Estos días se celebra el 50 aniversario de la feliz culminación del viaje a la Luna. Los primeros pasos de un ser humano en el bellísimo satélite del planeta Tierra. No cabe duda de que desde un punto de vista científico representa un motivo de satisfacción por todos los conocimientos y técnicas que implica. Pero ahora, al revisar la historia de estos cincuenta años, debemos apresurarnos a corregir tantos y tantos aspectos que ensombrecen el éxito espacial alcanzado en 1969. Las inmensas inversiones que se requerirían para repetir la hazaña en 2024 no tienen la menor justificación social ni ética.
Al inicio de siglo y de milenio se prepararon una serie importante de pautas de conducta colectiva para que la comunidad científica tuviera sobre todo en cuenta no el brillo de unos cuantos sino el bienestar y la calidad de vida del conjunto de los seres humanos: la Declaración y Programa de Acción sobre una Cultura de Paz de 1999, la Carta de la Tierra y la Declaración de Derechos Fundamentales de la Unión Europea en el año 2000… ponían de manifiesto la necesidad apremiante de tener en cuenta antes que nada las cinco prioridades de las Naciones Unidas (alimentación, agua potable, servicios de salud de calidad, cuidado del medioambiente y educación).
Estas son las prioridades que ahora, mirando a los ojos de nuestros hijos y asumiendo nuestras responsabilidades intergeneracionales debemos tener en cuenta. Ahora, «Misión la Tierra. Ahora un nuevo concepto de seguridad que permita atender la calidad de vida de tantas personas que hoy malviven en unas condiciones inhumanas, desprovistas de lo más elemental. No me canso de repetir que es una vergüenza insoportable desde un punto de vista ético que cada día se inviertan en armas y gastos militares más de 4000 millones de dólares al tiempo que mueren de hambre y extrema pobreza miles de personas, la mayoría niñas y niños de uno a cinco años de edad.
“El gran dominio” (militar, financiero, energético, mediático), expresado a través de los grupos plutocráticos neoliberales, solicita más dinero para la defensa territorial… sin tener en cuenta a los habitantes de estos territorios tan bien protegidos. Miles de efectivos humanos y técnicos para la defensa, con una precariedad total de medios humanos y técnicos frente a incendios, inundaciones, tsunamis, terremotos y otras catástrofes naturales. En 2015, gracias a las Naciones Unidas -tan marginadas por el Partido Republicano de los Estados Unidos- y al Presidente Obama, hubo un destello de esperanza al suscribirse los Acuerdos de París sobre el Cambio Climático y aprobarse en la Asamblea General de las Naciones Unidas la Agenda 2030 “para transformar el mundo”.
El Presidente Trump advirtió, inmediatamente después de su nombramiento, que no pondría en práctica ninguna de las medidas suscritas por su antecesor.
Y silencio. Silencio de la Unión Europea, tan insolidaria; silencio de la mayoría de los países que conforman el sistema multilateral; silencio de las comunidades científica, académica, artística… Silencio. Delito cómplice de silencio.
No más inversiones en artilugios bélicos y espaciales. No más manos cerradas, armadas, alzadas. Ahora manos abiertas al abrazo, a la solidaridad, al incremento de los fondos para la investigación biomédica sobre cáncer y enfermedades neurodegenerativas… para hacer frente al ébola y otras pandemias… para un medio ambiente de calidad, «¡para una vida digna!».
Ha llegado el momento de la transición histórica de la fuerza a la palabra. No podemos seguir callados. Sí, ha llegado el momento de que sean “los pueblos”, liderados por las mujeres y los jóvenes más avisados, los que tomen la palabra y decidan actuar en consecuencia.
NO. Otra «Misión, la Luna» o «Misión Marte», NO. Ahora, “¡Misión, la Tierra!”.
[Fundación Sur]
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