Pensé que era feminista, hasta que escuché sus historias

10/11/2017 | Opinión

Soy feminista, pero cada día me pregunto cómo vivo esa verdad. Y me doy cuenta de lo arrogante que soy de creer que sé lo que significa ser una mujer en un mundo patriarcal brutal y opresivo. Tuve el honor de compartir un taller educativo de dos días con cinco mujeres extraordinarias que me enseñaron lo que era ser una mujer hoy en día.

«Estaba sentada en una celebración familiar. Tenía ocho años. Recuerdo estar sentada en un banco con un hombre mayor. Puso su mano debajo de mi vestido y su dedo en mi vagina. No sabía por qué este hombre, que era amigo de la familia, estaba haciendo esto. Pero me sentí incómoda. Me escapé. Me sentí avergonzada. Me sentí culpable. Le conté a mi madre. Empecé a temer a los hombres», lo contó Lucie Pagé, mi esposa, mi confidente y el amor de mi vida. Conocía su historia, por supuesto, después de 27 años juntos, pero escucharla contar sus experiencias una tras otra, sentada en el escenario con estas otras mujeres, me hizo estremecer.

Me conmoví. Estaba avergonzado de ser hombre. A pesar de compartir el cuidado y la educación de los hijos, apoyar a mi esposa en su trabajo, cambiar pañales, tratar de ser un hombre progresista, de luchar por los derechos de las mujeres, nunca podría entender el dolor de una mujer de vivir en un mundo lleno de prejuicios contra ellas. El abuso sexual es, a menudo, obra del tío, el primo, el amigo de la familia, que quebrante la confianza e inflige una profunda herida física y psicológica que destruye la confianza en sí misma e infunde temor y enojo en las mujeres.

feminismo_africano-2.jpg«A medida que fui creciendo, creció mi miedo a los hombres. Me sentí impotente. Para ayudar a pagar mis estudios, conseguí un trabajo en una gasolinera. Pero era el turno de noche. Estaba sola y los hombres que venían a llenar el tanque sentían que yo también estaba a la venta. Me acosaban como si fuera su derecho de nacimiento palparme. Cuando terminé la universidad, conseguí un trabajo. Era una gran compañía. Tenía que quedarme más allá del horario de oficina para editar el rodaje del día. Mi productor vendría a la sala de edición. De manera general, frotaba su pene contra mi espalda. Ponía sus manos sobre mi hombro.

‘Relájate’, dijo, ‘Estás demasiado tensa. Te daré un masaje”.

«Estaba aterrada. Él se envalentonó.

‘¿Quieres denunciarme? Perderás tu trabajo. ¿Quién te creerá? «, Se burló de mí».

Siento su dolor

«Perdí muchos trabajos para escapar del acoso sexual. Y luego mi miedo creció. Temí a todos los hombres. Tenía miedo de los hombres y su pene. Hablábamos como mujeres Pero nos sentíamos impotentes. La única opción era irse. Pero yo era madre soltera y necesitaba esos trabajos para cuidar a mi hijo. Empecé a sentirme inútil. Me aislé. Tenía miedo de hablar. Se necesitan semanas de preparación para poder hablar en público. Me sentía ridícula, incluso cuando todos sentían que la presentación o aportación que daba era invaluable y brillante. Aunque muchos piensan que tengo confianza y éxito, yo no me siento así. Incluso hoy, cuando un hombre me busca a tientas en un ascensor o en una fiesta, quiero culparme a mí misma. Yo soy la culpable».

Agosto – El mes de No Violencia contra las Mujeres, un programa inspirado por el gobierno, es una proclamación insultante cuando los que están en el poder siguen abusando impunemente de la confianza de las mujeres. Estoy cansada de vaciedades. Necesitamos que cada día sea un día de respeto a las mujeres. Las mujeres son sagradas Ellas nos dan la vida. ¿Dónde estaríamos como especie humana si desaparecieran las mujeres? ¡Extinguidos! Son nuestras madres quienes llevan nuestros hijos, quienes dan a luz a una nueva vida, quienes amamantan a nuestros hijos y quienes crían y educan a nuestros hijos. Las mujeres son el corazón, el amor, la compasión, la generosidad y la paz que necesitamos en el mundo. Al violar a las mujeres, nosotros, como hombres, nos violamos a nosotros mismos y pisoteamos nuestro papel real: ser protectores de lo que es sagrado.

Otro punto de vista fue muy revelador de mi ignorancia. «Crecí en una familia de mujeres», dijo Jackie Zondo, una poderosa líder. «Una madre fuerte con chicas. Me sentía segura. Estaba en la cima del mundo, creyendo en mí misma. Al crecer en barrio de ciudad tuvimos que aguantar las burlas de chicos. Éramos maltratadas, heridas y ellos se burlaban: ‘te estamos enseñando a ser una mujer’. Fui a la escuela. Fue lo mismo. Todos los días igual. Aprendí a usar mis puños. Yo estaba sola. No me atrevía a decirles nada a mis padres porque serían amenazados. Sentí una profunda ira que persistió en mi matrimonio y en mi trabajo», dijo Jackie.

«Es muy difícil para mí confiar en los hombres. Incluso en aquellos que dicen que son amables y cultivados. No se trata solo de igualdad. Queremos respeto. Fui una alta ejecutiva en un mundo corporativo masculino. Cuando teníamos una reunión ejecutiva, siempre sentí que las decisiones se tomaban en otro sitio, en algún otro lugar, en algún vestuario. No en la reunión que estábamos teniendo. Cuando desafiaba posiciones, las miradas se ausentaban. Podías sentir el encogimiento de hombros gritando fuertemente: ella es tan orgullosa, enojada, insistente o malintencionada. Mi ira creció y se comía mi alma».

Nosotros, hombres debemos aprender a escuchar con empatía. Tenemos que respetar espacios sagrados donde las mujeres puedan contar sus historias. Sólo escuchar. Sentir. Entender. No ahogar las voces de nuestras Madres, Esposas, Hermanas e Hijas. Solo callarse y cambiar.

Una tercera historia que escuchamos fue la de mi hija, Shanti. Ella tiene 22 años. Ha crecido en un hogar donde siempre hemos afirmado positivamente su feminidad y hemos compartido valores que le dieron la confianza de que ella era igual a cualquier otra persona. Ella creció sin el miedo y la ira que generaciones de mujeres tuvieron que soportar. Eso se evidencio en su historia, «Me siento un poco culpable, escuchando vuestras historias, mujeres mayores. Fui afortunada. Aprendí de mis padres a creer en mí misma. Pero también aprendí a defenderme. Sé cómo tratar a hombres que me muestran falta de respeto. Sé que cada niña en su crecimiento debería tener el mismo derecho. Pero la mayoría no lo tienen. Y esa es toda nuestra lucha. Mientras que los hombres y las mujeres no sean iguales y no destruyamos el patriarcado, nunca tendremos paz en el mundo».

Todos los hombres deberían asimilar estas lecciones. Cada hombre debería sentarse con sus compañeras de trabajo, amigas, familia, y preguntarles: ¿cuál es tu historia? ¿Qué dificultad pasaste en la vida a causa de tu género?

Rajeshree Gandhi, un blogger de la India, usa un término muy interesante que encaja en esta conversación: “mansplaining”. «Es una reacción a la presencia de mujeres en espacios tradicionalmente dominados por hombres y su articulación de sus propias experiencias. Información, trivialidades, anécdotas son utilizadas por “mansplainers” para suprimir el conocimiento y las opiniones de mujeres sobre diversos temas. Es una completa desestimación de las preocupaciones de una mujer a través del silencio, miradas petulantes, risitas y gestos de no asintiendo con la cabeza».

Lo he visto una y otra vez Estoy seguro de que también he sido culpable de esto. No sé lo que significa ser una mujer. Sé muy bien que nuestro mundo necesita desesperadamente un reequilibrio de la energía dentro de nosotros mismos- el yin y el yang- y entre hombres y mujeres. Una cosa que los hombres debemos preguntarnos es: ¿cuál es la energía femenina dentro de nosotros y cómo la expresamos? ¿Con orgullo y placer o con culpabilidad y vergüenza?

Como el padre fundador de nuestra democracia, Nelson Mandela expuso con determinación: «La causa de la emancipación de las mujeres es parte de nuestra lucha nacional contra prácticas obsoletas y prejuicios. Es una lucha que exige el mismo esfuerzo tanto de hombres como de mujeres».

Jay Naidoo

Fuente: Daily Mavercik

[Traducción, Jesús Esteibarlanda]

[Fundación Sur]


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