Nadie esperaba que los políticos sudafricanos se enfrentaran al peligro y convirtieran las políticas migratorias populistas en parte de sus campañas electorales. La Alianza Democrática (DA, según siglas en inglés) se dejó llevar por las tensiones afrofóbicas existentes cuando lanzó su política de inmigración a fines del año pasado. El partido espera ganar votos de personas que viven en zonas de Sudáfrica donde se producen los ataques afrofóbicos.
En enero, el presidente Cyril Ramaphosa prometió reprimir a los inmigrantes ilegales que establecieron tiendas en los municipios, aunque su partido tachó de populista al alcalde de Johannesburgo, Herman Mashaba, por posicinarse en ese mismo sentido en 2017. Ramaphosa sigue prometiendo a los pobres que la inversión extranjera salvará la economía y que está trabajando incansablemente para dar la bienvenida a esta inversión extranjera al país. Los ciudadanos de otros países africanos se han convertido en chivos expiatorios de las deficiencias del Congreso Nacional Africano (ANC, según siglas en inglés) y la política de inmigración de la DA.
Los Luchadores por la Libertad Económica (EFF, según siglas en inglés), por otro lado, parecen haber tomado un enfoque audaz al condenar abiertamente los ataques afrofóbicos. Pero la EFF, junto con el ANC y el DA, están utilizando la violencia para promover sus agendas políticas sin una resolución real del problema a la vista. Ninguno se ha detenido a pensar en lo que está en juego para los migrantes afectados de Malaui, Mozambique y Zimbabue. Los recientes ataques afrofóbicos en sudáfrica son diferentes de los anteriores que siguieron al ciclón Idai, que devastó Mozambique, Malaui y Zimbabue; países de donde proceden la mayoría de los extranjeros afectados en Sudáfrica. Cuando los sudafricanos expulsaron a los extranjeros fuera del país, no importó el hecho de que estas personas posiblemente ya hubiesen perdido todo lo que tenían en casa. Los sudafricanos llevaron a cabo los ataques ya sea por el desconocimiento de la devastación del ciclón o simplemente porque no les importa, lo que muestra síntomas de un sistema educativo fallido.
A los sudafricanos no les importa porque no saben mucho sobre lo que sucede más allá de las fronteras de sus municipios, porque la mayoría de los sudafricanos viven en un país donde los servicios solo se prestan a los suburbios donde residen la minoría blanca, los negros de clase media y la élite. Pero este hecho no justifica los ataques afrofóbicos. Los perpetradores de la violencia citan las actividades delictivas de los extranjeros como la razón de los problemas. Pero no debería haber diferencia en cómo se aborda el crimen: la nacionalidad del perpetrador no importa. Además, los extranjeros africanos representan menos del 5% de la población, por lo que los delitos cometidos por ellos ni siquiera hacen mella en las estadísticas de delincuencia.
Sudáfrica tiene un problema de delincuencia que tiene poco que ver con la migración, sino que tiene que ver con el sistema de justicia arbitrario y corrupto del país, el desempleo y la pobreza. La violencia afrofóbica también es un delito. Motivados por la retórica populista de los dos partidos más importantes del país, los sudafricanos reciben una invitación para matar y robar a los vulnerables ciudadanos extranjeros. Con la creciente población migrante, es hora de que haya representantes de una ciudadanía dual (sudafricana y del África Austral) que representen a las personas atacadas y propongan soluciones viables. Los parlamentarios no deben confundir la xenofobia con la afrofobia; el país no tiene problema con los extranjeros pero desprecia a los compatriotas africanos. La cuestión está en las personas que fueron atacadas únicamente porque eran negras y nacieron en otro país africano.
Jacqueline Tizora
Fuente: Mail&Guardian
[Edición y traducción, J. Martín]
[Fundación Sur]
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