos a los otros”, dice desde hace meses el régimen al oído inquieto de su pueblo servicial en Argelia.

En una extraña inversión de papeles, la amenaza de inestabilidad y caos no es un mensaje dirigido por la dictadura útil a los occidentales del norte, sino sobre todo a los indígenas locales preocupados por los contra-ejemplos vecinos.

Argelia tiene razón, tiene la solución

Un año después de la huida de Ben Ali, el ejemplo argelino es pues aceptado: no hay revolución, no hay primavera árabe pero, a cambio, no hay desorden, no hay caos, no hay guerra civil, no hay intervención extranjera, no hay un estallido federal del país, no hay salafistas ni emiratos.

Es lo que en Argelia se denomina la solución argelina: una serie de círculos concéntricos dantescos con el pueblo inquieto en medio, rodeados por islamistas estabilizadores, ellos mismos rodeados por militares vigilantes, a su vez vigilados por los “Servicios”, encabezados, a medias, por un presidente civil, partidario de una “excepción constructiva” con un guiño a su labor en el Sahel y su gas a buen precio.

Es lo que recientemente saludó Hillary Clinton durante su visita de bendición a Argelia: más democracia, más sociedad civil, más liberalismo, proporcionan más revolución y primavera árabe.

Con la seguridad de los abastecimientos de gas, un estatuto avanzado de socio en la lucha antiterrorista en el Sahel y en otros lugares, y una lucha más seria contra la inmigración clandestina, Argelia y su régimen están exentos de la primavera árabe.

Y en las aldeas del país, allí donde Internet no ha llevado la buena Palabra y donde las imágenes del caos libio y sirio han jugado el papel de contrapeso al entusiasmo, Facebook no es profeta y la opinión es casi general: la primavera árabe es una ilusión. No sirve para nada. O tan sólo a los islamistas.

Por una vez, se observa la década negra y sus miles de vidas perdidas aconteciendo en otro lugar, tras la pantalla, y no en la propia casa. Insana y sabrosa revancha del régimen que estaba completamente solo durante los años 90 entre sus Bin Laden(s) todavía no aviadores y la presión internacional. “Vean: aquí no necesitamos la primavera árabe. Estamos en verano”, dice el régimen.

Sin embargo, la estafa es de tamaño considerable. En un año no se ha hecho casi nada de lo prometido. El estado de emergencia tiene otro nombre, la televisión sigue siendo única, el multipartidismo es pura fachada, las elecciones ya son dudosas y no se permite el derecho de manifestación. La única victoria del régimen es la de la psicología: “¡Tenía razón, a pesar de mis razones!”.

Kamel Daoud, “Slate Afrique”, 21 de marzo de 2012.

Traducido para Fundación Sur por Juan Carlos Figueira Iglesias.

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